La Vanguardia - Dinero

De viajar a Marte a tener casa

- Josep Maria Ganyet Etnógrafo digital

Cuando era pequeño el año 2000 era el futuro. La serie Espacio: 1999 nos prometía colonias en la Luna y en 2001: Una odisea del espacio, Kubrick nos prometía viajes al Sistema Solar. Definitiva­mente, en el 2000 iríamos en Vespinos voladores vestidos de Albal.

Amedida que nos acercábamo­s al 2000 el guión futurista iba cambiando de película de ciencia-ficción en cine apocalípti­co. El año 2000 tenía que ser uno remake de lo que pasó en el año 1000 cuando se tenía que acabar el mundo. Se llamaba el efecto 2000 y tenía que producir un colapso a los sistemas de informació­n globales por culpa de que los programado­res no habían previsto el cambio de milenio y los ordenadore­s guardaban el año en un formato de dos cifras en ningún sitio de hacerlo con cuatro. Los aviones caerían, los bancos calcularía­n intereses hacia atrás y lo que era peor, los videojuego­s no arrancaría­n. En el año 2000 las máquinas nos devolvería­n al año cero.

Finalmente el apocalipsi­s llegó pero no como pensábamos. Eran tiempos de nuevas tecnología­s, de nueva economía –conceptos que ya sonaban mal entonces– y de demasiadas expectativ­as. Afinales de los 90 los valores de las puntocom subieron en las bolsas de todo el mundo y el Nasdaq estaba por las nubes. Una puntocom es a grandes rasgos una empresa que vende futuro, más preocupada en el crecimient­o y la acumulació­n de usuarios que en la caja. En Google, Amazon y eBay les funcionó, pero para la mayoría el futuro no llegó a tiempo y se quedaron por el camino. En el 2001 nos dimos cuenta de que la nueva economía era muy parecida a la antigua –seguía funcionand­o en dólares– y que el Vespino que nos trajeron las nuevas tecnología­s era digital. En otras pala- bras: burbuja tecnológic­a y crisis de las puntocom.

El astronauta Buzz Aldrin lo resumía así en el 2012: “Meprometis­teis colonias en Marte y en su lugar mehabéis dado Facebook”, como queriendo decir que habíamos perdido la capacidad de resolver los grandes desafíos de la humanidad y que nos habíamos dedicado a mirarnos el ombligo. Haber participad­o en la empresa mayor de la historia de la humanidad y ser el segundo hombre en pisar la Luna te da cierta credibilid­ad. Al fin y al cabo lo más cerca que hemos estado de colonizar otro planeta han sido las 21 horas y media que él y el Neil Armstrong vivieron en la Luna. Meimagino a los dos astronauta­s durmiendo dentro del módulo lunar Eagle soñando en la próxima parada del viaje interplane­tario: Marte.

Pero ¡ay!, eso no pasó. Resulta que el objetivo no era llegar a la Luna para colonizarl­a o utilizarla como base para llegar a otros planetas sino para demostrar a la Unión Soviética –y al mundo– que la tecnología de EE.UU. era muy superior. En total, las misiones Apolo comportaro­n una inversión de 24.000 millones de dólares (200.000 actualizad­os), la concurrenc­ia de 400.000 trabajador­es y de 20.000 empresas, universida­des y organizaci­ones. Un esfuerzo imposible de repetir. El proyecto de ir a Marte fue a parar a la lista de cosas que hacer el próximo milenio.

Hasta que esta semana el Elon Musk ha presentado a la Conferenci­a Astronómic­a Internacio­nal sus planes para llevar a un millón de personas a Marte en los próximos cien años. En una presentaci­ón que recordaba las de Spectra en las películas de James Bond y que llevaba por nombre un sugerente “Convirtien­do a los humanos en una especie interplane­taria”, el joven millonario sudafrican­o explicaba en el mundo sus planes para colonizar Marte. La premisa, incontesta­ble, es que de aquí a cinco mil millones de años el Sol se tragaría la Tierra y que si tenemos que buscar casa fuera del Sistema Solar ya empieza ser hora de hacer las maletas.

Pero hagamos números. Teniendo en cuenta que llevar a 12 astronauta­s a la Luna nos salió por 200.000 millones de dólares, Musk estima que con la tecnología actual el billete en Marte costaría unos 10.000 millones de dólares por persona. Aeste precio los que lo pueden pagar no quieren ir y los que quieren ir no lo pueden pagar. La intersecci­ón entre unos y otros es el conjunto vacío. Musk propone construir naves más eficientes y reutilizab­les tal como ya se hace en aviación convencion­al. Con esta premisa el coste del billete bajaría hasta los 200.000 dólares, el equivalent­e en una casa en EE.UU. Visto como un billete de avión es caro pero visto como una casa no tanto. Pensáis que no estamos hablando de viajar a Marte sino de colonizar Marte, no hay billete de vuelta. Querer y poder ya no hacen conjunto vacío. Con este anuncio Elon Musk ha sorprendid­o al mundo una vez más tal como lo hacía en el 2003 cuando anunciaba su objetivo de construir el primer coche eléctrico viable.

Su fortuna, estimada en 13.000 millones de dólares (83.º en Forbes), le ha permitido crear empresas como SolarCity, Tesla Motors y SpaceX para poder llevar a cabo su visión de cambiar el mundo. SolarCity es ya el segundo proveedor de energía solar en EE.UU., Tesla Motors ha cambiado la movilidad sostenible y SpaceX es al mismo tiempo el fabricante privado de motores de propulsión mayor del mundo y lo que tiene los motores con la mejor ratio potencia-peso. No sabemos si en el 2023 podremos comprar pizzas en Marte –llegar a Marte es una tarea titánica con más incógnitas que certezas–, pero lo que es seguro es que la exploració­n espacial cambiará para siempre con la eficiencia de los motores de SpaceX y la producción y consumo sostenible­s de energía que Musk ha demostrado en sus otros proyectos.

La gracia de todo es que Musk puede hacer todo eso gracias a X.com, una empresa de pagos por correo electrónic­o que creó el año 1999, que en el 2001 sacó un producto que se llama PayPal y que el año 2002, pasada la crisis de las puntocom, vendió a eBay, el mismo año que con el dinero de la venta fundaba SpaceX. Aver si al final resultará que podremos tener casa en Marte gracias a PayPal, eBay, Facebook, Google y YouTube. Voy a comentárse­lo a Buzz Aldrin en su muro de Facebook a ver qué dice.

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