México mira al mercado interno para su plan B
Muchas de las políticas que ahora se ven como adecuadas fueron aplicadas en el Brasil de Lula da Silva
“Si él pone aranceles sobre los automóviles, pondremos aranceles a su maíz y se come mucho maíz aquí”
Si existe un auténtico plan B para el futuro de la economía mexicana, este pasa, en buena parte, por los programas de algunos de los economistas disidentes en aquel país. Sus ideas, a grosso modo, se resumen así.
Primero, un cambio de modelo con el objetivo de crear una nueva generación de empresas nacionales de mayor valor añadido. Esto supondría la aplicación de políticas de contenido local-nacional para favorecer componentes de fabricación mexicana, así como políticas industriales para cultivar empresas mexicanas más productivas.
En segundo lugar, diversificar los mercados de exportación para reducir el que es hoy en día uno de los grandes problemas del país que está al sur del Río Grande: el 88% de las exportaciones tienen como destino Estados Unidos. El gobierno actual ya ha efectuado algunos acercamientos a Europa, a China y a los países suramericanos. México tiene más acuerdos bilaterales de comercio que ningún otro gran país, así que puede estar en una buena posición para conseguir este objetivo. Aunque el economista José Luis de la Cruz advierte que inevitablemente habrá que mantener un importante grado de integración con el país vecino del norte.
En tercer lugar, ampliar el mercado interno, mediante medidas para elevar la inversión, entre ellas cambios fiscales y regulatorios así como políticas destinadas a subir los salarios y elevar el con- sumo. Una suerte de sustitución de importaciones ya está ocurriendo, explica otro economista heterodoxo, Enrique Cárdenas. Tal y como explica, el abaratamiento del peso de los últimos meses ya esta incentivando la compra de bienes –tanto de componentes como de bienes de consumo– fabricados en México.
Otros hablan de una renegociación win-win del TLC que favorezca a ambas partes... Pero inclu- so en el norte mexicano donde están bien instaladas las franquicias estadounidenses y son frecuentes las excursiones de consumidores para comprar en Texas, crece un nacionalismo desafiante hacia lo que ven como arrogancia del Norte. “Si él pone aranceles sobre los automóviles ensamblados en México, vamos a poner aranceles sobre el maíz, y se consume mucho maíz en México”, sentencia Pablo de la Peña Sánchez, economista del Politécnico de Monterrey. “Habrá que dejar de colaborar también en materia de seguridad nacional porque la información que se intercambia es importante para ellos”... Es el lenguaje de un nuevo nacionalismo de “nosotros y ellos”, presente ya incluso en los centros de formación de los tecnócratas mexicanos, que puede estar sentando las bases para un cambio sísmico de paradigma en las relaciones entre los dos países.
Hay una ironía en todo esto. Porque muchas de las propuestas que se acaban de exponer se parecen mucho al modelo elegido en su momento por Brasil, el gran rival latinoamericano de México que, bajo los gobiernos de Lula da Silva, aplicó aranceles sobre los productos importados y aplicó políticas industriales y normas de contención nacional para cultivar una industria autóctona de elevada productividad a la vez que expandía el mercado interno mediante subidas en el salario mínimo.
Hace año y medio, Cristina Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, anunció en la cumbre celebrada en Lima el colapso del modelo brasileño y elogió el modelo de México, el alumno estrella de la globalización concebida en Washington. Paradójicamente, con la llegada del nuevo gobierno de derechas, Brasil ha empezado a adoptar un modelo de apertura mucho más parecido al de México. Y justo ahora, en México crecen las presiones desde la izquierda nacionalista en favor de reducir la dependencia del exterior y girar hacia un modelo neodesarrollista. Es el resumen que hacía un ex diplomático mexicano en una conferencia impartida en el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico, a finales de enero.