La pugna por la economía turca escinde la burguesía islamista
Rivales Mientras Gulen controla las multinacionales, la burguesía islamista de Erdogan se ha beneficiado de las adjudicaciones de la obra pública
El fallido golpe de Estado en Turquía ha sido la última batalla entre dos sectores de la burguesía islamista: el de la cofradía más grande del país, dirigido por el Fettulah Gulen (el clérigo que reside en Pensilvania, EE.UU.) y el de la confederación de las sociedades islamistas alrededor del presidente Tayyip Erdogan. El vencedor es Erdogan y a través de purgas y detenciones quiere “extirpar el cáncer desde su raíz”, según sus palabras. Empezando por los militares golpistas y las decenas de miles de partidarios de Gulen (los miembros de FETO, la organización terrorista de Fetullah, según el Gobierno) purgados de las instituciones públicas, a todos les esperan juicios y castigos graves, hasta la posible pena de muerte para algunos.
Los dos sectores fueron hasta hace ocho años aliados inseparables contra los poderes económicos y financieros tradicionales. Estos últimos, la burguesía laica, creada y mimada por la burocracia Kemalista (del nombre del fundador de la República) siempre se alimentó de las políticas del capitalismode estado. Pero cuando la economía centralista entró a los finales de los 1970 en un proceso de crisis estructural y ante la evidencia de que no le quedaba más remedio que integrarse en el mercado globalizado, la entonces débil burguesía islamista encontró nuevas posibilidades de obtener los recursos del crédito (de Arabia Saudí, Qatar, etcétera) y mercados en Oriente Medio y Asia.
Así que no sólo se fortaleció económicamente (convirtiéndose en el llamado Tigre de Anatolia), sino también políticamente para intentar el asalto al poder. Aunque la burguesía laica se agarrara a los militares Kemalistas que castigaron varias veces a las corrientes islamistas, finalmente el grupo de Tayyip Erdogan, el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) llegó al poder en el 2003, con el apoyo de la corriente de Gulen, empleando un discurso de democracia y libertad contra un “estado verdugo”.
Gulen, sin cargo oficial, también le animó a Erdogan a limitar los poderes del ejército en el régimen, cambiando la proporción del todo poderoso Consejo Seguridad Nacional a favor de los miembros del Gobierno contra los mandos militares, elevando el rango de los comandantes más religiosos y jubilando a otros. Yen el 2007 colaboró con el gobierno de Erdogan (a través de sus fiscales y jueces islamistas afines) en la purga, el juicio y castigo de cientos de militares nacionalistas supuestamente golpistas.
De hecho Erdogan y Gulen no tienen diferencias ideológicas, pero sí económicas y políticas. El Movimiento del Servicio de la cofradía de Gulen controla cientos de empresas, algunas de ellas multinacionales, tiene inversiones financieras e industriales tanto dentro del país como en el extranjero, es hegemónica en varios mercados, le pertenece una gran red de escuelas y universidades, incluso en Oriente Medio y África, y dirige varios medios de comunicación.
Por otra parte, los nuevos ricos del AKPse benefician de las inversiones estatales, de las privatizaciones, de las adjudicaciones de las grandes obras públicas, tienen acceso al crédito barato de la banca turca y quieren ocupar una mejor posición en la bolsa.
Pero el reparto de los intereses no está resultando pacifico. Las contradicciones entre la cofradía mayor y los burgueses islamistas unidos alrededor de Tayyip Erdogan se tensaron con el tiempo y más aún con los buenos resultados del crecimiento económico. La ruptura vino cuando los dos sectores intentaron imponerse en las instituciones estatales y sobre todo con las grabaciones que difundieron los partidarios de Gulen en diciembre del 2013, que demostraban la corrupción de varios miembros del gobierno y hasta del mismísimo primer ministro de entonces, Erdogan.
Ahora los vencedores quieren liquidar la cofradía de Gulen. Noobstante, los partidos de la oposición, las oenegés, los sindicatos y hasta las organizaciones empresariales temen a la posible extensión de la represión gubernamental hasta los derechos democráticos. El estado de excepción declarado en todo el país, que autoriza al gobierno a gobernar por decreto, fortalece este recelo.
Ytodo esto evidentemente crea una atmósfera de inseguridad no solamente política sino también económica. El precio del dólar subió de menos de 2,90 liras turcas a más de 3 en tres días. La bolsa ha perdido más del 6%, lo que señala la salida del capital extranjero invertido a corto plazo por la desconfianza de los inversores a pesar de las declaraciones tranquilizadoras del director del Banco Central. Ypor supuesto, después de los atentados terroristas, el golpe televisado ha rematado el ya débil turismo.
Han sido inmediatas las alertas de los dirigentes de la UEsobre el peligro para la democracia en Turquía, sobre todo por la amenaza del retorno de la pena de muerte a la jurisdicción turca. Unalejamiento de las normas constitucionales del UE, puede llevar al país a una ruptura insalvable con sus socios europeos. Entonces la intranquilidad de los inversores se convertiría en una grave pérdida de confianza con todos sus efectos, algo que la economía turca no podría soportar.