Pekín pide a sus firmas inversión en tecnología
semestre del 2016, los inversores chinos gastaron 9.700 millones de euros para comprar 37 firmas alemanas, entre ellas, KUKA, una de las mayores empresas del mundo especializada en la fabricación de robots industriales, que fue adquirida por el gigante Midea, que hasta ese momento sólo era conocida por fabricar lavadoras y aparatos de aire acondicionado, por 4.600 millones de euros. Una operación que Pekín siempre ha negado que tuviera una finalidad política, pero nunca ha logrado convencer de ello a las autoridades de Berlín o Bruselas.
Otro episodio que revela la voracidad china por captar conocimiento tecnológico a través de empresas participadas fue el intento de adquisición de la firma alemana Aixtron por parte del grupo inversor Fujian Grand Chip Investment (FGC), que ofrecía 670 millones de euros por convertirse en socio mayoritario. Una operación que EE.UU. frenó en diciembre del 2016, aludiendo que los productos de Aixtron podían ser utilizados en el campo militar y que detrás de FGC estaba el estado chino, a través del gobierno regional de Fujian, un detalle que había pasado por alto a los alemanes. El rechazo propició el enfado de Pekín.
El gigante asiático alivió, sin embargo, meses después este fracaso con la compra del grupo sui- zo Syngenta, líder mundial de semillas y productos fitosanitarios que sirven para proteger las cosechas, por parte del conglomerado público ChemChina por 43.000 millones de dólares. Hasta ahora es la operación más importante que ha cerrado una firma china en el extranjero y pone de manifiesto el interés de los dirigentes de Pekín por dirigir las inversiones exteriores de sus empresas.
Esta operación confirma precisamente la nueva estrategia impuesta por el presidente Xi Jinping para la salida exterior de las empresas chinas, que no es otra que la de buscar el interés nacional. Unainiciativa que estuvo pre- cedida por una declaración emitida en diciembre pasado po las autoridades de Pekín, en la que destacaban los riesgos derivados de la “inversión irracional” en sectores de la construcción, hoteles, cines, ocio y clubes deportivos. Un aviso que desanimó a emprendedores como Wang Jianlin, del grupo Wanda.
Fue el toque de alerta para que se pusieran fin o, como mínimo, se aplazarán hasta nueva orden, las compras de clubes de futbol (deporte preferido de Xi Jinping) o adquisciones de estudios de cine en Hollywood. Unas operaciones que Pekín sostiene que pueden dar pie a que las empresas asuman unos riesgos por encima de sus posibilidades e incurran en un excesivo apalancamiento.
Un caso claro del giro que han tomado los grandes grupos chinos en sus salidas al exterior lo representa Fosun, un conglomerado con intereses en varios sectores y cuyo presidente Guo Guangchang, es el típico ejemplo del empresario chino, teóricamente privado pero con fuertes vínculos con el Partido Comunista. Una relación que le ha permitido hasta ahora prosperar. Guo, al frente de un conglomerado que cuenta con más de 50.000 trabajadores, ejerce de empresario farmacéutico en China, de banquero y asegurador en Portugal, de hotelero en Francia (a través de la compra del Club Med) o de promotor de espectáculos en Canadá (el Cirque du Soleil está bajo la órbita de su grupo).
Ahora, sin embargo, esta diversificación de riesgos parece haber terminado. Wu Yifang, director general de Fosun Pharma, la rama farmacéutica del grupo, ha señalado que la compañía sólo buscará acuerdos en el extranjero que “es- tén en línea con la política nacional”, según el South China Mor
ning Post, de Hong Kong. Sus declaraciones se produjeron poco después de que esta firma se uniera a la estatal Shanghai Pharmaceuticals para licitar juntas por la estadounidense Arbor Pharmceuticals, que fabrica medicamentos especiales. Una operación que ha estado precedida, en abril pasado, por la compra de la sueca Breas Medical Group, dedicada también a productos médicos.
Fosun, al igual que Fujian Grand Chip Investment, son dos exponentes de que detrás de la gran mayoría de inversiones chinas en el exterior se halla el Estado. Unaestrategia que no se limita a potencias como Alemania o Francia, donde la inversión china fue de 11.500 millones de euros en el 2016, según un estudio de la consultora Rhodium, sino que también se extiende a otros países que pasan más desapercibidos, como puede ser Bélgica. Según el periódico financiero
De Tijd, de las 65 firmas belgas con accionariado chino, el 42% de ellas están directamente bajo su control estatal, ya sea vía fondos de inversión, grupos estatales o empresarios relacionados con el Partido Comunista. Estos serían los casos de Li Shufu, presidente del grupo automovilístico Geely, propietario de Volvo, que tiene una planta en Gante, o del multimillonario Chen Feng, presidente del grupo HNA, accionista de Swissport y propietario de Sabena-Sodehotel.
En España, la alargada sombra de los intereses de Pekín llega a través de las inversiones realizadas por el grupo HNA, la empresa naviera y de logística Cosco o el gigante Aviation Industry Corporation of China (Avic) –participada por el Fondo Nacional de la Seguridad Social china, el Beijing Plateau Hanhua Investment Management Center y la firma China Aviation Industry Equity Investment.
Un panorama que se extiende en la Unión Europea más allá de Alemania, Bélgica, España y Francia y que cuestiona si el anuncio de Jean Claude Juncker de vigilar más a fondo las inversiones exteriores podrá acotar la estrategia de las autoridades chinas de usar sus compañías –bien dotadas financieramente– como puntas de lanzas para captar tecnología en el exterior y aplicarla luego en interés propio. China ha salido de compras por todo el planeta, de la mano de sus empresas y tiene cash. Aver quien las para.