Lo que aporta la universidad
Contribución La universidad y la investigación catalana emplean al 2% y sostienen el 1,7% del PIB, pero su papel en la sociedad
es mucho más importante
¿Qué aporta la universidad a la sociedad? El contribuyente, que financia la universidad pública, tiene derecho a saberlo. Por otra parte, los gestores universitarios, que consideran que reciben muy pocos recursos del erario público, tienen mucho interés en proporcionar una respuesta.
Ahora bien, no es nada fácil medir esta contribución.
Una manera de empezar es plantearse el tipo de preguntas que nos hacemos respecto de unos astilleros amenazadas de cierre o del sector turístico cuando alguien lo cuestiona. En estos casos nos preguntamos, por ejemplo, cuánta gente quedaría sin trabajo si los astilleros cerraran o si los turistas dejaran de venir.
Cuánta gente quedaría sin trabajo si las universidades y los centros de investigación catalanes cerraran es una de las preguntas que se hace un estudio que, referido al año 2015, acaba de presentar la Asociación Catalana de Universidades Públicas. Se perderían de tres tipos: los del personal directamente contratado por la universidad (en docencia, investigación, administración y servicios); el de las personas ocupadas en empresas que prestan servicios a las universidades (suministros, mantenimiento, restauración, material de oficina, etcétera); y, finalmente, el de las personas que viven de las compras que hacen todos los anteriores. El resultado son 60.313 personas. Pueden parecer muchas, pero en realidad sólo representaban un 2% de todos los ocupados catalanes.
Aplicando la misma metodología se llega a la conclusión de que el 1,7% del PIB catalán depende de que las universidades y los centros de investigación públicos estén en funcionamiento.
Este tipo de cálculos son frecuentes en otras latitudes, y podemos encontrar estudios similares referidos a otros sistemas universitarios y de investigación europeos, con resultados comparables (en general, más altos porque están mejor dotados económicamente que el nuestro y, en el caso británico, porque tienen más estudiantes extranjeros, los cuales añaden un gasto adicional tanto directamente como a través de familiares que los visitan).
Ahora bien, el hecho de que este tipo de cálculos sean frecuentes no significa que hagan justicia a la aportación de la universidad a una sociedad. De entrada, se les puede hacer dos críticas demoledoras.
La primera es que los cálculos suponen que si las universidades no existieran todas las personas que dependen se quedarían sin trabajo. Esto sería verdad a la corta, pero a la larga harían otra cosa, lo que llevaría a la absurda conclusión de que, a la larga, la contribución de la universidad es nula.
La segunda crítica es que este tipo de cálculos no dan ninguna importancia a lo que se hace en las universidades. Supongamos, por ejemplo, que una dictadura teocrática (al estilo de la imaginada para Francia por Michel Houellebecq en la novela Sumisión) reorganiza la universidad de manera que todas las alumnas pasen a la costura y todos los alumnos se dediquen exclusivamente al estudio de un libro sagrado.
En la medida que el personal de la universidad se mantenga y que las actividades docentes e “investigadoras” se realicen con el mismo apoyo material que antes, la conclusión sería que la universidad sigue haciendo la misma contribución a la creación de puestos de trabajo y al PIB catalán que antes. Sin embargo, deducir de este resultado que la contribución de la universidad a la sociedad se ha mantenido inalterada también sería absurdo, porque sabemos que, a la larga, el país se empobrecería al perder personal cualificado y producción de ciencia y tecnología.
Sin cuestionar, pues, que la universidad y los centros de investigación catalanes emplean al 2% de los ocupados y que sostienen el 1,7% del PIB, debemos concluir que la aportación a la sociedad es diferente y mucho más importante que esta.
Que es más importante lo podemos deducir comparando el PIB per cápita de España con el de Portugal, que, en términos de poder adquisitivo, es un 26% superior. Una de las razones de esta gran diferencia no es que la universidad española sea alguna décima de PIB mayor que la portuguesa, sino que en los años sesenta la dictadura española decidió abrir la universidad a la clase media baja (resistiendo a las críticas de “masificación”) y que, en cambio, la portuguesa se resistió. Que es diferente lo podemos deducir del hecho de que el PIB per cápita de Alemania sea un 14% mayor que el británico. La prosperidad alemana se basa en la ciencia y la tecnología aplicadas a la industria, y estas en una universidad que desde antes que ninguna otra apostó por la ciencia (la primera universidad basada en el método científico fue la de Berlín, fundada el 1811). Ahora bien, la universidad alemana es más pequeña que la británica: estudian un 31% de los jóvenes en la primera y un 41% en la segunda.
Es decir, la universidad y los centros de investigación aportan mucho más que el sostenimiento de una pequeña parte de los puestos de trabajo y del PIB; lo que aportan son algunas de las bases de la prosperidad futura en forma de capital humano y de tecnología. Ahora bien, cuantificar esta aportación a la productividad futura sigue sin ser fácil.
Una filial de la Universidad de Oxford lo ha intentado recientemente para las universidades británicas a base de calcular el valor presente de la diferencia entre los salarios que tendrán los graduados y los que hubieran tenido si no lo fueran y de calcular el valor presente del aumento de la productividad que induce la investigación realizada cada año. El resultado es que, en el caso británico, estaríamos hablando de más del 5% del PIB. Es una cifra muy superior a las calculadas antes, pero que a mí todavía me parece que no hace justicia a la aportación que hace la universidad a nuestra prosperidad.