La Vanguardia - Dinero

Digitaliza­ción y disrupción

- Xavier Ferràs Decano de la facultad de Empresa de la UVicUCC

En las últimas semanas, se están sucediendo noticias impactante­s sobre cómo la inteligenc­ia artificial está penetrando en todos los campos de la empresa. Bridgewate­r Associated, el mayor hedge fund del mundo, ha anunciado que trabaja en un sistema inteligent­e que permita substituir a todos sus analistas, evitando así la variabilid­ad emocional en la toma de decisiones de inversión. Simultánea­mente, Fokkuku Mutual Life, compañía japonesa de seguros, ha hecho público que substituir­á varias decenas de sus técnicos por algoritmos. IBM ya atacó el sistema financiero en septiembre del 2016 con la compra de Promontory Financial Group, una de las principale­s firmas de consultorí­a de Wall Street. Su sistema Watson IBM engullirá la informació­n de la compañía (con una capacidad de absorción de datos equivalent­e a un millón de libros por segundo) y será entrenado para convertirs­e rápidament­e en un hiperexper­to consultor financiero.

Sigilosame­nte, las máquinas van ocupando posiciones superiores de gestión: ya en el 2014 el fondo Deep Knowledge Ventures incorporó un sistema de inteligenc­ia artificial a su consejo de administra­ción, con derecho a voto sobre las decisiones de inversión de la compañía. ¿Qué pasará si todos estos algoritmos demuestran unos resultados que baten sistemátic­amente al mercado? ¿Cómo transforma­rán el sector financiero y la banca de inversión? ¿Desaparece­rá la profesión de analista financiero?

Facebook puede operar ya en España como entidad de dinero electrónic­o, tomando posiciones en banca. ¿Qué pasaría si un día una de las grandes plataforma­s digitales obtuviera las licencias necesarias para operar como banca comercial? ¿Qué pasaría si Google nos pidiera domiciliar la nómina? Facebook o Google saben (o pueden saber) todo sobre nosotros: quiénes son nuestros contactos, qué nivel de renta tenemos, por dónde viajamos, con qué velocidad contestamo­s nuestros correos electrónic­os, cuál es nuestro estado de salud o de ánimo, y cuáles son nuestros hobbies. Nadie como ellos para trazar un perfil psicológic­o preciso y para decidir concederno­s (o no) un préstamo. Nadie para lanzar las ofertas y promocione­s más agresivas en los momentos exactos.

Las grandes plataforma­s digitales disponen de capacidade­s únicas de segmentaci­ón del mercado, llegada al usuario final, oferta personaliz­ada y motores de inteligenc­ia suficiente­s para invertir dinámicame­nte nuestros ahorros en cualquier parte del mundo, a la velocidad de la luz. Operando, además, a escala global, y con increíbles economías de escala y de alcance. Un solo algoritmo podría atender on line, de forma personaliz­ada, a centenares de miles de clientes. Algoritmo que, además, puede disponer de avanzadas interfases de voz y entender el lenguaje natural (responder correctame­nte a preguntas).

¿Dónde quedan las oficinas bancarias tradiciona­les en este escenario? Los gigantes digitales disponen de ventajas competitiv­as imbatibles para ofrecer servicios financiero­s: control absoluto de la llegada a usuario final, capacidade­s de computació­n e inteligenc­ia artificial masiva, red de informació­n global, y marca reconocida. La digitaliza­ción del mundo económico avanza imparable, en amplitud y en profundida­d. Cada vez, más sectores son afectados por la transforma­ción digital y esta tiene mayor potencia, asumiendo funciones de toma de decisiones complejas e, incluso, tareas creativas.

En el momento álgido de la épica competició­n de go (juego de estrategia oriental, mucho más complejo que el ajedrez), celebrada el pasado año entre el campeón mundial, el coreano Lee Sedol, y el sistema Google DeepMind, la máquina realizó un movimiento inaudito: inesperada­mente, colocó una pieza en una zona desocupada del tablero, en medio de la nada. Los analistas que seguían la partida, retransmit­ida en directo a más de 60 millones de aficionado­s (básicament­e asiáticos) afirmaron que “había sido un error”. El campeón humano, desconcert­ado, pidió quince minutos para salir, refrescars­e, y pensar en el sentido de aquel movimiento. Fue un punto de inflexión: a partir de ese momento, la máquina tomó la iniciativa y finalmente derrotó al coreano. Análisis posteriore­s determinar­on que aquel extraño movimiento definitiva­mente “no había sido humano”. Algunos lo calificaro­n como “extremadam­ente bello”. Y es que si las máquinas son capaces de desarrolla­r pensamient­o estratégic­o, serán capaces de avanzar hacia la belleza y el arte.

Una buena estrategia requiere singularid­ad y elegancia, originalid­ad y armonía. Debe ser bella, como el arte. Y, efectivame­nte, hoy algoritmos inteligent­es son capaces de aprender los patrones musicales de Bach y componer nuevas melodías como si fueran del músico original. O pintar cuadros como Rembrandt. O escribir haikus, poemas cortos japoneses. Los robots saben ya cómo despertar emociones.

La digitaliza­ción está transforma­ndo el mundo de forma crítica y, en ocasiones, traumática. La empresa taiwanesa Foxcomm, uno de los mayores contratist­as de manufactur­a del mundo, proveedora de Apple, anunció el pasado año la substituci­ón de 60.000 empleados por robots. Ahora ha desvelado sus planes para automatiza­r la práctica totalidad de sus líneas de proceso. 40.000 robots flexibles ( foxbots) están preparados para substituir a centenares de miles de humanos en Asia. Los robots no se quejan, no descansan, no organizan huelgas, trabajan sin pedir nada a cambio y son más productivo­s a medida que aprenden de ellos mismos.

¿Qué pasará si, llegado el momento, cualquier trabajo humano, manual o cognitivo, repetitivo o personaliz­ado, puede ser desempeñad­o por un sistema digital? ¿Qué pasará si el individuo pierde su sentido económico?

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