Consciencia con ciencia
Múltiples y significativos avances en materia de seguridad caracterizaron la trayectoria de la automoción a través del siglo XX. El sistema ABS, un invento que impide bloquear las ruedas y reduce drásticamente la distancia de frenado, hace tiempo que forma parte del quehacer cotidiano, igual que el control de estabilidad, un ingenio electrónico conocido por múltiples siglas y que impide los derrapajes. Pero el complemento más importante la centuria pasada fue el cinturón, un mecanismo tan simple como tremendamente efectivo para salvar vidas.
Con el cambio de siglo y el umbral de seguridad en unas cotas ciertamente elevadas, el sector del automóvil no ha dejado de trabajar. El objetivo final es llegar a un mundo en movimiento sin víctimas sobre ruedas. En los coches de última generación, empieza a ser común el efectivo sistema de frenada de emergencia, un mecanismo que detiene el vehículo si detecta obstáculos en su trayectoria. El control del ángulo muerto de visión y el mantenimiento del carril son también de gran ayuda en carretera.
Pero ante los avances de las empresas implicadas en la protección de las personas en movimiento, sigue existiendo un elemento que todavía escapa de su control y que habitualmente conlleva fatídicas consecuencias. Se trata del factor humano, un compañero de viaje funesto si no se deja guiar por los parámetros adecuados. En esta cuestión, las estadísticas de siniestralidad que determinan los factores de riesgo resultan sumamente elocuentes.
Por mucho que avancen las ayudas electrónicas de conducción, sería deseable que el siglo XXI pasara a la posteridad por otra cuestión todavía más relevante. Estamos hablando de que los bebés y los niños vayan instalados en el coche correctamente.
Osea, tomar consciencia de la importancia que tiene aprovecharse de los avances científicos de seguridad, que indican la necesidad imperiosa de que los menores de las familias usen sillitas y sistemas de retención infantil adecuados a su altura y peso.