Impresionistas en Londres
Reflexión Londes es una ciudad dinámica, multicultural, donde todo se mueve a un ritmo acelerado, y la luz no falta
Tate Britain acoge estos días una exposición que me impactó no sólo por la indiscutible calidad de las obras que expone, sino también por el retrato de la ciudad de Londres que trazan los pinceles de los impresionistas franceses. Los protagonistas de esta exposición son artistas exiliados durante el denominado “L’Année Terrible” en que Francia había declarado la Guerra a Prusia en julio de 1870, confiando en su superioridad militar y sin imaginar el escenario, después de un año, de un París devastado tras resistir el asedio de las tropas prusianas en mayo de 1871. Pintores e intelectuales franceses recalaron en la ciudad de la niebla y así es como todos ellos la plasman en sus lienzos. Una ciudad triste, melancólica y acuosa. De perfiles desdibujados, de luces empañadas que pugnan por aclarar las sombras de una tela demasiado oscura para el impresionismo más popular al que estamos acostumbrados. Acuarelas y óleos de una belleza lánguida que conmueven por la frágil soledad que desprenden. Paisajes de colores sutiles y desvanecidos, retratos de rostros pensativos y con miradas perdidas.
Es sorprendente el contraste con el Londres de hoy, una ciudad dinámica, multicultural, donde todos y todo se mueve a un ritmo acelerado, donde la luz no falta y niebla no he visto ni un día. Dónde es característico el contraste de colores, de los colores de las culturas, de los verdes, amarillos y tostados de grandes y pequeños parques que son pulmones de un urbanismo donde conviven rascacielos con firma de autor y edificios georgianos, victorianos y de art déco. Navidad ya llegó, recién pasado Halloween, en Oxford Strett, Carnaby y las principales avenidas repletas de luces a las que se suman las decoraciones de comercios, hoteles y pubs que exhiben al más puro estilo americano el festivo espíritu navideño, que te persigue colándose hasta casa en cada anuncio televisivo. Hoy no queda rastro del smog, aquella niebla espesa londinense que, por el uso del carbón tanto industrial como de calefacciones domésticas, desde la revolución industrial y hasta más allá de mediados del siglo pasado creó el escenario inquietante y misterioso de las novelas de Sherlock Holmes. En el recuerdo queda la Great Smog que durante cinco días en diciembre de 1952 dejó paralizada la ciudad y cobró más de cuatro mil vidas, hecho determinante para que en el 1956 se aprobase la Clean air Act.
Contemplando las últimas galerías de la exposición y ante las obras de Pissarro, De Nittis y Monet pensé que lo que das por permanente, propio y asumes ya como intrínseco, pasa. Los grandes cambios en las ciudades y en el medio ambiente son posibles, y una vez ya somos conscientes de ello resta sólo, que no es poco, el consenso y coraje para tomar decisiones que inspiren el mejor retrato de la ciudad del Támesis de los artistas contemporáneos.