Votantes de Trump y del ‘Brexit’
Al establishment político estadounidense, a la prensa y a la mayoría del vasto número de detractores les encanta el barullo que rodea la campaña del candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump. Dicho personaje proporciona a Estados Unidos –y a buena parte del mundo– un maravilloso regalo cuyo valor nos incomoda demasiado reconocer en toda su profundidad. Nos permite sentir aquello que más intensamente deseamos sentir: la comunión de una indignación justificada.
Nada parece hacernos más felices que unirnos para dar juntos un respingo de indignación ante algo que es indiscutiblemente detestable. Los racistas que acuden a los mítines de la campaña de Donald Trump alimentan nuestra indignación. Nos estremecemos presos de una furia casi deliciosa ante todos esos rednecks ( estereotipo de un hombre blanco que vive en el interior de aquel país y tiene una baja renta) dispuestos a dar rienda suelta a su odio a los musulmanes. Estamos convencidos de que los partidarios de Trump son lo peor que puede encontrarse en Estados Unidos.
Sin embargo, los seguidores de Donald Trump no son tan estúpidos como queremos creer. Y el hecho de que algunos de los estadounidenses más lerdos y racistas acudan a sus discursos, no justifica que haya que despreciar a los seguidores del candidato republicano como si todos fueran iguales. Muchos de ellos son personas buenas, honradas y trabajadoras; puede que no tengan una gran formación académica, pero a menudo constituyen el pilar de sus comunidades y de su país.
¿Se sienten perjudicados por la inmigración? Sí, y aunque creo que la inmigración siempre ha sido una de las mayores fuentes del éxito estadounidense, también entiendo perfectamente que hace falta tener mucha educación y muchos privilegios para entender que las ventajas son mayores que los costes a corto plazo. Los seguidores de Donald Trump saben perfectamente que algunos de ellos pueden acabar pagando estos costes y que no es algo que puedan permitirse con sus ingresos y ahorros.
¿Y qué hay de su furia ante lo que consideran un comercio internacional injusto? El libre comercio puede tener beneficios globales (y casi con seguridad los tiene), pero tampoco es muy difícil reconocer que el entorno de comercio global es objeto sistemático de trampas por parte de muchos países (sí, a veces también de Estados Unidos), que obran de tal modo porque hay ganancias que obtener a costa de los demás. No cabe duda de que el régimen de comercio global ha beneficiado a ciertos distritos electorales estadounidenses; sin embargo, también ha creado importantes costes para el país y, de modo más importante, ha dado lugar a una redistribución extremadamente desigual de los ingresos.
Puede que los millones de personas, trabajadoras pero con escasa formación que respaldan a Trump no sean capaces de explicarse esos costes con tanta sencillez y seguridad como los banqueros y otros ganadores del libre comercio, que defienden los tratados de liberalización comercial. Pero tienen derecho a quejarse. El comercio es, sin duda, un asunto complejo; no obstante, hay razones reales para criticar el actual sistema de libre comercio, que debe abordarse de una forma que tenga sentido para los partidarios de Trump.
Y, por último, los seguidores de Trump están exasperados por el inexorable aumento de la desigualdad económica. La única respuesta que se les ofrece es que ese aumento es natural, probablemente fruto de la tecnología, y que en modo alguno puede revertirse, así que lo mejor es que nos vayamos acostumbrando a él y, cuanto antes, mejor.
Semejante respuesta es tan falsa que sólo puede ser propuesta seriamente por alguien para quien la historia estadounidense constituye un absoluto misterio. Ya hemos tenido en el pasado períodos de creciente desigualdad económica, y se han revertido siempre que existía suficiente voluntad política para ello. Los seguidores de Trump tienen todo el derecho a enfurecerse con las últimas tres décadas de creciente desigualdad económica.
El voto a favor del ‘Brexit’
El 23 de junio descubrimos que si Trump tiene pocas posibilidades de ganar en Estados Unidos ya ha ganado en el Reino Unido y va a ganar repetidamente en el resto de Europa. Lo que ha impulsado el voto en favor del Bre
xit, las elecciones presidenciales en Austria y el auge de nacionalistas de derechas en Europa, en general, no debería ser minimizado como si fuera sólo la reacción de los estúpidos y los incultos.
Las clases trabajadoras y medias en Europa no se han beneficiado de la Unión Europea tanto como las clases con educación superior o las élites políticas y económicas. De hecho, la inseguridad social y económica de gran parte de la población europea ha ido en aumento en los últimos años. El punto fuerte de la democracia es que crea una válvula mediante la cual estos grupos perjudicados pueden expresar su rabia. Por eso el Brexit no es un fallo de la democracia sino todo lo contrario.
Los arquitectos del euro se negaron a fiarse de la democracia a la hora de diseñar qué clase de Europa y qué clase de euro querían los europeos. Pensaban que ellos eran más inteligentes que sus conciudadanos. Y han cometido un error garrafal.