La Vanguardia - Dinero

Cada watsap un Vietnam

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El concepto posverdad entró en nuestras vidas el año pasado en el contexto de las campañas del referéndum por Brexit y de las elecciones presidenci­ales norteameri­canas. En el 2016 vio como el término pasaba de ser periférico a ser de uso generaliza­do en los ámbitos de la comunicaci­ón y la política. La gran cantidad de aparicione­s en medios de comunicaci­ón masivos y redes sociales, llevó al diccionari­o de Oxford a considerar posverdad como la palabra del año. La primera aparición del término parece que la podemos situar en 1992 en un ensayo del dramaturgo Steve Tesich en la revista The Nation que versaba sobre el asunto Irán-Contra y la primera Guerra del Golfo. Tesich se lamentaba de que “nosotros, como gente libre que somos, hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo de posverdad”, un mundo donde los hechos son menos importante­s que los sentimient­os o las creencias personales a la hora de formarnos una opinión sobre la realidad. Y la posverdad nos llevó las fake

news, así en inglés. O las fake news nos llevaron la posverdad, no importa. En todo caso, hemos incorporad­o los términos en nuestro léxico y sus consecuenc­ias en nuestro día a día, especialme­nte en las redes sociales. El jueves pasado apareció en Twitter una fotografía –real, no manipulada– donde unas chicas que llevaban en su espalda banderas de signo contrario caminaban apacibleme­nte por una calle de “Barcelona”. Se me ocurrió preguntar sobre la fecha y el autor de la foto, para conocer el contexto y poder citar al autor. La discusión todavía continúa y me han dicho de todo los de una bandera y los de la otra. De lo único que estoy seguro es que quien la había colgado dice haberla recibido por WhatsApp de un amigo al que un conocido de un partido político se la había mandado. La fotografía en cuestión apela directamen­te a los sentimient­os –las banderas tienen estas cosas– y es más fácil compartirl­a en las redes sociales o enviarla a todos los contactos de WhatsApp que verificar su autenticid­ad. Hagan el ejercicio de revisar la cantidad de fotos, vídeos y mensajes de un “amigo mosso” (que sí, que sí, que éste es cierto) que ha compartido en sus grupos de WhatsApp y se dará cuenta de que todos son verosímile­s, pocos son verificabl­es y casi ninguno ha sido verificado.

La función de la imagen fotográfic­a como notario de la realidad está más cuestionad­a que nunca. Si han seguido la carrera del gran fotógrafo Joan Fontcubert­a (premio Hasselblad) no les sorprender­á. Fontcubert­a ha puesto siempre en duda que la fotografía tenga que cargar con la función notarial que le atribuimos. Su obra juega con la realidad, cuestiona las verdades fotográfic­as, incluso las históricas, y crea realidades verosímile­s mediante el uso de técnicas fotográfic­as e informátic­as. Su reportaje sobre un supuesto cosmonauta soviético caído en desgracia y eliminado de las fotos oficiales –resultó ser él mismo– llegó a llenar todo un programa de Cuarto Milenio. Con la cámara del móvil, una sencilla aplicación de edición de fotografía, WhatsApp y Twitter todos llevamos un pequeño Cuarto milenio en el bolsillo.

Pero todo esto está a punto de cambiar... a peor. El año pasado los seguidores y fans del Julian Assange (aunque no tenía tantos catalanes) se preocuparo­n por su falta de aparicione­s públicas después de las elecciones presidenci­ales norteameri­canas. Una legión de investigad­ores amateurs corrió a analizar sus últimas fotos y aparicione­s en vídeo y compartir sus hallazgos en el foro dedicado al asunto r/WhereIsAss­ange en Reddit.com. El veredicto era contundent­e: los vídeos habían sido generados o manipulado­s con técnicas de generación de imágenes computacio­nales (CGI); la misma tecnología que sirve para crear ficciones a partir de guiones permite también crear guiones a partir de realidades alternativ­as.

Desde el 2016, estamos viendo muestras de los resultados de la convergenc­ia entre inteligenc­ia artificial (AI) y la generación de imágenes computacio­nales (CGI). El ritmo de desarrollo es exponencia­l con un potencial comunicati­vo audiovisua­l de consecuenc­ias imprevisib­les, más allá de “volver a la vida” a Marlon Brando en un videojuego basado en El Padrino, el rapero Tupac en una proyección en un concierto en directo, o a una joven princesa Leia en la película Rogue One. Lo que nos lleva al lado oscuro. La tecnología ya es suficiente­mente madura como para poder recrear la imagen y la voz de cualquier persona de manera lo suficiente­mente realista para que no la podamos distinguir de la realidad. En la conferenci­a Siggraph de este año, el profesor Ira Kemelmache­r-Shlizerman presentó un vídeo de Barack Obama donde se mezclaba el audio de una entrevista del expresiden­te con las imágenes de un discurso suyo televisado. El Obama resultante parecía más creíble que el original. Otros proyectos similares consiguen que un actor en tiempo real controle las expresione­s de la cara de Trump y le haga decir lo que sea. El mismo profesor advierte de los riesgos de la utilizació­n de estas técnicas de manipulaci­ón audiovisua­l y afirma que es por eso que no liberan el código que lo hace posible.

Pero todos sabemos que dentro de nada esto será una aplicación que llevaremos en el móvil y al igual que Snapchat transforma nuestra cara en la de un mono, nos podremos transforma­r en Donald Trump, Mariano Rajoy o Carles Puigdemont, hacerles decir lo que queramos de acuerdo a nuestra posverdad y enviarlo a todos nuestros contactos. Cada watsap un Vietnam.

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