Airbnb arrancó hace 9 años con el alquiler de dos colchones inflables (‘air bed’) en un piso de San Francisco
Jordi Torres formó parte del equipo que acompañó a Barak Obama en la primera visita a Cuba de un presidente de EE.UU. tras la Revolución de 1959. “Me sentí parte de un momento histórico, en ese viaje anunciamos que Airbnb abría el mercado cubano al resto del mundo”, rememora. El crecimiento de la plataforma en la isla –en un año ha pasado de gestionar 1.000 propiedades a más de 7.000– “no tiene precedentes en la empresa”, destaca durante el encuentro mantenido en la sede de Barcelona, un céntrico ático decorado al estilo funcional y juvenil de las start-up californianas que marcan el rumbo de la nueva economía.
Valorada en 9.000 millones de euros –algunas estimaciones elevan la cifra a 22.000 millones–, la compañía se lo puede permitir. Presente en 34.000 ciudades y 191 países, más de 80 millones de viajeros de todo el planeta han utilizado el servicio, que arrancó hace nueve años con el alquiler de dos colchones inflables ( air bed en inglés) en un apartamento de San Francisco. Actualmente gestiona más de dos millones de alojamientos, cuenta con 20 oficinas y más de 2.000 empleados. Desde su base de Miami, Torres se encarga de una de las áreas geográficas con mayor potencial, pero también debe afrontar el reto de la inseguridad en muchos países de la zona. “Trabajamos muy duro para que Airbnb sea sinónimo de confianza. El boca oreja –los viajeros valoran a los propietarios y viceversa vía on line– es muy importante y un anfitrión que te orienta resulta muy útil”, aduce este barcelonés de nacimiento con raíces en Llançà (Alt Empordà) y gran aficionado al submarinismo.
No es la única cuestión espinosa con la que debe lidiar la empresa, acusada por los hoteleros de competencia desleal, de no tributar –la sede europea se encuentra en Irlanda, país de la UEque ofrece más ventajas fiscales– y asociada a menudo a la especulación inmobiliaria y al fomento del turismo low cost. Barcelona –con cerca de 20.000 anuncios en la plataforma– es una de las ciudades donde más polémica ha generado.
“Queremos pagar impuestos y respetar la forma de entender la ciudad, que es bastante positiva. Estamos dispuestos a dialogar para definir las reglas del juego”, proclama Torres en alusión a la política del Ayuntamiento de Barcelona y la regulación que prepara la Generalitat en el ámbito de la economía colaborativa. A su juicio, se trata de “fricciones propias de un modelo innovador, que colisiona con el statu quo”, pero asegura no competir “con el sector tradicional de la hotele- ría”. Al contrario, argumenta que sus usuarios son viajeros –el promedio de edad se sitúa en 37-38 años– que utilizan sistemas alternativos y que de otra manera no visitarían la ciudad. “Hemos aumentado el tamaño del pastel” sostiene al tiempo que defiende que los beneficios “recaen principalmente en los propietarios” ayudándoles a “mantener su nivel de vida o a llegar a fin de mes”. Especialmente en tiempos de crisis, uno de los factores que explican el éxito de Airbnb. “El anfitrión senior ha crecido mucho. Alquilar una habitación reduce el riesgo de exclusión social en países donde el sistema de pensiones es insuficiente”, destaca.
En esta línea, subraya el carácter “medioambiental” y “anticíclico” de una plataforma que “permite aumentar la capacidad de alojamiento de la ciudad en momentos punta sin necesidad de construir más hoteles”. Y pone como ejemplo el World Mobile Congress de Barcelona. En la pasada edición, un 20% de los visitantes se alojaron en apartamentos de la Airbnb, que se ha abierto al mercado del lujo y cuyo servicio es aprovechado por algunos gestores de apartamentos únicamente turísticos. “Nuestra oferta es muy variada, pero el corazón del modelo sigue siendo el anfitrión no profesionalizado. El 77% tiene un solo anuncio y son los mejores evangelizadores de la plataforma”, defiende Torres.