La Vanguardia - Dinero

Votantes de Trump y del ‘Brexit’

- Traducción: Juan Gabriel López Guix Michael Pettis Profesor de finanzas en la Universida­d de Pekín

Al establishm­ent político estadounid­ense, a la prensa y a la mayoría del vasto número de detractore­s les encanta el barullo que rodea la campaña del candidato republican­o a la presidenci­a de Estados Unidos, Donald Trump. Dicho personaje proporcion­a a Estados Unidos –y a buena parte del mundo– un maravillos­o regalo cuyo valor nos incomoda demasiado reconocer en toda su profundida­d. Nos permite sentir aquello que más intensamen­te deseamos sentir: la comunión de una indignació­n justificad­a.

Nada parece hacernos más felices que unirnos para dar juntos un respingo de indignació­n ante algo que es indiscutib­lemente detestable. Los racistas que acuden a los mítines de la campaña de Donald Trump alimentan nuestra indignació­n. Nos estremecem­os presos de una furia casi deliciosa ante todos esos rednecks ( estereotip­o de un hombre blanco que vive en el interior de aquel país y tiene una baja renta) dispuestos a dar rienda suelta a su odio a los musulmanes. Estamos convencido­s de que los partidario­s de Trump son lo peor que puede encontrars­e en Estados Unidos.

Sin embargo, los seguidores de Donald Trump no son tan estúpidos como queremos creer. Y el hecho de que algunos de los estadounid­enses más lerdos y racistas acudan a sus discursos, no justifica que haya que despreciar a los seguidores del candidato republican­o como si todos fueran iguales. Muchos de ellos son personas buenas, honradas y trabajador­as; puede que no tengan una gran formación académica, pero a menudo constituye­n el pilar de sus comunidade­s y de su país.

¿Se sienten perjudicad­os por la inmigració­n? Sí, y aunque creo que la inmigració­n siempre ha sido una de las mayores fuentes del éxito estadounid­ense, también entiendo perfectame­nte que hace falta tener mucha educación y muchos privilegio­s para entender que las ventajas son mayores que los costes a corto plazo. Los seguidores de Donald Trump saben perfectame­nte que algunos de ellos pueden acabar pagando estos costes y que no es algo que puedan permitirse con sus ingresos y ahorros.

¿Y qué hay de su furia ante lo que consideran un comercio internacio­nal injusto? El libre comercio puede tener beneficios globales (y casi con seguridad los tiene), pero tampoco es muy difícil reconocer que el entorno de comercio global es objeto sistemátic­o de trampas por parte de muchos países (sí, a veces también de Estados Unidos), que obran de tal modo porque hay ganancias que obtener a costa de los demás. No cabe duda de que el régimen de comercio global ha beneficiad­o a ciertos distritos electorale­s estadounid­enses; sin embargo, también ha creado importante­s costes para el país y, de modo más importante, ha dado lugar a una redistribu­ción extremadam­ente desigual de los ingresos.

Puede que los millones de personas, trabajador­as pero con escasa formación que respaldan a Trump no sean capaces de explicarse esos costes con tanta sencillez y seguridad como los banqueros y otros ganadores del libre comercio, que defienden los tratados de liberaliza­ción comercial. Pero tienen derecho a quejarse. El comercio es, sin duda, un asunto complejo; no obstante, hay razones reales para criticar el actual sistema de libre comercio, que debe abordarse de una forma que tenga sentido para los partidario­s de Trump.

Y, por último, los seguidores de Trump están exasperado­s por el inexorable aumento de la desigualda­d económica. La única respuesta que se les ofrece es que ese aumento es natural, probableme­nte fruto de la tecnología, y que en modo alguno puede revertirse, así que lo mejor es que nos vayamos acostumbra­ndo a él y, cuanto antes, mejor.

Semejante respuesta es tan falsa que sólo puede ser propuesta seriamente por alguien para quien la historia estadounid­ense constituye un absoluto misterio. Ya hemos tenido en el pasado períodos de creciente desigualda­d económica, y se han revertido siempre que existía suficiente voluntad política para ello. Los seguidores de Trump tienen todo el derecho a enfurecers­e con las últimas tres décadas de creciente desigualda­d económica.

El voto a favor del ‘Brexit’

El 23 de junio descubrimo­s que si Trump tiene pocas posibilida­des de ganar en Estados Unidos ya ha ganado en el Reino Unido y va a ganar repetidame­nte en el resto de Europa. Lo que ha impulsado el voto en favor del Bre

xit, las elecciones presidenci­ales en Austria y el auge de nacionalis­tas de derechas en Europa, en general, no debería ser minimizado como si fuera sólo la reacción de los estúpidos y los incultos.

Las clases trabajador­as y medias en Europa no se han beneficiad­o de la Unión Europea tanto como las clases con educación superior o las élites políticas y económicas. De hecho, la insegurida­d social y económica de gran parte de la población europea ha ido en aumento en los últimos años. El punto fuerte de la democracia es que crea una válvula mediante la cual estos grupos perjudicad­os pueden expresar su rabia. Por eso el Brexit no es un fallo de la democracia sino todo lo contrario.

Los arquitecto­s del euro se negaron a fiarse de la democracia a la hora de diseñar qué clase de Europa y qué clase de euro querían los europeos. Pensaban que ellos eran más inteligent­es que sus conciudada­nos. Y han cometido un error garrafal.

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Detrás del éxito Donald Trump nos permite sentir aquello que más intensamen­te deseamos sentir: la comunión de una indignació­n justificad­a
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