‘Brexit’, más identidad que economía
No son únicamente los efectos económicos del entorno inmediato los que están conformando el principal combustible para el ‘Brexit’”
El pasado 5 de mayo del 2016, Londres mostró la mejor cara de la sociedad británica: abierta, integradora, capaz de incorporar a su sentido de identidad nacional cualquier persona que comparta esos mismos valores. El próximo referéndum en Gran Bretaña podría mostrar otra muy diferente.
Pero hagamos un flashback. 30 de abril del 2004 en Praga. Pasé la noche con unos directivos de nuestra empresa checa, esperando la plena integración de la nueva república a la UE. Al oír las campanadas, a dos de mis compañeros le cayeron las lágrimas. La última campanada era el fin de un mal recuerdo, tendrían derecho a moverse libremente por toda la UE para buscar trabajo o lo que fuere sin pedir permiso, sin estar sujetos a la arbitrariedad de ninguna autoridad. Un derecho conseguido después de dos guerras y décadas de trabajo complejo.
Los jóvenes británicos han crecido con este derecho y lo dan por hecho. Las dos terceras partes de los que tienen entre 18 y 24 años prefieren quedarse en Europa. No así sus padres y abuelos: el 54% de los mayores de 55 años prefiere irse frente al 37%, aunque las últimas encuestas reflejen un mayor equilibrio. ¿Qué ha pasado para que estén dispuestos a quitar tan valioso legado a sus hijos? La economía en parte, pero sobre todo la identidad.
El argumento macroeconómico está siendo ganado holgadamente por los que optan por seguir. Los beneficios a gran escala de una inmigra- ción de personas cualificadas de la UE son positivos para el crecimiento económico y los costes inmediatos de una salida son identificables aunque no tan cuantificables. Por contra, las ventajas del Brexit son realmente difíciles de identificar de forma creíble y todavía menos de cuantificar. Incluso los economistas más convencidos del Bre
xit, liderados por el Profesor Minford de la Universidad de Cardiff, aceptan que se pagará un alto precio a corto plazo, sobre todo en la industria manufacturera.
¿Y en la micro? El pueblo de Boston en Lincolnshire (Inglaterra central) puede ser un ejemplo muy ilustrativo. Una localidad de unos 65.000 con notable presencia de habitantes de otros países que accedieron a la UE en el 2004. Se rejuveneció la población y la economía local: el desempleo es del 4,4% versus la me- dia nacional del 5,2%. Pero hay otra cara. La renta media semanal es unas 130 libras inferior a la del país. El precio de alquiler de vivienda ha subido. Boston ya es más caro que la principal ciudad de la zona, Nottingham, aunque los sueldos sean más bajos. Hay presión sobre los servicios públicos como educación y sanidad.
Actualmente, residen en el Rei- no Unido unos 3 millones de personas nacidas en otros países de la UE. Esto es especialmente tangible en Inglaterra con una densidad de 413 personas por km2 (en España es de 93). Lo que nos lleva a la cuestión que aviva el fuego del Brexit: la identidad.
La investigación neurológica nos habla de la importancia de los condicionantes mentales en nuestra vida. Comparamos y categorizamos en torno a un prototipo construido: qué es y no es algo; qué es y no es el Reino Unido; qué significa y no significa ser británico. No son únicamente los efectos económicos del entorno inmediato los que dan el principal combustible al Brexit. El roce cotidiano con comportamientos y hábitos que no encajan con los prototipos establecidos crea sus propias tensiones internas. La campaña para Leave (salir) se nutre de esas tensiones, apelando al valor de los británi- cos para labrar su propio camino conforme con su identidad, por supuesto, libre de una Unión Europea que limita su potencial para ocupar el lugar que merece en el mundo.
Como decía Joschka Fischer, antiguo ministro alemán de asuntos exteriores, esta situación (y otras) han dejado al desnudo la enorme incompetencia de la UE a la hora de gestionar su propia construcción. Era obvio y reconocido que la libre circulación de personas sería la válvula de escape para divergencias entre zonas de la UE. La estrategia (por llamarlo de alguna forma) de ir hacia una mayor integración a través de crisis sucesivas y una paulatina extensión de regulaciones “por debajo del radar” no es más que negligencia: sustituye el liderazgo por la burocracia ajena a los retos e ilusiones de los ciudadanos europeos.
El referéndum sobre el Brexit debe servir como una clara denuncia de esta negligencia y la vaga falacia de que “la solución es más Europa”. No se trata de más o menos, sino de una Europa de más calidad. No se trata de marchar hacia la integración sin mirar lo que se pisa por el camino sino de enfrentarse con valor, transparencia y claridad a los problemas que surjan, solucionarlos y consolidar los progresos antes de avanzar.
El 23 de junio, las generaciones mayores del Reino Unido ¿votarán para despojar a sus hijos y nietos de una de las herencias más preciadas que habían ayudado a construir? El resultado dependerá de si éstos –los jóvenes– se despiertan para reclamarlo como suyo. Pase lo que pase, el referéndum debería servir para que líderes e instituciones dediquen la energía y talento para abordar los fallos que el proceso de integración europea ha dejado. Si el Reino Unido está para contribuir a este proceso, tanto mejor. Si no, será aún más apremiante abordarlos antes de que los pilares del edificio europeo se desplomen.