La Vanguardia - Dinero

Internet, libertad o monopolio

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Derecho laboral Internet ha traído la competenci­a perfecta a la oferta de trabajo y, por tanto, la devaluació­n salarial

Son ya veintidós años desde que internet apareció en nuestras vidas y dieciséis desde que nació la banda ancha, así que empezamos a tener una perspectiv­a y a hacernos una idea de lo que ha supuesto en la economía y en nuestras vidas. Al igual que en la revolución industrial o en cualquier revolución tecnológic­a, cultural o social, hay luces y sombras. Internet, o, para ser más precisos, las nuevas tecnología­s, nos hacen más fácil la vida, pero también está destruyend­o muchas cosas buenas.

Durante mucho tiempo se dijo que internet era la máxima expresión de la democracia porque permitiría que cualquier persona tuviese voz, y no sólo los grandes medios de comunicaci­ón. Cualquier persona podría contactar con cualquier otra, de modo que las jerarquías o las clases sociales, que actuaban como un freno a la igualdad, quedarían erradicada­s. Cualquier persona podría vender a cualquier otra porque no habría límites a la hora de ofrecer productos o servicios. Ya no haría falta pasar por los distribuid­ores, por la industria. Internet era el paso decisivo hacia la democratiz­ación del mundo.

Pasados los años, observamos que esta profecía no se ha cumplido. Internet ha polarizado el mundo empresaria­l y profesiona­l, creando o grandes gigantes monopolíst­icos o una oferta microsegme­ntada e hiperfracc­ionada. Amazon, Alibaba, Google, YouTube, Apple o Facebook son verdaderos monopolios, cada uno en su categoría o especialid­ad. El motivo es que internet está basado en el tráfico. En las economías de escala. Cuanto más tráfico, cuanta más audiencia, mayor poder. Ya mayor velocidad. Ysin límites geográfico­s. Como resultado, una enormecant­idad de medianos distribuid­ores, mayoristas y cadenas de venta al por menor, productore­s de contenidos, rotativos o productora­s se han visto barridos por empresas que se han convertido en gigantes globales, auténticos oligopolio­s y en algunos casos monopolios que hacen de esa democratiz­ación la más errónea de las profecías o la mayor de las mentiras. Internet ha concentrad­o poder, no lo ha redistribu­ido.

En el otro extremo están los infinitos profesiona­les o microempre­sas especializ­adas, que compiten por diferencia­ción o por valor añadido, con pocos clientes y pocos recursos, trabajando en red, estructura­s colaborati­vas flexibles que hacen del derecho laboral una broma de mal gusto. Internet ha traído la competenci­a perfecta a la oferta de trabajo y, por tanto, la devaluació­n salarial. Es decir, que ha sido un acelerador de competenci­a laboral y un acelerador de concentrac­ión empresaria­l, un cóctel molotov para la distribuci­ón de la renta. Lo paradójico es que las nuevas tecnología­s permiten a los usuarios una vida mejor.

Al igual que las grandes revolucion­es industrial­es, las mejoras para consumidor­es y usuarios van a arrasar empresas y derechos laborales. Ala larga todo será mejor. Pero debemos pasar, y estamos pasando, un calvario laboral y empresaria­l. Las cosas como son.

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