Bolsa y votos
La mayor caída bursátil de este año se ha producido tras conocerse el resultado de la votación en el referéndum británico. Y la segunda mayor caída podría producirse tras conocerse el resultado de la votación en las elecciones presidenciales norteamericanas… si el ganador es Trump.
¿Tanto influye la política en el valor del capital de las empresas? ¿Tan importante es el signo de un voto para determinar la capacidad de generación a largo plazo de beneficios por las empresas cotizadas? La respuesta simple es un claro no. Con Brexit o sin Brexit, con Trump o sin Trump, con el próximo referéndum de Renzi aprobado o rechazado, las grandes compañías multinacionales seguirán trabajando con normalidad, venderán sus productos o servicios a un número cada vez mayor de clientes, obtendrán beneficios y remunerarán a sus accionistas. Porque ni Donald Trump, ni Boris Johnson, ni los opositores a Renzi, más allá de las declaraciones que hagan para ganar votos, ni piensan, ni pueden detener la globalización.
Gracias a la globalización el mundo es un mercado único, mucho más grande que la suma de pequeños mercados locales cerrados de hace apenas medio siglo. Y es un mundo mucho más próspero, en el que se ha reducido radicalmente la mortalidad infantil, y ha aumentado notablemente la esperanza de vida y el nivel educativo de la inmensa mayoría de la población. Decenas de millones de personas pasan, cada año, del nivel económico de estricta subsistencia, a tener su primera lavadora o su primer coche. El mundo va, globalmente, mejor que nunca. Pero las votaciones no son globales, sino locales. Y, localmente, en los países más desarrollados, una parte significativa de la población ve la globalización como una amenaza, y al extranjero como un riesgo para su bienestar. Guste o no, esto es así. Dependiendo del signo político de los populismos unos culparán al gran capital y otros a la inmigración del deterioro del estado de bienestar percibido por las clases medias y populares locales. Pero llegada la hora de la verdad, ni Tsipras rompió, ni Le Pen, si llegara el caso, rompería con un sistema que en el fondo nadie quiere abandonar.
Acorto plazo, sin embargo, toda sorpresa, todo aparente cambio potencial respecto al statu quo, genera una corriente de incertidumbre, aumenta la percepción de riesgo y hace caer las bolsas. Los inversores profesionales lo saben y suelen especular con ello. El riesgo a corto plazo, en las vísperas de una votación, suele ser bastante asimétrico. Si el resultado es el esperado, los mercados no registran movimientos al alza muy marcados. Pero si es el contrario al previsto y querido, la reacción bajista suele ser contundente. Pasadas unas semanas, o unos meses, todo el mundo constata que, en realidad, nada ha cambiado sustancialmente. Y las aguas vuelven a su cauce.