Trump, tiempo de incertidumbre
Joseph Stiglitz pronosticaba en Davos que la política económica de Donald Trump será un fracaso porque sus propuestas de impuestos y de aranceles a las importaciones incrementarán el déficit fiscal y comercial. También Pierre Moscovici, comisario de Asuntos Económicos y Monetarios de la UE, advertía que unas políticas basadas en el “nacionalismo económico” y el “proteccionismo” tendrían efectos negativos sobre la inflación y los tipos de interés. Durante la campaña electoral, Trump prometió crear 25 millones de puestos de trabajo en diez años y un crecimiento económico anual del 3,5% gracias a la bajada de impuestos, el incremento de la inversión, la eliminación de las regulaciones destructivas, el afloramiento de los recursos energéticos y la redefinición de los acuerdos comerciales bajo la premisa de América primero.
Las propuestas pasan por dedicar un billón de dólares a infraestructuras, incrementar los gastos en defensa, eliminar el impuesto de sucesiones, reducir el de sociedades (del 35% al 15%) y los tramos impositivos de siete a tres (12%, 25% y 33%), repatriar capitales de los paraísos fiscales, eliminar las medidas de Barack Obama para hacer frente a la crisis y para garantizar la asistencia sanitaria ( Obamacare). En comercio exterior, quiere renegociar el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN) y el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), congelar el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP) entre EE.UU. y la UE, gravar las importaciones chinas con un 45% y las mexicanas con un 35%, retirarse del Acuerdo de París sobre Cambio Climático, declarar “la independencia energética de EE.UU.” y favorecer la extracción de petróleo, gas natural y carbón. Sin embargo, la Reserva Federal de EE.UU. (Fed) advierte de que hará falta una subida de los tipos de interés que generará inflación.
Muchos analistas desconfían de estas medidas y según Alfredo Coutiño, director para América Latina de Moody’s Analytics, pueden comportar “más efectos negativos que positivos para la economía norteamericana y para sus principales socios comerciales. De ponerse en práctica, estas políticas podrían tener un potencial desestabilizador importante que afectaría al resto del mundo”. La política económica de Trump no es comparable a la de Ronald Reagan (1981-1989), que redujo la presión fiscal a la vez que incrementaba el gasto público para estimular la demanda interna y producir un aumento del PIB a costa de generar déficit fiscal (el endeudamiento pasó del 23% del PIB en 1980 al 41% en 1989) y de encarecer el dólar, porque hoy la capacidad de endeudamiento de EE.UU. (110% del PIB) parece agotada y, por lo tanto, los resultados pueden ser desastrosos: incremento de más del 30% de la deuda gubernamental y deterioro de la nota de la deuda norteamericana. El nivel de interdependencia de la economía norteamericana en un mundo global tampoco ayudará a disminuir los efectos negativos.
En definitiva, Trump puede construir un régimen económico en que la política fiscal sustituya a la política monetaria post-Bretton Woods, que ha propiciado la liberalización de los mercados financieros, la privatización de empresas públicas, la disminución de impuestos, la estabilidad de los precios y el crecimiento económico al precio de incrementar las desigualdades sociales. La desigualdad es inherente al capitalismo (Thomas Piketty) pero la globalización es irreversible (otra cuestión es si es posible una globalización diferente) y no parece juicioso volver a un régimen de “nacionalismos competitivos” y poner barreras a los movimientos de capitales, mercancías y personas como durante el periodo de entreguerras del siglo XX. Es más, Trump no entiende que sus políticas macroeconómicas pueden conducir a un agravamiento del déficit comercial y a una recesión mundial de efectos imprevisibles (Stiglitz).
Pero si la agenda económica de Trump genera inquietudes, todavía las genera más su agenda internacional. Las polémicas relaciones con Rusia obligaron a la dimisión del general Mike Flynn como nuevo consejero de Seguridad Nacional y salpican al nuevo secretario de Estado, Rex Tillerson –expresidente deExxon Mobil y amigo personal de Vladímir Putin–. También es motivo de alarma la inicial tensión comercial y verbal con China, a pesar del nombramiento como embajador en Pequín de Terry Brandstadt, amigo de Xi Jinping; el apoyo al Brexit y el menosprecio a la UEy al euro; las dudas sobre la OTAN; la construcción de un muro en la frontera con México; el veto a la inmigración de países musulmanes... Todo ello, más que un modelo de política exterior, parece más bien las manías de un visionario –presidente de la primera economía mundial y potencia militar– que se comunica a golpes de tuit, que niega el cambio climático y que es imprevisible.
En un mundo global y cada vez más interdependiente, Trump añade incertidumbre. De las políticas multilaterales y de state-building (Palestina, Somalia, Balcanes...) de los noventa se pasó con los neocons a reafirmar la hegemonía y el unilateralismo, con la evidencia de que se pueden ganar las guerras para perder el empleo y crear estados fallidos (Afganistán, Iraq...). Con Obama parecía consolidarse un multilateralismo difuso con participación de las potencias regionales. Ahora, inmersos en una profunda crisis en Oriente Medio, la errática política exterior de Trump no invita a la esperanza.
En conclusión, el populismo de Trump augura tiempo de incertidumbre y sus políticas proteccionistas, de negación del cambio climático y de rechazo de la globalización nos alejan de la cada vez más necesaria gobernanza global y preludia la decadencia de EE.UU. como primera potencia, a la vez que el mundo vira de nuevo hacia Asia (Peter Frankopan, El corazón del mundo, 2016) con una China cada vez más poderosa e influyente.
Declive El populismo y el proteccionismo alejan de la necesaria gobernanza global y preludian la decadencia de Estados Unidos