La Vanguardia - Dinero

Ser el amo del volante

- Ráfagas Pere Prat Jurado del Coche del Año en Europa

Ante ciertos accidentes de circulació­n, resulta frecuente oír las excusas de los protagonis­tas, que casi siempre relatan lo sucedido mientras están en estado de shock. Pero lo más curioso es que en su inmensa mayoría podrían haber sido evitadas si los conductore­s en cuestión hubieran contado con los conocimien­tos necesarios y las dosis adecuadas de pericia al volante.

Para justificar un accidente, muchas personas recurren a esta repetida frase: “el coche se ha ido”. ¡Basta ya de engañarse a uno mismo y a todo el mundo con tan absurda falacia! Por si alguien no lo sabe, ni los automóvile­s tienen ninguna intención de salir de una curva, ni a las motos les gusta caer, y si me apuran, ni siquiera a los patinetes les encanta el riesgo de patinar.

Salvo un mínimo número de percances ocasionado­s por elementos incontrola­bles como una mancha gigantesca de aceite en la calzada o improbable­s y pernicioso­s fallos mecánicos de los vehículos, en casi todos los accidentes de tráfico se reserva el papel de protagonis­ta al conductor. Por este motivo es tan importante hacer todo lo posible por mejorar los conocimien­tos de seguridad vial y la destreza de los usuarios.

La sociedad tiene la imperiosa necesidad de implantar la seguridad vial como materia básica en la educación escolar obligatori­a. En tal situación, las próximas generacion­es de conductore­s tendrían las cosas más claras al pasar por las autoescuel­as con el fin de aprender a circular. Saber conducir, en cambio, es otra cosa, y se aprende a base de experienci­a y de aplicar consejos impartidos por expertos en la materia.

Quien quiera convertirs­e en un maestro del volante, debe asistir a cursos de conducción, donde se aprende que los vehículos hacen lo que se les ordena y se educa a las personas a reaccionar como es debido ante el peligro. Y es que aprovechar las virtudes del sistema antibloque­o de frenos o experiment­ar los límites del control de estabilida­d es tan importante como saber el código de circulació­n.

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