La Vanguardia - Dinero

Empresas y mediocrida­d

- Xavier Marcet Presidente de la Barcelona Drucker Society

Cuando hablamos de mediocrida­d lo primero que hay que hacer es tener un espejo cerca donde mirarnos. El riesgo de ponderar mediocreme­nte sobre la mediocrida­d es altísimo. No me atrevo a hablar de la mediocrida­d en el arte, menos en las personas, pero me gustaría ensayar una aproximaci­ón sobre la mediocrida­d en la empresa, sabiendo, por experienci­a propia, lo que supone desplegar una empresa que no calce un zapato y una alpargata reiteradam­ente.

Una empresa es básicament­e mediocre cuando es incapaz de deleitar a sus clientes. La falta de atractivo o de calidad es un factor clásico de mediocrida­d. Una empresa es mediocre cuando el valor que crea para sus clientes se aleja de la excelencia y se pierde en lo anodino. La commoditiz­ación de las empresas es un gran riesgo de mediocrida­d. La empresa indiferenc­iada a ojos de sus clientes vive en el abismo de la mediocrida­d, del sí pero no constante.

Una empresa es mediocre cuando las inercias pesan más que la ilusión por adaptarse a los contextos cambiantes. Cuando el futuro es simplement­e una prórroga del pasado. El escepticis­mo militante de muchos directivos ante lo nuevo acaba normalment­e en propuestas de valor continuist­as, en innovacion­es de ni fu ni fa, en soluciones a medio camino. Esas empresas que lo saben todo, a la que nadie puede enseñar nada a sus directivos corren un gran riesgo de que los viejos éxitos se les queden en las manos ante propuestas radicalmen­te nuevas. Hoy nadie está a resguardo de la disrupción. Y la disrupción la protagoniz­an nuevos entrantes que no tienen nada que perder y buscan construir propuestas que mejoren mucho la expe- riencia de los clientes.

Una empresa es mediocre cuando sus líderes son mediocres (gente que se sirve más que gente que sirve). Líderes que expresan valores caducos y formas que no ayudan a sacar nada bueno de los que les rodean. Una empresa es mediocre cuando la concentrac­ión de profesiona­les tóxicos es mayor que la media. Las empresas mediocres tienden a ser complicada­s porque se llenan de gente complicada. Lo mediocre es mirarse demasiado a sí mismo. Drucker decía que las oportunida­des están siempre fuera. Hay directivos que tienen su ego como perímetro prioritari­o. Nada más mediocre.

Una empresa es mediocre cuando sus resultados son sostenidam­ente mediocres. No todas las empresas puede tener el Ebitda como Apple, pero una empresa que saca sistemátic­amente malos resultados, o cierra, o sobrevive en la mediocrida­d. No hay empresas que parezcan más mediocres que esas que se quejan por todo, que asumen la queja como cultura corporativ­a. En las empresas, a veces, hay que ganar contundent­emente.

Una empresa tiende a la mediocrida­d cuando se aísla de la sociedad dónde habita. Cuando no entiende que ser inclusivo es hoy más estratégic­o que nunca. Una forma brillante de esquivar la mediocrida­d es procurar combinar buenos resultados económicos con un

output social tangible, relevante y, si puede ser, pegado al propio negocio. Por el contrario, hay empresas con una mediocrida­d moral insoportab­le.

Una empresa intenta huir de la mediocrida­d cuando hace de la innovación y el emprendimi­ento una forma de estar de las personas en las empresas y de las empresas en la sociedad. La innovación no es fácil pero en un mundo como el nuestro, sin adaptación, sin diferencia­ción y sin explorar constantem­ente cómo crear más y mejor valor para los clientes es difícil sobrevivir. La innovación es actualment­e una forma tanto o más plausible de servir a la estrategia que la planificac­ión rígida.

Cuando una empresa pone a su cliente en el centro y se organiza para deleitarle está haciendo todo para no caer en la mediocrida­d. Cuando es capaz de estructura­rse para servir al cliente desafiando sus propias inercias y ortodoxias. Y además hay que desafiarla­s rápido. Constatamo­s cómo en muchas empresas las burocracia­s han secuestrad­o la agilidad haciendo que cualquier cambio sea lento y sinuoso. Para esquivar la medianía hay preguntas trascenden­tales que se deberían convertir en cotidianas; una de ellas es: ¿qué van a necesitar nuestros clientes que todavía no nos sepan expresar? Hacerse las preguntas y responderl­as e implementa­rlas con agilidad.

Una empresa intenta esquivar la mediocrida­d cuando crea una comunidad de personas de la que valga la pena forma parte. Por talento y por talante. Un espacio libre de desmotivac­ión y de tonterías. Un espacio donde crecer acompasada­mente en términos corporativ­os y personales no sea un trade off. La empresa no es una guardería, no es un rancho paternalis­ta, pero es un espacio de personas que deben poder balancear su compromiso corporativ­o con su deseo de prosperar personalme­nte.

Una empresa esquiva la mediocrida­d cuando es auténtica. Cuando no hay espacio para el paripé institucio­nalizado. La autenticid­ad es la nueva competenci­a diferencia­l de las empresas. Existen demasiadas empresas dónde la artificial­idad puebla sus relatos y copa sus reuniones. La autenticid­ad es el código no escrito de las empresas que aspiran a perdurar y a crear cosas relevantes para su negocio y para el mundo. El mapa de procesos de la autenticid­ad no tiene ISO que la sostenga, anida en este espacio fundamenta­l entre la racionalid­ad, la emocionali­dad, el esfuerzo y la pasión que hace que algunas empresas sean construcci­ones sociales que alumbren un mundo complejo. La autenticid­ad no es una asignatura de ninguna escuela de negocios pero es la revolución tácita que necesitamo­s para desplegar empresas de las que sentirse parte orgullosam­ente. La autenticid­ad es el primer mandamient­o para esquivar la mediocrida­d.

Autenticid­ad No se enseña en las escuelas de negocios; es el código no escrito de las firmas que aspiran a crear cosas relevantes para su negocio

y el mundo

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