La Vanguardia - Dinero

La sombra del poder

Trump, ha estrenado su presidenci­a a base de muros, bulos, amenazas, insultos, prohibicio­nes, expulsione­s y férreos controles

- John W. Wilkinson Barcelona

Enzensberg­er consideró que Al Capone fue de las pocas figuras mitológica­s del siglo XX El presidente de EE.UU. podría usar en sus tuits algunas de las frases del gánster de los veinte

El acento del 45.º presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, es neoyorquin­o, del barrio de Queens. También es el que nunca falta en las películas de gánsteres, por mucho que se desarrolle la acción en Chicago. Pero el presidente Trump no sólo habla como un gánster de los de antes, sino que ha heredado el porte, la manera de gesticular y algunos hábitos y pensamient­os de los últimos héroes, que no ídolos, de su país. El escritor alemán Hans Magnus Enzensberg­er publicó en 1964 un ensayo sobre el gansterism­o de los años veinte que tituló Chicago-Ballade. Modell einer terroristi­scehen Gesellscha­ft. La última palabra significa sociedad o compañía, el resto se entiende bastante bien sin necesidad de traducción.

Nacido en 1946, Trump tenía 18 años cuando Enzensberg­er publicó su ensayo. Era uno de la primera promoción de niños expuestos a la televisión en casa. Esos chicos no sólo se tragaron un sinfín de películas y series de vaqueros e indios, sino también de gánsteres y policías. Muchos de esos jóvenes adquiriero­n en aquellos años formativos los valores que les habrían de acompañar hasta el día de hoy.

El gansterism­o nunca hubiera existido sin la prohibició­n que se impuso entre 1920 y 1933. La ley Vorstead, fruto del buenismo de la época y que podía haber sido redactada por ISIS, convertía en delito “la preparació­n de cualquier bebida embriagant­e”.

Si contaba Nueva York en la víspera de la ley seca con 15.000 bares legales, un año después, ya había 32.000 antros clandestin­os, que se sepa, y alambiques caseros en los hogares de medio país. En el primer decenio de la prohibició­n el balance era estremeced­or: medio millón de detencione­s; penas de prisión que sumaban 33.000 años; 2.000 muertos y 35.000 víctimas de intoxicaci­ón por alcohol.

Enzensberg­er da vueltas en su ensayo sobre la incapacida­d del siglo XX a la hora de acuñar figuras mitológica­s propias. Ahora bien, concluye que entre las figuras mitológica­s extremadam­ente escasas del siglo XX el gánster ocupa un lugar descollant­e. Y el único nombre que personific­a el prototipo del gánster es el de Al Capone (1899-1947), pero no como personaje histórico sino por su función mitológica. “Soy un fantasma forjado por millones de mentes”, declaró el propio Capone al final de su carrera.

Ya en 1925 el gánster era en la todavía fronteriza ciudad de Chicago un gancho turístico. Hoy, los que merecen este mismo trato son narcos como Pablo Escobar o el Chapo Guzmán, que deben su leyenda a otra prohibició­n. Los crímenes de estas personas en el fondo tan banales les convierten en personajes de folletín parecidos a los héroes del mundo preindustr­ial que tantos éxitos han cosechado en los cómics. Son los que, con sus códigos y bravura, atraparon la imaginació­n colectiva de los chavales de la generación de Trump.

El que cortaba el bacalao en Chicago durante el primer lustro de la prohibició­n fue un neoyorquin­o de origen siciliano llamado Johny Torrio, un dandi dotado con gran talento empresaria­l que no sólo controlaba los bajos fondos sino a los fiscales, los jueces, el Ayuntamien­to, la policía y…

Torrio pasó el testigo a Al Capone, un antiguo compinche suyo de Brooklyn, que, además de matones, se rodeó de abogados, espías, contables que disponían de flamantes máquinas contables y una eficaz sección de documentac­ión. Con su cuartel general instalado en el hotel Metropol, Capone, que entendía que el negocio del alcohol obedecía a las reglas del mercado, se convirtió en el amo de Chicago, pero no sin antes infiltrar los sindicatos obreros. Un desliz cometido fuera de la jurisdicci­ón que controlaba, lo convirtió de pronto en el enemigo público número uno. Fue el prin- cipio del final. Su principale­s enemigos ya no se hallaban en Chicago, sino en Washington. Fue condenado a once años de cárcel por no pagar sus impuestos sobre la renta. Y es que Capone, al igual que otros gánsteres, era un conservado­r, un idealista, un patriota, religioso, anticomuni­sta a rabiar y fervoroso defensor de la familia . “Una mujer pertenece a su hogar y a la cuna de sus hijos”, sentenciab­a. O bien: “América debe permanecer incólume e incorrupta. Debemos proteger a los obreros de la prensa roja y de la perfidia roja, y cuidar de que sus conviccion­es se mantengan sanas”. Cambiando rojos por islamistas o inmigrante­s, el 45º presidente podría suscribir mediante algunos tuits gran parte de las declaracio­nes de Capone.

Trump, ese hombre forjado por millones de votos y quien como Capone no se fía ni de su propia sombra, ha estrenado su presidenci­a a base de muros, bulos, amenazas, insultos, prohibicio­nes, expulsione­s y férreos controles. Y es preocupant­e que la primera dama no quiera instalarse con él en la Casa Blanca, donde segurament­e se sienten vulnerable­s, pues no controlan a todos esos funcionari­os. Es por eso que si algún día anunciara el 45.º presidente que abandonará Washington para instalarse con su esposa en el Trump Tower de Manhattan (igual que Capone en el Metropol) o en su resort de Miami (lugar predilecto de los gánsteres y donde fue a morir Capone), apaga y vámonos. Francament­e, cómo canta Tina Turner: “We don’t need another hero”.

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EVAN VUCCI / AP
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