Italia decide el futuro de Matteo Renzi
de hacia dónde se encaminaban las principales economías. Son ejemplos de ello, la continua letanía de Mario Draghi sobre que el Banco Central Europeo estará siempre dispuesto a actuar; las dudas de Bernanke y Yellen (Reserva Federal de Estados Unidos) acerca de cuándo deberían elevarse los tipos de interés; o los avances y retrocesos de las políticas del Banco del Japón o del de Inglaterra.
Pero si sobre el futuro no había consenso, sí lo había, y lo hay, sobre los efectos de tanta relajación monetaria, como viene denunciando el Bank of International Settelements (BIS): esta política provoca burbujas de precios en los activos (bolsa, bonos, divisas e inmobiliarios) que, inevitablemente, acabarán estallando. Ello quiere decir que la política monetaria está ya muy cerca de sus límites. De ahí la demanda de mayor activismo fiscal de Lagarde y el Fondo Monetario Internacional, aunque con muchas cautelas (sólo gasto que eleve la productividad y en países que puedan permitírselo). Y lo mismo puede postularse de la demanda de profundizar en las reformas pero, al mismo tempo, generar espacio para una política más expansiva !La cuadratura del círculo!
Tercero, con riesgos sobre el crecimiento por el auge antiglobalizador. Preocupaciones que han sido destacadas tanto por Victor Constanço, el vicepresidente del Banco Central Europeo, como por la Comisión o el Fondo Monetario Internacional ( Economic Forecast y Financial Stability Report, ambos de octubre). Y ahí, la marea no ha alcanzado todavía su máximo. Porque aunque en Europa el detonante haya sido la crisis de refugiados, no se puede olvidar el carácter antiglobalizador y ultranacionalista de potentes movimientos antieuro en Holanda, Francia e Italia; o de los claramente anti-Unión Europea y, en algunos casos, pro rusos de Hungría, Eslovenia, Eslovaquia, Polonia o Bulgaria.
Esa incertidumbre se había acrecentado con el Brexit. Y aunque hasta hoy sus efectos han sido modestos, el canciller del Exchequer Philip Hammon acaba de destacar su impacto negativo sobre la productividad y el producto interior bruto y un agujero fiscal de 140.000 millones de libras (unos 164.000 millones de euros según el cambio actual): malas perspectivas para los socios británicos.
Además, en este terreno todavía existen potenciales nuevos accidentes. El 4 de diciembre, el presidente italiano Matteo Renzi somete su proyecto de reforma a consulta, y parece que perderá. Los temores a ello se han traducido ya en alzas de tipos, de forma que la deuda italiana a diez años ha superado el 2% por vez primera en 14 meses. Y tras ese referéndum, acecha el que propone Beppe Grillo sobre el euro. Por si todo lo anterior no fuera suficiente, en una posible contienda Fillon-Le Pen en Francia por la presidencia, las recetas thacheristas de Fillon pueden hacerle difícil el apoyo de los votantes de izquierda. El efecto Trump ¿En qué medida Trump ha alterado esta situación? De forma radical. Sus efectos, no todos evidentes en el corto plazo, se vehicularán a través de tres canales.
El primero, efectos alcistas sobre precios y tipos de interés de su programa de reducción de impuestos y expansión de gasto. Y aunque, hasta hoy, los mercados tiran al alza empujados por las perspectivas de desregulación, impulso a las energías del carbono, reducciones fiscales y mayor inversión pública, habrá que ver qué pasa cuando los tipos comiencen a subir.
El segundo canal, más preocupante en el medio plazo, es el del proteccionismo, por sus negativos efectos sobre nuestro crecimiento. Y el que una de sus primeras medidas vaya a ser denunciar el TPP (Trans-Pacific Partnership Agreement) no es ciertamente alentador.
Finalmente, el tercero ha sido inmediato: el colapso del liderazgo americano en Europa, un choque que los países aliados difícilmente olvidarán. Lo expresa a la perfección la desesperación ale- mana por la irrupción de este nuevo mundo trumpiano: allá los medios se interrogan sobre si se está hablando en serio de una hegemonía alemana económica, política y militar.
Hasta ayer, preocupados por el activismo monetario y un futuro desconocido. Hoy, sin solución de continuidad, atemorizados por las alzas de tipos, sus impactos sobre países endeudados como España, la amenaza de un renacido nacionalismo económico y un horizonte más incierto todavía. Pero Trump no es la causa. Es sólo un síntoma. El de la emergencia de un nuevo mundo de radical incertidumbre. Sólo resta el consuelo de lo previsible: la candidatura de la canciller alemana Angela Merkel. Siempre nos quedará Berlín.
Si sobre el futuro no había consenso, sí lo había, y lo hay, sobre los efectos de tanta relajación monetaria Las recetas thacheristas de Fillon pueden hacerle difícil el apoyo de la izquierda francesa