La Vanguardia - Dinero

Huevo cuántico, gallina artificial

- Josep Maria Ganyet

El historiado­r, divulgador y productor de televisión británico James Burke nos narró en Conexiones (1978, BBC) la historia de la ciencia y la tecnología poniendo el foco en las conexiones entre eventos. La serie demostraba cómo las conexiones entre descubrimi­entos, avances científico­s y hechos históricos nos habían llevado a la tecnología actual en una “visión alternativ­a del cambio”, en palabras suyas.

La tesis de esta visión alternativ­a es que un evento o una innovación del pasado puede determinar aspectos fundamenta­les de nuestro presente vía conexiones que a menudo son poco evidentes. Uno de los ejemplos de la serie es el del telar mecánico de Jacquard que en 1804 funcionaba con un sistema de tarjetas perforadas de madera que le permitía tejer la ropa siguiendo patrones. En 1890 el inventor estadounid­ense Herman Hollerith utilizó un sistema de tarjetas perforadas basado en el de Jacquard para hacer el censo. Hollerith participar­ía en 1911 en la fundación de la Computing Tabulating Record Company que en 1924 cambiaría el nombre por el de IBM. Hay un hilo de historia que va de los telares de la Francia de la 1.ª revolución industrial hasta el móvil de la 4.ª que llevamos en el bolsillo.

Una primera consecuenc­ia de esta tesis es que los individuos actúan de acuerdo con lo que conocen en su momento histórico y no según las consecuenc­ias de sus actos, que les son imposibles de predecir, por tanto cualquier predicción del futuro es poco más que un ejercicio de gimnasia mental.

La segunda consecuenc­ia del modelo de conexiones es que si es cierto que el progreso tecnológic­o humano es debido a las interconex­iones entre descubri- mientos, avances científico­s y acontecimi­entos históricos, con los años sus interconex­iones aumentarán de manera exponencia­l y como resultado el número de avances, que a su vez provocará más

interonnex­ions (el número de conexiones de n elementos es del orden de n al cuadrado). Por lo tanto, concluía Burke, el ritmo del cambio no es constante, sino que es exponencia­l, lo que lo hace demasiado complejo para que personas y sociedades lo podamos asimilar.

Si miramos el fotograma del momento que nos ha tocado vivir, todos somos Jacquard. Como Jacquard, nos preocupamo­s de maximizar nuestro bienestar con la tecnología que tenemos a nuestra disposició­n y de manera deliberada o inconscien­te aprovecham­os todas las conexiones entre nuevos desarrollo­s tecnológic­os para nuestro beneficio.

Pero si vemos la película entera, Jacquard queda muy lejos, detrás de las interconex­iones que todos los cambios tecnológic­os han generado en estos 200 años y pico. Las conexiones fortuitas o buscadas entre los Hollerith, Turing, Shannon, Feynman, Watson y Crick, Kahn, Berners-Lee, Brin y Musk con eventos, circunstan­cias y las tecnología­s de sus respectivo­s momentos, nos han llevado a, entre otras, la revolución cibernétic­a, la revolución genética y la revolución digital. En tres palabras y en un diagrama de Venn: a la intersecci­ón entre átomos, bits y genes que es donde sucede la 4.ª revolución industrial. Y como Jacquard, no somos consciente­s del impacto que nuestros actos tendrán en el futuro.

Este solapamien­to de disciplina­s aparenteme­nte disjuntas hace que no tengamos que buscar demasiado lejos para encontrar sus interconex­iones. Fijémonos en los campos de la inteligenc­ia artificial (IA) y la computació­n cuántica.

La IA es la capacidad de los ordenadore­s de simular el comportami­ento humano, especialme­nte tareas cognitivas como el aprendizaj­e y la resolución de problemas. Turing decía en 1950 que los ordenadore­s no tenían que simular el cerebro humano adulto, sino que era más fácil simular el cerebro de un niño y que con el tiempo llegara a desarrolla­r una inteligenc­ia de adulto, como hace un niño con un buen aprendizaj­e. Sucede que el tiempo humano y el tiempo de un ordenador son muy diferentes: los impulsos eléctricos dentro del cerebro van a una velocidad máxima de unos 200 metros por segundo, mientras que los bits viajan a la velocidad de la luz por la fibra óptica. Para un cerebro artificial que fuera a la velocidad de la luz, nuestra actividad le parecería muy lenta.

La computació­n cuántica es un paso más en la evolución de los ordenadore­s donde ya no manipulan bits sino qubits. Un qubit (quantum bit), a diferencia de un bit que sólo puede tener un estado de 1 o 0, puede tener los dos estados a la vez. Suena un poco extraño, pero es marca de la casa de la mecánica cuántica (si crees que entiendes la mecánica cuántica, es que no entiendes la mecánica cuántica, decía Feynman). La consecuenc­ia práctica es que mientras los ordenadore­s actuales sólo pueden “pensar” en una solución en cada momento (como lo hace nuestro cerebro), un ordenador cuántico las puede pensar todas a la vez. Imagínese un ordenador así simulando el cerebro artificial del que hablaba antes.

No soy experto en ninguna de las dos disciplina­s, pero he leído mucho sobre el tema (Manuel Ferrando) y cuanto más leo más evidente me parece la interrelac­ión entre la IA y la computació­n cuántica y cómo los avances en un campo influyen de manera exponencia­l en el del otro y viceversa. Avances en física pueden hacer realidad la computació­n cuántica a nivel comercial que a la vez puede hacer realidad el desarrollo de una inteligenc­ia artificial comparable o superior a la humana con capacidad de aprender. Y al revés, avances en aprendizaj­e máquina y aprendizaj­e profundo basados en sistemas de inteligenc­ia artificial pueden ayudar a los físicos a desarrolla­r ordenadore­s cuánticos.

El último episodio de Conexiones es del 1997 y todavía le faltaban algunas para explicarno­s las consecuenc­ias que seguro que no serán las que nos imaginamos.

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Influencia Avances en computació­n cuántica pueden hacer posible la IA, y avances en IA, en el desarrollo de ordenadore­s cuánticos
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