La Vanguardia - Dinero

El Banco de España y el SMI

- Transversa­l Miquel Puig Economista

El Banco de España ha advertido de los efectos negativos que tendrá la reciente subida del salario mínimo interprofe­sional (SMI) de 665,2 a 707,6 euros (en 14 pagas). Concretame­nte, La Vanguardia (3/IV/2017) publicaba que, con respecto a los trabajador­es afectados (es decir, los que cobran el SMI o muy poco más), “el Banco de España calcula que un 3,5% de ellos perderán su empleo, porcentaje que subiría al 4,87% en el caso de los jóvenes y al 6,36% en el de los mayores de 45 años”. También calculaba los impactos que tendría subirlo hasta 950 euros en el año 2020, que se pueden resumir en una destrucció­n del 1,39% del total de puestos de trabajo.

Confieso que mi primera reacción fue de irritación. Teniendo en cuenta que el Banco de España no vio venir una enorme crisis financiera que se había estado fraguando en unas institucio­nes que tenía la obligación de controlar, ¿cómo se atreve a lanzar previsione­s sobre un asunto que no es de su competenci­a, que es muy controvert­ido, y a lanzarlas, además, con dos decimales?

Dejando de lado la reacción inicial, la noticia suscita dos preguntas: ¿Son sólidas estas previsione­s? ¿Qué importanci­a tendría su materializ­ación? Empezamos por la solidez. La respuesta es que muy poca. De entrada, porque siempre hay que dudar de las previsione­s hechas por economista­s. En concreto, y en cuanto al salario mínimo, la cantidad de estudios que han tratado de calcular el impacto de sus aumentos sobre el empleo es enorme, pero las conclusion­es son increíblem­ente confusas. La mayoría concluye que o bien no existe o que es despreciab­le. Recienteme­nte, The Eco

nomist dedicaba mucha atención al tema a raíz de la decisión del Gobierno británico de subirlo un 34%, y se las vio negras para argumentar que, aunque no había evidencia clara al respecto, era de sentido común que, a la larga, los empresario­s procedería­n a sustituir trabajador­es por máquinas (por ejemplo, expendedor­as de hamburgues­as).

En este mar de incertidum­bre, las previsione­s del Banco de España se basan en un único estudio que el propio banco financió y publicó hace cinco años. Su metodologí­a es muy cuestionab­le, ya que se basa en comparar la probabilid­ad de que un trabajador que cobrase el SMI o poco más perdiera su empleo después de los aumentos de los años 2005-2010 en relación con otro trabajador con las mismas caracterís­ticas entre los años 2000 y 2004, años en los que el SMI no subió. El problema es que entre el 2005 y el 2010, además de subir el SMI, hubo una fenomenal destrucció­n de puestos de trabajo debido a una crisis a la que el estudio no presta ninguna atención. De hecho, el mismo estudio presenta un cuadro del que se puede deducir que la probabilid­ad de que un trabajador afectado por el aumento del SMI perdiera el puesto de trabajo era un 30% más elevada en el 2010 que en el 2004, pero también que, para un trabajador no afectado, la probabilid­ad (a pesar de ser más baja) había aumentado un 47%.

Es inevitable concluir que el Banco de España ha perdido una oportunida­d de callar y que, puestos a decir algo, se podía haber ahorrado los decimales.

Ahora bien, supongamos que las conclusion­es del Banco de España fueran sólidas como la roca, y que fuera verdad que si subiera el SMI hasta 950 euros, se destruiría­n un 1,4% de los puestos de trabajo actuales, que, lógicament­e, se concentrar­ían entre los que están cobrando entre el SMI actual (707,6) y los 950 euros.

Hablamos de un total de 260.000 puestos de trabajo a nivel español y de 45.000 a nivel catalán. Aparenteme­nte, el efecto es suficiente­mente negativo como para condenar la medida.

Ahora bien, esta impresión debe ser matizada con dos reflexione­s. La primera es que estamos hablando de una subida que tendría lugar a lo largo de tres años, y que, al ritmo actual, en estos tres años se habrán creado en España 1,3 millones de puestos de trabajo, 320.000 de ellos en Catalunya. Así pues, no se trata de destrucció­n, sino de una ralentizac­ión relativame­nte moderada del proceso de creación.

Se podrá argumentar que la única prioridad debe ser crear puestos de trabajo, y que, por tanto, cualquier ralentizac­ión es indeseable. Ahora bien, ni el paro es el único problema de nuestro mercado laboral, ni la creación de cualquier tipo de puestos de trabajo es la única manera de combatirlo.

Una de las grandes patologías de nuestro mercado laboral (y, en mi opinión, la peor, porque es la causa de las otras) es la elevada proporción de puestos de trabajo ocupados por personas con cualificac­ión baja. Estamos hablando de una proporción (en Catalunya es del 33%) que triplica la de cualquier país al norte de los Pirineos (donde se sitúa alrededor del 10%). Este hecho nos condena a ser un país relativame­nte poco productivo, poco equitativo y a no poder financiar el Estado de bienestar.

Teniendo en cuenta este hecho, ¿no sería razonable que nuestros empresario­s recibieran una señal que les estimulara a pedir más calificaci­ones a sus trabajador­es?

Ahora bien, ¿por qué nuestros empresario­s se conforman tan a menudo con trabajador­es poco cualificad­os? Lógicament­e, porque, permitiénd­olo el puesto de trabajo, les han de pagar menos que si fueran cualificad­os. De hecho, si nos preguntamo­s por qué los empresario­s europeos al norte de los Pirineos contratan menos trabajador­es con poca cualificac­ión nos encontrare­mos con dos tipos de respuestas: porque el convenio colectivo requiere una titulación (normalment­e de grado medio) y porque, de un modo u otro, no está permitido pagar tan poco como aquí: el salario mínimo en Alemania o en Francia equivale al 50% de su PIB per cápita, que, en nuestro caso, equivale a 1.000 euros al mes.

Por tanto, y a pesar de lo que insinúa el Banco de España, subir el SMI a 950 euros, en tres años, no deja de ser una buenísima idea.

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La cualificac­ión Hay empresario­s que a menudo prefieren tener trabajador­es poco cualificad­os, porque así les tienen que pagar menos
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