Carne, biocombustibles y África
NORTE-SUR Hace falta un tabú que evite que los del norte dejemos estómagos africanos vacíos para llenar el depósito del
vehículo
En un libro extraordinario ( Vacas, cerdos, guerras i brujas), el antropólogo Marvin Harris justificaba la racionalidad de muchos rasgos culturales aparentemente absurdos. En el caso del tabú contra la carne del cerdo instaurado por los judíos y heredado por los musulmanes, lo hacía a partir de la adaptación de este animal al medio semiárido de Oriente Medio. En su medio natural, el bosque, el cerdo encuentra alimentos –bellotas, tubérculos– escasamente atractivos para los humanos y encuentra charcos donde le gusta revolcarse con frecuencia. En cautividad, el cerdo debe comer vegetales cultivados por los humanos; en consecuencia, para los primeros judíos y para los primeros musulmanes, el cerdo era un animal que, a diferencia del camello, la cabra o el cordero, competía por los alimentos con los humanos.
Sin duda, concluía Harris, el tabú contra la carne del cerdo era una manera eficaz de prevenir que, para disfrutar del jamón, los ricos sucumbieran a la tentación de privar de alimentos a los pobres. El repugnante comportamiento del cerdo en cautividad reforzaba la prohibición: mientras que los rumiantes sudan en abundancia, el cerdo, que no dispone de glándulas sudoríparas, en ausencia de agua se ve obligado a combatir el calor revolcándose en sus propias deyecciones.
El hecho de que culturas muy alejadas que habían disfrutado del cerdo decidieran colectivamente su exterminio cuando la presión demográfica sobre los alimentos se hizo difícil de gestionar, refuerza la racionalidad del tabú. Vacas La vaca no compite por los alimentos con los humanos, pero una dieta basada en la carne sí lo hace, porque exige unos recursos –en forma de tierra ocupada, agua y energía– muy superiores a los que exige una dieta que no la contenga (o que la contenga con moderación).
Fijémonos exclusivamente en los requerimientos de tierra de cultivo (diferente de la de pasto y de la arbórea). Una dieta basada en el consumo de carne puede exigir el consumo (directo e indirecto) de 800 kg/año de cereales; una dieta ovolactovegetariana, de 450 kg/año; y una dieta vegetariana, de poco más de la mitad de esta última cifra. Esto es así porque 1 gr de proteína de carne exige hasta 6 gr de proteína vegetal. Las cifras anteriores se traducen en 0,5 Hs de tierra de cultivo por habitante en el primer caso, de 0,3 en el segundo y de 0,15 en el tercero.
Aescala planetaria, que 2.000 millones de asiáticos pasen de una dieta con poca carne a una dieta a la europea exige dedicar 400 millones de hectáreas adicionales. Yen el mundo sólo hay unos 1.400 millones de ellas. Biocombustibles Los combustibles derivados de los vegetales tienen la enorme ventaja de que no generan CO2 porque el que emiten había sido previamente capturado por la planta.
El consumo anual de petróleo es de unos 4.200 millones de toneladas/año, con una media de 0,6 por habitante y año. Que 2.000 millones de personas pasen no a la media americana (2,8), sino sólo a la europea (2,2) exigiría un consumo adicional de petróleo de 3.200 millones de toneladas. Como este petróleo no existe, podemos suponer que una de las maneras de hacer frente a este aumento pueda ser que un modesto 5% del total tenga origen vegetal; después de todo, la Unión Europea ha establecido que en el 2020 un 10% del combustible utilizado en el transporte debe ser renovable.
Los biocombustibles pueden obtenerse de un variedad de vegetales, de los cuales la mayoría son comestibles (soja, colza, cacahuete...) y otros no (algas). En el caso de los primeros, la necesidad de tierra es importante, por lo que las 370 millones de toneladas adicionales de biocombustible exigirían dedicar del orden de 310 millones de hectáreas.
África
En lo que va de siglo, la economía del África subsahariana ha estado creciendo a un impresionante 5,5% anual, lo que ha generado un enorme entusiasmo entre los economistas y los inversores. Doce de las veintidós economías del mundo que han crecido más rápidamente están situadas en esta región. El número de familias con ingresos por encima de la subsistencia, y, por tanto, con capacidad de comprar productos no alimenticios, está creciendo más que en ninguna parte. La urbanización ha aumentado también extraordinariamente, abarcando ya la mitad de población, con el correspondiente aumento de la productividad.
Ahora bien, mucha de la población urbanizada no ha sido atraída por la ciudad, sino expulsada del campo. El África subsahariana tiene una superficie que es equivalente a la suma de las de la UE, EE.UU. y Canadá, pero sólo cuenta con 200 millones de hectáreas en cultivo, contra 300 en aquellos tres países. Su población (800 millones) es algo inferior a la de los tres países (870), pero crece muy, muy rápidamente.
Tiene, ciertamente, mucha tierra susceptible de ser transformada de pasto a cultivo: más de la mitad de la que hay en el mundo. Pero el mundo está comprando tierra africana. En lo que va de siglo se estima que unos 124 millones de hectáreas han sido compradas, en buena parte por extranjeros. Se trata de una superficie equivalente a la suma de las de Francia, Alemania y el Reino Unido.
Es posible que África haya entrado en una espiral virtuosa de estabilidad, buen gobierno y crecimiento. Pero también es posible que, como en los 70s y como sucede recurrentemente en Latinoamérica, lo que estemos viendo sea, en buena parte, una consecuencia del boom de los precios de las materias primas. En este segundo caso, sería bueno disponer de algún tabú que evitara que los del norte dejemos estómagos africanos vacíos para poder llenar el depósito del vehículo y poner una costilla de buey en el plato.