Entrañable compañero
Cada país ha trazado el camino de su particular trayectoria vital a base de las historias de sus propios protagonistas. En el terreno de la automoción, los coches que mejor se identifican con un territorio son precisamente los que sirvieron en su momento para poner a la sociedad sobre ruedas. El Ford T, que cuenta con el honor de haber sido el primer modelo fabricado en serie del mundo, ejerce como emblema del motor en Estados Unidos, igual que el Volkswagen Escarabajo en Alemania, el Fiat 500 en Italia, y el Mini en Gran Bretaña. Pero llegados a España, el Seat 600 es el automóvil más carismático de todos los tiempos, un honor que ningún otro vehículo le arrebatará.
Nacido en una época en la que se circulaba todavía sin cinturones de seguridad, en unos tiempos en los que no existían límites de alcohol para conducir, mucho antes de que nacieran los radares en las carreteras, el Seat 600 ejerció un importante papel como eje de desarrollo de una España que empezaba a poner distancia respecto a la catástrofe que había significado la Guerra Civil, empujada por una generación que tenía ganas de olvidar sus efectos. A finales de los años 50, pero principalmente en la década de los 60, se convirtió en el centro de interesantes conversaciones de café en cualquier rincón del país, puesto que era el objeto de deseo de la inmensa mayoría de españoles.
Para entender lo que significaba acceder a ser el propietario de esa maravilla de cuatro ruedas que nació en 1957, basta con apuntar que su tarifa de venta triplicaba el salario medio anual de la época en España. Imagínese el lujo y el sacrificio económico que significaba poder llegar a comprar tan entrañable compañero de aventuras, que supuso una revolución en términos de movilidad. Y aunque por el diminuto tamaño de su carrocería sería considerado actualmente como un utilitario de vocación netamente urbana, en sus días de gloria era el aliado perfecto para afrontar viajes familiares, aprovechando hasta el último milímetro cúbico de espacio disponible.