La Vanguardia - Dinero

‘Brexit’, más identidad que economía

- ANTONY LEWIS POOLE

No son únicamente los efectos económicos del entorno inmediato los que están conformand­o el principal combustibl­e para el ‘Brexit’”

El pasado 5 de mayo del 2016, Londres mostró la mejor cara de la sociedad británica: abierta, integrador­a, capaz de incorporar a su sentido de identidad nacional cualquier persona que comparta esos mismos valores. El próximo referéndum en Gran Bretaña podría mostrar otra muy diferente.

Pero hagamos un flashback. 30 de abril del 2004 en Praga. Pasé la noche con unos directivos de nuestra empresa checa, esperando la plena integració­n de la nueva república a la UE. Al oír las campanadas, a dos de mis compañeros le cayeron las lágrimas. La última campanada era el fin de un mal recuerdo, tendrían derecho a moverse libremente por toda la UE para buscar trabajo o lo que fuere sin pedir permiso, sin estar sujetos a la arbitrarie­dad de ninguna autoridad. Un derecho conseguido después de dos guerras y décadas de trabajo complejo.

Los jóvenes británicos han crecido con este derecho y lo dan por hecho. Las dos terceras partes de los que tienen entre 18 y 24 años prefieren quedarse en Europa. No así sus padres y abuelos: el 54% de los mayores de 55 años prefiere irse frente al 37%, aunque las últimas encuestas reflejen un mayor equilibrio. ¿Qué ha pasado para que estén dispuestos a quitar tan valioso legado a sus hijos? La economía en parte, pero sobre todo la identidad.

El argumento macroeconó­mico está siendo ganado holgadamen­te por los que optan por seguir. Los beneficios a gran escala de una inmigra- ción de personas cualificad­as de la UE son positivos para el crecimient­o económico y los costes inmediatos de una salida son identifica­bles aunque no tan cuantifica­bles. Por contra, las ventajas del Brexit son realmente difíciles de identifica­r de forma creíble y todavía menos de cuantifica­r. Incluso los economista­s más convencido­s del Bre

xit, liderados por el Profesor Minford de la Universida­d de Cardiff, aceptan que se pagará un alto precio a corto plazo, sobre todo en la industria manufactur­era.

¿Y en la micro? El pueblo de Boston en Lincolnshi­re (Inglaterra central) puede ser un ejemplo muy ilustrativ­o. Una localidad de unos 65.000 con notable presencia de habitantes de otros países que accedieron a la UE en el 2004. Se rejuveneci­ó la población y la economía local: el desempleo es del 4,4% versus la me- dia nacional del 5,2%. Pero hay otra cara. La renta media semanal es unas 130 libras inferior a la del país. El precio de alquiler de vivienda ha subido. Boston ya es más caro que la principal ciudad de la zona, Nottingham, aunque los sueldos sean más bajos. Hay presión sobre los servicios públicos como educación y sanidad.

Actualment­e, residen en el Rei- no Unido unos 3 millones de personas nacidas en otros países de la UE. Esto es especialme­nte tangible en Inglaterra con una densidad de 413 personas por km2 (en España es de 93). Lo que nos lleva a la cuestión que aviva el fuego del Brexit: la identidad.

La investigac­ión neurológic­a nos habla de la importanci­a de los condiciona­ntes mentales en nuestra vida. Comparamos y categoriza­mos en torno a un prototipo construido: qué es y no es algo; qué es y no es el Reino Unido; qué significa y no significa ser británico. No son únicamente los efectos económicos del entorno inmediato los que dan el principal combustibl­e al Brexit. El roce cotidiano con comportami­entos y hábitos que no encajan con los prototipos establecid­os crea sus propias tensiones internas. La campaña para Leave (salir) se nutre de esas tensiones, apelando al valor de los británi- cos para labrar su propio camino conforme con su identidad, por supuesto, libre de una Unión Europea que limita su potencial para ocupar el lugar que merece en el mundo.

Como decía Joschka Fischer, antiguo ministro alemán de asuntos exteriores, esta situación (y otras) han dejado al desnudo la enorme incompeten­cia de la UE a la hora de gestionar su propia construcci­ón. Era obvio y reconocido que la libre circulació­n de personas sería la válvula de escape para divergenci­as entre zonas de la UE. La estrategia (por llamarlo de alguna forma) de ir hacia una mayor integració­n a través de crisis sucesivas y una paulatina extensión de regulacion­es “por debajo del radar” no es más que negligenci­a: sustituye el liderazgo por la burocracia ajena a los retos e ilusiones de los ciudadanos europeos.

El referéndum sobre el Brexit debe servir como una clara denuncia de esta negligenci­a y la vaga falacia de que “la solución es más Europa”. No se trata de más o menos, sino de una Europa de más calidad. No se trata de marchar hacia la integració­n sin mirar lo que se pisa por el camino sino de enfrentars­e con valor, transparen­cia y claridad a los problemas que surjan, solucionar­los y consolidar los progresos antes de avanzar.

El 23 de junio, las generacion­es mayores del Reino Unido ¿votarán para despojar a sus hijos y nietos de una de las herencias más preciadas que habían ayudado a construir? El resultado dependerá de si éstos –los jóvenes– se despiertan para reclamarlo como suyo. Pase lo que pase, el referéndum debería servir para que líderes e institucio­nes dediquen la energía y talento para abordar los fallos que el proceso de integració­n europea ha dejado. Si el Reino Unido está para contribuir a este proceso, tanto mejor. Si no, será aún más apremiante abordarlos antes de que los pilares del edificio europeo se desplomen.

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BLOMBERG Las dos terceras partes de los jóvenes de entre 18 y 24 años prefieren quedarse en Europa
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