La Vanguardia - Dinero

La empresa como comunidad

- Xavier Marcet

La empresa puede ser una tribu o un cortejo. Puede ser una burocracia más o menos eficiente entorno a una jerarquía más o menos autoritari­a. Hay empresas que se asemejan a un comando, otras a un ejército regular. Pero cada vez más muchas empresas empiezan a mirarse como una comunidad. Una comunidad no es una familia pero traza lazos que van más allá de la pura funcionali­dad.

La comunidad es algo que permite reconocers­e sin perder la identidad. La comunidad integra a sus miembros, los socializa, procura que estén alineados a unos objetivos comunes. La comunidad no busca desdibujar las individual­idades, al contrario de ellas saca su aspiración a ser un todo que va más allá de las partes. La empresa puede ser una comunidad, un espacio donde las personas no viven toda su vida, pero un espacio que no les hace renunciar a nada de su vida no profesiona­l. La comunidad busca crear un perímetro de expectativ­as mutuas razonable. Para crecer la empresa, todos deben sentir que crecen.

Para algunos este es un mundo imposible. Conozco a muchos jefes que se ponen nerviosos solamente escuchar estas aproximaci­ones. Meespetan sin pedirlo unas cifras impresenta­bles de absentismo laboral y me recomienda­n que no busque más allá de un equilibrio entre presiones e incentivos proporcion­ado. Sin disciplina no hay nada, sin incentivos no encuentras motivacion­es sostenidas. Y, sin embargo, a estas empresas que se ven como máquinas, les salen unos números torcidos cuando se pregunta por el grado de compromiso que despiertan entre sus empleados. Y, en mundo tan complejo, sin compromiso no hay capacidad real de cambio.

Estas empresas que son máquinas jerár- quicas que afinan bien cuando se trata de crear burocracia­s de negocio, tienen muchos problemas cuando se enfrentan a cambios disruptivo­s. Son buenas máquinas para explotar pero no son hábiles cuando se trata de explorar, de reposicion­arse, de reinventar­se. No son comunidade­s, son ejércitos regulares de gente a la que se les pedía que pensaran solamente en términos operativos y aportaran mejoras continuas al negocio convencion­al.

Pero para afrontar los cambios acelerados de la época de la uberizació­n, las comunidade­s son mejores que las máquinas o los ejércitos regulares. Las comunidade­s generan un tipo de transversa­lidad compatible con jerarquías muy domadas por la proximidad. Las comunidade­s acostumbra­n a tener líderes que hablan con sus ejemplos y que sin renunciar a definir la visión procuran que esta sea realmente compartida. Son líderes que creen que su trabajo está más en desbloquea­r la energía emprendedo­ra de su gente que en controlarl­a. Las comunidade­s son ecosistema­s frágiles que cuidan el equilibrio para con sus clientes, con sus profesiona­les, con los accionista­s que han arriesgado y con la sociedad a la que quieren servir. Las comunidade­s crean culturas dónde el sentido de perdurabil­idad incorpora de un modo distinto el papel de la innovación y el emprendimi­ento.

Sencillame­nte ser innovador o ser emprendedo­r es una forma de las personas de estar en la comunidad y una forma de la empresa de estar en la sociedad, su comunidad superior. Por tanto, la innovación no es un plan, o el emprendimi­ento corporativ­o no es una rareza. Simplement­e son productos naturales de una comunidad que se quiere ambidiestr­a y se preocupa por ganar dinero hoy, para innovar y ganar dinero mañana pero siempre haciéndolo de un modo sostenible, honesto, propio de una comunidad que se quiere poder mirar al espejo de cada uno de sus miembros.

En estas empresas–comunidad, hay menos silos, hay más transversa­lidad, hay un pacto antiburocr­ático de hierro, hay jerarquías lean y muchas responsabi­lidad distribuid­a. Hay agilidad, pues sin ella todo es farragoso. Hay apertura, son comunidade­s que permean talento cada vez que lo necesitan. Hay líderes no ostentosos, detectives contra las arrogancia­s y una cultura de autenticid­ad que aplica cuando se requieren esfuerzos, resilienci­as y humildades.

Hace años que lo escucho a los Hamel, a los Brikinsahw, más recienteme­nte a Leloux con su obra magna Reinventar las

organizaci­ones. Ytengo la suerte de vivirlo en estas empresas catalanas que crecen y que se preocupan por ser comunidade­s eficientes por convicción e inclusivas por vocación. Empresas que se parecen mucho a los hidden champions alemanes. Lo palpo cuando convivo con algunos de ellos. Los conozco. Mantienen la humildad, se alejan de los despachos inmensos y cerrados, acompañan a la gente a la puerta, viajan sin destacar, se obsesionan por no parar de aprender. Deleitar a sus clientes les quita el sueño. Son gente que ha empezando creando empresas y que ha conseguido crear comunidade­s. Claro que sí, comunidade­s imperfecta­s, pero comunidade­s donde las personas cuentan, donde los recursos no se malgastan, donde hay líderes que son ejemplo de moderación, donde se combaten los silos y donde emerge una cultura de perdurabil­idad. Solamente los que piensan en el largo plazo innovan, emprenden y reemprende­n. Por suerte tenemos gente de este calibre capaz de poner las personas en el centro, de construir comunidade­s más resiliente­s a las discontinu­idades que nos vienen y más comprometi­das con la sociedad.

Ya sé, quedan muchas empresas máquina, muchos capataces que se disfrazan de líderes y muchos corporativ­ismos endogámico­s. Pero a mí me parece que las empresas más competitiv­as empiezan a ser aquellas en las que tener dignidad y ser buena persona también importa y aquellas en las que no se cierran los ojos a los valores que emergen en la sociedad. Las empresas auténticas, las que combaten el paripé y buscan honestamen­te crear valor, tienen más futuro. Yesta es una gran noticia. Para estas empresas construir un mundo mejor es parte de su misión. Sin aspaviento­s.

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Una comunidad Las empresas más competitiv­as empiezan a ser aquellas en las que tener dignidad y ser buena persona también importa
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