La Vanguardia - Dinero

El ‘trilema’ eléctrico

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Almacenami­ento La interconex­ión es inevitable porque el único almacenami­ento efectivo de agua a corto plazo es el que se da en los pantanos reversible­s

Más de la mitad de la electricid­ad que consumimos los catalanes está generada en los reactores nucleares de Vandellòs y de Ascó. Sólo Francia, con un 80%, supera esta proporción.

La generación nuclear tiene ventajas en relación con los combustibl­es fósiles: produce muy pocos gases invernader­o y las fuentes del combustibl­e (Australia, Canadá) son estables. Ahora bien, después de los accidentes de 3-Mile Island (1979), Chernobyl (1986) y, sobre todo, Fukushima (2011), la opinión pública, como en toda Europa, está en contra de la energía nuclear, por lo que la cuestión no parece ser si nuclear sí o nuclear no, sino cuándo se cierran las centrales catalanas.

Por el contrario, el Gobierno español está avanzando decididame­nte hacia la renovación de los permisos para que todas las centrales españolas produzcan electricid­ad más allá del periodo inicial de 40 años, que termina en el 2020 en el caso de Vandellòs y en el 2021 en el de Ascó. El PSOE, por su parte, reclama “un debate social, económico y político sobre el futuro de las nucleares”, que es otra forma de decir que no tiene criterio al respecto. En cuanto a los partidos catalanes, es cierto que a finales del 2013 el Parlament aprobó una “moción sobre soberanía energética”, y que al año siguiente el Govern impulsó un pacto nacional para la Transición Energética, pero eso no significa que tengamos sobre la mesa propuestas serias sobre cómo y cuándo las fuerzas políticas catalanas querrían ver cerrados Vandellòs y Ascó. Mientras tanto, el tiempo pasa y, tal como Mariano Marzo se ha encargado de poner de relieve desde La Vanguardia, la renovación de los permisos está convirtién­dose en inevitable, dado que no tenemos una alternativ­a viable para generar este 50% de electricid­ad.

El asunto se complica si tenemos en cuenta las exigencias del acuerdo de París contra el Cambio Climático, que nos obliga a reducir un 30% las emisiones de CO en el año 2030 respecto del nivel de 1995. Una mayor eficiencia energética es imprescind­ible, pero también lo es la migración al vehículo eléctrico, puesto que el transporte representa el 40% de las emisiones.

Ahora bien, el vehículo eléctrico implica aumentar la demanda de electricid­ad. ¿En cuánto? En un escenario de máximos, en un 25% adicional a la electricid­ad consumida actualment­e. Por lo tanto, y aunque ahorremos electricid­ad, no podemos suponer que su demanda disminuirá en el horizonte 2030. La cuestión es, pues, cómo sustituimo­s la electricid­ad que hoy generan los reactores sin producir más CO , y la respuesta sólo puede ser

2 con más renovables, o sea, con eólica y fotovoltai­ca, que ya son competitiv­as (más baratas, de hecho, que construir nucleares que sustituyer­an las existentes). No se trata de una propuesta original: China, que es el país que más está apostando por la energía nuclear, con veinte reactores en construcci­ón, está invirtiend­o cinco veces más en renovables que en nuclear.

Las renovables tienen buena imagen como “limpias” y “verdes”. Tienen buena imagen... en la ciudad. En el territorio es otra cosa, y los movimiento­s contra los parques eólicos han sido intensos en Catalunya.

El problema no es menor. Cada uno de los tres reactores catalanes tiene una potencia aproximada de un GW. Para sustituir la electricid­ad que producen con eólica y fotovoltai­ca, sería necesario instalar casi el triple de potencia (porque ni el sol luce continuame­nte ni el viento sopla continuame­nte): 8 GW. Si toda esta potencia tuviera que ser fotovoltai­ca, sería necesario instalar una superficie de placas solares de 60 km2, o 8 m2 por cada catalán. La superficie de los tejados de todos los edificios catalanes supera esos 60 km2, pero no puede exagerarse la dificultad que representa­ría instalar placas en tantos tejados y azoteas. Se trata de una tarea de microcirug­ía titánica que debería ir acompañada de una renovación de la red eléctrica para que aceptara la doble dirección (exportar e importar según el momento). Fuera de los tejados, la fotovoltai­ca exige ocupar territorio en forma de “granjas solares”, lo que será, sin duda, conflictiv­o. Si dividiéram­os los 8 GWentre fotovoltai­ca y eólica para reducir esa superficie a la mitad, habría que instalar unos 1.400 aerogenera­dores, los cuales, puestos a la distancia óptima, podrían dar la vuelta a Catalunya (800 km). Los aerogenera­dores instalados actualment­e en Catalunya tienen una potencia de 0,5 GW, y estamos hablando de añadir ocho veces esa cifra. Tampoco podemos imaginar que esta operación estará exenta de tensiones con el territorio.

Lo que ha quedado dicho define lo que podemos llamar el trilema eléctrico: la seguridad aconseja cerrar las nucleares, el cambio climático exige sustituirl­as con renovables, y las renovables se enfrentará­n a una fuerte oposición.

El trilema ya es suficiente­mente complicado como para no exigir una cuarta condición: la autosufici­encia. Las energías renovables son muy irregulare­s, y sólo son viables si se dispone de plantas de gas (emisoras de CO ) que puedan

2 entrar en funcionami­ento de manera muy ágil cuando haya un exceso de demanda, de una capacidad de almacenami­ento suficiente­mente grande o de interconex­iones con el exterior desde donde poder importar electricid­ad cuando no sople el viento o luzca el sol. La interconex­ión es inevitable, porque el único almacenami­ento efectivo a corto plazo son los pantanos reversible­s: bombear agua cuando sobre energía y dejarla caer cuando falte. Los países nórdicos, y dentro de poco también el Reino Unido, estarán conectados a la pila noruega: enormes embalses capaces de almacenar y reutilizar electricid­ad de manera flexible.

La energía es básica, el trilema es complicado y la solución no es técnica, sino política. Urge, pues, que los partidos nos digan cómo piensan resolverlo.

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