El minotauro y el euro
Varufakis analiza cómo el fin de Bretton Woods en 1971 llevó a Europa a una moneda fallida y a la crisis
Más allá de que Yanis Varufakis y el ayuntamiento de Barcelona estén intentando acabar con las políticas europeas de austeridad a través de los hoteles de cinco estrellas, leer los libros del fugaz ministro de economía griego siempre resulta estimulante. Y los pobres sufren lo que deben no es la excepción. Un libro que constituye la otra cara –pero narrada desde Europa– de su ensayo El minotauro global, en el que retrataba cómola crisis actual es fruto de un largo proceso que comenzó en 1971 cuando EE.UU. decidió romperconelsistemamonetariode Bretton Woods. Un sistema que giraba entornoaldólaryproporcionó estabilidad a Europa desde la guerra hasta que fue expulsada de él.
Nada dispuestos a la austeridad y queriendo conservar su hegemonía en un momento en el que gastaban dinero a espuertas en Vietnam, desde 1971 EE.UU. acabó con Bretton Woods y permitió que sus déficits presupuestario y comercial crecieran. Unos déficits que pagaría el resto del mundo. Alemania, Japóny luego China producirían bienes en masa que los estadounidenses devorarían. Yalrededordel70% delos beneficios obtenidos por esos países irían a Wall Street, quelos transformaría en crédito a los consumidores, inversión en corporaciones extranjeras y Letras del Tesoro de EE.UU.. Yen dinerillo para los banqueros. Así es más fácil entender, dice Varufakis, el auge de la financiarización, el repliegue delos organismos reguladores o el dominio del modelodecrecimiento anglosajón. Hasta el derrumbe del sistema bancario en el 2008: la arquitectura europea, impulsada desde el inicio por EE.UU. con Alemania como pilar económico para la contención soviética, no estaba preparada y empezó a desintegrarse.
De hecho en Y los pobres sufren lo que deben Varufakis narra sobre todo cómo Europa, expulsada del patrón dólar en 1971, necesitaba una nueva estabilidad monetaria y buscó una unión monetaria abordada de manera equivocada, de modo que debilitó la integración europea.
La historia de ese proceso pasa por De Gaulle, tratando siempre de darel abrazodelosoaAlemaniacon unamonedacomúnqueneutralizara su poder económico, o por el Bundesbank, capaz de quitar cancilleres como Ludwig Erhard –por proclive a Washington– y de hacer caer el Sistema Monetario Europeo para que el BCE fuera creado a su imagen y semejanza. La historia transita una y otra vez por los permanentes déficits de Francia y los eternos superávits de Alemania, que para mantenerse necesitaban que su monedanoflotara libremente. Y tiene un momento estelar cuando François Mitterrand y Helmut Köhl pusieron el carro antes de los caballos y, careciendo de poder para más, crearon una moneda única sin mecanismos para reciclar los superávits alemán y holandés, sin deuda pública común y una política comunitaria de inversión.
Hoy Europa, concluye Varufakis, sigue estancada, y en ella no dominan tanto concepciones puritanas como una visión religiosa de las normas de los tratados, un velo bajo el que los más fuertes se inventan las reglas según les conviene.