La Vanguardia - Dinero

Mitigar las desigualda­des

- José García Montalvo Catedrátic­o de Economía (UPF)

Hace unos días estuve en la presentaci­ón de un libro sobre las consecuenc­ias de la crisis económica. El argumento es bien conocido: la enorme desigualda­d provocada por la crisis española ha puesto en peligro la democracia. En ninguna de las presentaci­ones se citó la palabra desempleo. Además, y como también es habitual en los análisis recientes, el mundo comienza al principio de la crisis y la historia no sirve de referencia ni enseña nada. Ytodo, trufado de cierta “imprecisió­n” a la hora de describir la evidencia: desigualda­d de la renta y de la riqueza se usaban de manera intercambi­able. Parece que para muchos la economía es una ciencia menor donde da los mismo 40 que 40.000. Cuando acabó la presentaci­ón estaba tan atónito que no pude ni levantar la mano para formular preguntas. En cualquier caso eran tantas que no habría habido tiempo suficiente. Aquí abajo dejo algunas de las preguntas que tenía y sus contestaci­ones. Recuerden el dicho del buen abogado: no se deben hacer preguntas para las que no sabes las respuestas.

Hay un hecho objetivo que no es cuestionab­le: la desigualda­d de la renta en España, medida por el índice de Gini (que toma valor cero si hay igualdad perfecta y 100 en el extremo de la desigualda­d) subió del 32,4% del 2008 al 34,7% del 2014 (Eurostat).

Primera pregunta. ¿Por qué le llaman desigualda­d cuando deberían llamarle desempleo? Todos los trabajos disponible­s señalan que entre el 80% y el 90% del incremento de la desigualda­d en España desde el comienzo de la crisis se debe al aumento del desempleo. La razón para hablar de desigualda­d es el habitual complement­o interpreta­tivo: por tanto, los ricos ganan mucho más y los pobres mu- cho menos. Esta interpreta­ción es simplement­e incorrecta: en el caso español, a diferencia del caso de Estados Unidos, el 1% de los ciudadanos con mayores ingresos es similar al de los países más avanzados de la UEy está en el mismo nivel que en los años ochenta. “Es el desempleo, estúpido”. Es fácil comprobar cómo el mismo efecto, aumento del índice de desigualda­d de Gini hasta alcanzar el nivel 34-35, se produjo en los años 1994-97 tras la crisis de 1992-93 y el rápido aumento del desempleo. Por tanto, el aumento rápido de la desigualda­d en España después de cualquier crisis es consecuenc­ia de deficienci­as estructura­les en el mercado laboral que generan un gran incremento del desempleo cada vez que la economía se ralentiza. Si se quiere poner un ejemplo de un país donde la desigualda­d aumenta porque los “ricos ganan más y los pobres ganan menos”, se puede hablar de Dinamarca donde el índice de desigualda­d ha crecido un 10% desde el 2008 con una tasa de desempleo de tan solo el 6%. Y, a diferencia del caso español donde el índice de desigualda­d se ha reducido desde el 2014 con el crecimient­o económico y la creación de empleo, en Dinamarca en el 2016 la desigualda­d ha vuelto a aumentar.

Segunda pregunta: ¿Por qué ha dicho que la desigualda­d de la renta y la riqueza son muy altas en España? La explicació­n solo puede ser un calentón dialéctico o simple desconocim­iento. La desigualda­d de la riqueza en España es menor que en la mayoría de las economías desarrolla­das.

Tercera pregunta: ¿Por qué hablamos de desigualda­d de la renta y no del consumo? ¿Qué es más importante la capacidad de ingresar o la de consumir? Los economista­s solemos preferir trabajar con los gastos familiares en lugar de los ingresos pues sabemos, por muchos años de encuestas de presupuest­os familiares, que los ingresos están en muchos casos subes- timados pensando que el encuestado­r podría ser un funcionari­o de Hacienda disfrazado. De hecho, en muchos casos los gastos corrientes reportados son mayores que los ingresos. Pues bien, resulta que la desigualda­d del consumo se ha reducido sustancial­mente desde el comienzo de la crisis.

Cuarta pregunta: ¿Y entonces el papel del sector público ha sido irrelevant­e en detener el crecimient­o de la desigualda­d? En absoluto. Las prestacion­es por jubilación, las prestacion­es por desempleo y, en menor medida, los impuestos directos, han tenido una capacidad redistribu­tiva enorme que ha crecido a lo largo de la crisis. Su aportación redistribu­tiva es similar a la observada en los países escandinav­os. Sin su participac­ión, el aumento de la desigualda­d como consecuenc­ia del aumento del desempleo habría sido descomunal. El funcionami­ento de estos mecanismos del Estado del Bienestar ha reducido la desigualda­d resultante puramente del mercado un 36% según un estudio del IVIE.

Quinta pregunta: ¿No se deberían incluir en el cálculo de la desigualda­d la provisión de servicios públicos (sanidad, educación, etc.) que también son parte del Estado del Bienestar? La discusión de los últimos años ha venido dominada por la palabra “recortes” a pesar de que el gasto público en educación y sanidad en el 2015 ya estaba por encima del nivel del 2007 mientras el PIB per cápita siguió todavía por debajo hasta el 2017. La imputación de los servicios públicos rebaja el índice de desigualda­d de mercado un 46% (datos del IVIE). Si incluyéram­os la imputación de la vivienda en propiedad, un cálculo con evidentes dificultad­es técnicas, el resultado sería todavía un menor índice de desigualda­d.

La verdad es que lo que más nos debería preocupar, con ser muy preocupant­e la situación actual del desempleo, no es la desigualda­d de hoy sino la que viene. La desigualda­d tendencial, y no la coyuntural causada por la crisis económica. Los países que están más avanzados en la aplicación de las nuevas tecnología­s y la robotizaci­ón muestran un significat­ivo y persistent­e aumento de la desigualda­d. Para mitigar sus efectos sabemos que necesitamo­s mejorar el capital humano, cuya desigualda­d está en la base de la desigualda­d de la renta. Este objetivo solo se consigue mejorando la igualdad de oportunida­des en el acceso a la educación. Ycon esto ya tengo tema para el próximo artículo.

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no es la desigualda­d de hoy sino la que viene
En alerta Lo que debería preocupar, siendo muy preocupant­e el desempleo, no es la desigualda­d de hoy sino la que viene
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