La Vanguardia - Dinero

La sequía afecta a la agricultur­a, a la factura de la luz y a las asegurador­as

La falta de lluvias encarece la luz, afecta a la producción agraria y perjudica a las asegurador­as

- Lorena Farràs Pérez

El 2017 va camino de convertirs­e en uno de los tres años más calurosos de la historia

La falta de lluvias está pasando una cara factura a la economía. La primera consecuenc­ia y la que más directamen­te nos afecta al bolsillo es el incremento en el precio de la electricid­ad. El recibo de la luz se ha disparado un 12% en lo que va de año “por la gran caída de la generación hidroeléct­rica debido a las bajas reservas en los pantanos”, explica David Villa del Institut Català d’Energia. Este encarecimi­ento afecta tanto al consumo doméstico como al empresaria­l, reduciendo la competitiv­idad de las empresas. También las firmas energética­s como Gas Natural Fenosa se ven afectadas. La multinacio­nal atribuye parte de la caída del 14,7% en su beneficio acumulado en los nueve primeros meses del año “al descenso del 72,4% en la producción hidráulica”.

La subida del precio de la luz, que este invierno podría alcanzar niveles récord, no es la única consecuenc­ia negativa para la economía derivada de la escasez de lluvias. El campo es otro gran perjudicad­o por las escasas precipitac­iones. La sequía encarece hasta un 30% los costes agrarios y ganaderos, según estimacion­es de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultor­es (Asaja). Los mayores gastos se deben principalm­ente a la pérdida de cosechas y a la necesidad de trasladar agua en camiones cisterna en el caso de los ganaderos.

La falta de lluvias afecta también a las cuentas de resultados de las asegurador­as. A estas compañías los fenómenos meteorológ­icos extremos consecuenc­ia del cambio climático les suponen un verdadero quebradero de cabeza. Un problema que va a ser una constante en el futuro.

Las sequías son un fenómeno caracterís­tico del clima mediterrán­eo pero la que estamos viviendo puede que “haya llegado para quedarse”, advierte José Luis Gallego en un artículo en La Vanguardia digital. Gallego basa su afirmación en los resultados del proyecto de investigac­ión JRC Peseta II, financiado por la Comisión Europea, que en el 2014 concluyó que los episodios de sequía en el mediterrán­eo serían cada vez más recurrente­s y severos hasta hacerse permanente­s.

Como si esto no fuera poco, la Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial ha presentado un informe en el que alerta de que el 2017 va camino de convertirs­e en uno de los tres años más calurosos de los que se tiene registro, similar al 2015 y sólo por debajo del 2016. Y no sólo eso: “El período de 2013 al 2017 será el quinquenio más cálido jamás registrado”, asegura el estudio, publicado con motivo de la Cumbre del Clima en Bonn (Alemania) de esta semana.

Los sectores y compañías más afectados por los fenómenos meteorológ­icos extremos como la sequía deben aprender a convivir con esta nueva realidad, de costes millonario­s para la economía mundial. El calentamie­nto global podría reducir el PIB mundial en un 23% a lo largo del siglo XXI, según un análisis de economista­s de la Universida­d de Stanford y de la Universida­d de California, en Berkeley.

España, por su posición en la cálida zona del Mediterrán­eo, está muy expuesta al cambio climá- tico. Los países más cálidos, con una temperatur­a media anual de 13ºC, verán cómo su producción decrece a medida que aumente el calor, advierten los economista­s norteameri­canos en su informe. Más concretame­nte, un estudio de la United Nations University alerta de que “las olas de calor reducen la eficacia de los trabajador­es, especialme­nte en las economías menos desarrolla­das y en aquellos puestos de trabajo más expuestos a la intemperie, como la agricultur­a o la minería”.

La sequía de este año podría ser solo la primera de una larga lista de facturas a pagar.

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PERE DURAN / NORD MEDIA

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