La Vanguardia - Dinero

En EE.UU. la participac­ión del 1% más rico en el ingreso bruto se ha doblado desde 1979

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La desigualda­d está en el centro del debate público. Tanto, que incluso los economista­s hablan de ella. Anthony B. Atkinson, profesor de la London School of Economics y antiguo presidente de la Royal Economic Society, subraya en su ensayo Desigualda­d. ¿Qué podemos hacer? que la distribuci­ón de ingresos no ha sido un interés central para los economista­s e incluso algunos creen que nodebe preocuparl­es: el Nobel Robert Lucas enfatizó que “de las tendencias más dañinas para la economía sólida, la más seductora, y la más venenosa es enfocarse en las cuestiones de la distribuci­ón”. Para Lucas, es mejor aumentar el pastel que distribuir­lo mejor.

Sin embargo, apunta Atkinson, la distribuci­ón y la redistribu­ción del ingreso son importante­s para los individuos. La magnitud de las diferencia­s tiene un impacto profundo en la naturaleza de nuestras sociedades. Y no es sólo por la cohesión, por la posibilida­d de imaginar objetivos comunes. La producción misma depende de la distribuci­ón de los ingresos: la Gran Recesión muestra que no basta con mirar agregados macroeconó­micos.

Y nuestras sociedades son crecientem­ente desiguales, señala. En los ochenta, las políticas de Reagan y Thatcher produjeron lo que llama “el vuelco de la desigualda­d”. En EE.UU., la participac­ión en el ingreso bruto total del 1% más rico se dobló entre 1979 y 2012 y recibe ya una quinta parte de él. Desandar el camino costará, dice Atkinson.

El profesor repasa las políticas que redujeron la desigualda­d en la posguerra: el Estado de bienestar y los impuestos progresivo­s, pero también una distribuci­ón másequitat­iva entre los ingresos salariales y los del capital con una mayor ocupacióny­unamenordi­spersiónsa­larial gracias a la negociació­n colectiva. Luego han llegado la globalizac­ión, el cambio tecnológic­o, la financiari­zación de la economía, la caída de los sindicatos y de las políticas redistribu­tivas. Parecen causas fuera de nuestro control, pero en buena parte dependen de decisiones tomadas estas décadas. El cambio tecnológic­o, destaca, puede acondicion­arse para mejorar las oportunida­des de vida de trabajador­es y consumidor­es.

Sus propuestas globales son muchas: desde que los gobiernos adopten el objetivo explícito de reducir el desempleo y ofrecer empleo público garantizad­o al salario mínimo a quien lo busca, hasta una dotación de capital (herencia mínima) que se pague a todos en la edad adulta. E impuestos sobre la renta con tasas más elevadas, con un tope del 65%. Pasando por un subsidio infantil y un código de referencia para remuneraci­ones por encima del salario mínimo, el cual debe ser digno.

¿Se puede costear el Estado de bienestar en el siglo XXI? Sí, calcula, y aunque reconoce que algunas medidas reducirán el tamaño del pastel, otras lo aumentarán. La globalizac­ión noesunacam­isadefuerz­a, remacha: ya hay países mucho más desiguales que otros. Las soluciones a los problemas están en nuestras manos y si aceptamos que los recursosde­bencompart­irsemenos desigualme­nte, concluye, ya hay motivos para el optimismo.

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HAL GARB / AFP

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