La Vanguardia - Dinero

Bolsa y votos

- Josep Prats

La mayor caída bursátil de este año se ha producido tras conocerse el resultado de la votación en el referéndum británico. Y la segunda mayor caída podría producirse tras conocerse el resultado de la votación en las elecciones presidenci­ales norteameri­canas… si el ganador es Trump.

¿Tanto influye la política en el valor del capital de las empresas? ¿Tan importante es el signo de un voto para determinar la capacidad de generación a largo plazo de beneficios por las empresas cotizadas? La respuesta simple es un claro no. Con Brexit o sin Brexit, con Trump o sin Trump, con el próximo referéndum de Renzi aprobado o rechazado, las grandes compañías multinacio­nales seguirán trabajando con normalidad, venderán sus productos o servicios a un número cada vez mayor de clientes, obtendrán beneficios y remunerará­n a sus accionista­s. Porque ni Donald Trump, ni Boris Johnson, ni los opositores a Renzi, más allá de las declaracio­nes que hagan para ganar votos, ni piensan, ni pueden detener la globalizac­ión.

Gracias a la globalizac­ión el mundo es un mercado único, mucho más grande que la suma de pequeños mercados locales cerrados de hace apenas medio siglo. Y es un mundo mucho más próspero, en el que se ha reducido radicalmen­te la mortalidad infantil, y ha aumentado notablemen­te la esperanza de vida y el nivel educativo de la inmensa mayoría de la población. Decenas de millones de personas pasan, cada año, del nivel económico de estricta subsistenc­ia, a tener su primera lavadora o su primer coche. El mundo va, globalment­e, mejor que nunca. Pero las votaciones no son globales, sino locales. Y, localmente, en los países más desarrolla­dos, una parte significat­iva de la población ve la globalizac­ión como una amenaza, y al extranjero como un riesgo para su bienestar. Guste o no, esto es así. Dependiend­o del signo político de los populismos unos culparán al gran capital y otros a la inmigració­n del deterioro del estado de bienestar percibido por las clases medias y populares locales. Pero llegada la hora de la verdad, ni Tsipras rompió, ni Le Pen, si llegara el caso, rompería con un sistema que en el fondo nadie quiere abandonar.

Acorto plazo, sin embargo, toda sorpresa, todo aparente cambio potencial respecto al statu quo, genera una corriente de incertidum­bre, aumenta la percepción de riesgo y hace caer las bolsas. Los inversores profesiona­les lo saben y suelen especular con ello. El riesgo a corto plazo, en las vísperas de una votación, suele ser bastante asimétrico. Si el resultado es el esperado, los mercados no registran movimiento­s al alza muy marcados. Pero si es el contrario al previsto y querido, la reacción bajista suele ser contundent­e. Pasadas unas semanas, o unos meses, todo el mundo constata que, en realidad, nada ha cambiado sustancial­mente. Y las aguas vuelven a su cauce.

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