Pals, Tossa y el cemento
Uno de los pocos aspectos positivos de la crisis ha sido el paro de la fiebre constructora en la costa y en los parajes más sensibles del país. En términos generales, podemos decir que existe un amplio consenso al considerar que los niveles de empleo del litoral catalán son lo bastante elevados como para añadir más presión.
El informe Auken aprobado por el Parlamento Europeo en el año 2009 ya llegó a proponer la suspensión de cualquier plan urbanístico nuevo y sugería la interrupción de los fondos estructurales en España. Con una ocupación del litoral de cerca del 45%, Catalunya representaría la segunda comunidad del Estado con menor superficie de costa natural.
Ahora que parece que hemos dejado la crisis atrás, todo parece indicar que los municipios costeros empiezan a despertarse de una larga hibernación, dispuestos a poner en marcha la máquina de cemento, paradigma por excelencia de un modelo insostenible y de un círculo vicioso de permisos y licencias que no tiene traba. Así ha estado durando muchos años, un día sí y otro también, hasta la llegada de la crisis. Exactamente como el día de la marmota.
El pasado 21 de octubre, la prensa hacía público el proyecto del Ayuntamiento de Pals de incrementar en 2.440 el número de viviendas en un espacio costero de alto valor ecológico y paisajístico. Y el 14 de noviembre, nos sacudió con el debate de Tossa para mantener la costa virgen o construir un puerto, un hotel y un puñado de chalets. Ambos proyectos son un ejemplo que, a diferencia de Bill Murray, nuestros actores han sido incapaces de aprender nada de la experiencia pasada.
La insistencia en la sobreocupación de los espacios litorales no sólo supone su degradación, sino que comporta consecuencias económicas en términos de la reducción de su atractivo para actividades terciarias como el turismoy puede estar predestinada a ampliar los excedentes de la oferta inmobiliaria existente.
En los últimos años, la mayor parte de los sectores de nuestra economía se han tenido que reinventar. El sector de la construcción y el inmobiliario no tendrían que ser una excepción. El mundo del 2016 no tiene nada que ver con el del 2008 y los proyectos en cuestión no son nada más que la reproducción de las viejas políticas urbanísticas, por mucho que las disfracemos.
La protección del territorio exige una visión a largo plazo, orientada al bien común y alejada de las presiones y de los intereses que a menudo contaminan las políticas locales. En definitiva, una visión de país adelantado. Hablar hoy día de moratorias quizás no queda lo bastante bien, pero el cierto es que en materia de conservación del territorio y, en particular, en materia de proyectos urbanísticos en el litoral, ya hace años que tendríamos que haber aprobado una moratoria generalizada sin ningún tipo de embudos.
El litoral catalán Los proyectos de Pals i Tossa no son nada más que el retorno de las viejas políticas urbanísticas, por mucho que las disfracemos