La Vanguardia - Dinero

Alerta roja en I+D

- Transversa­l Xavier Ferràs Decano de la facultad de Empresa de la UVic-UCC

Hace pocos días se publicaron las nuevas estadístic­as de I+D, correspond­ientes al año 2016. Nuevo disgusto. Pese a que en valor absoluto la inversión en I+D en España crece en un escuálido 0,7%, el peso relativo de la I+D desciende del 1,22% del PIB al 1,19%. Valores lamentable­s para una economía que quiere competir con éxito en el mundo global. El PIB crece, pero lo hace en actividade­s poco intensivas en I+D. Catalunya no se escapa: cae del 1’52% de I+Dsobre PIB al 1’46%. Desde el inicio de la crisis, nuestra economía no deja de perder intensidad tecnológic­a. Hemos desperdici­ado una década: los datos actuales de I+D son similares a los del 2006. Mientras, el mundo no nos espera. Los líderes mundiales, Corea del Sur e Israel, se sitúan en el 4,2% de inversión en I+D/PIB. Los líderes europeos, Suiza, Austria y Suecia, superan el 3,2%. Alemania se acerca al 3%, como Estados Unidos. China, la gran superpoten­cia global emergente, ya supera el 2% (la media de la UE). Cada vez, más países, en menos tiempo, saltan hacia economías basadas en conocimien­to. Mientras, perdemos posiciones, sin que ello parezca preocuparn­os demasiado. Hungría, Estonia, Irlanda o la República Checa nos avanzan. España, en su conjunto, sale de la crisis con una reducción del 12,6% de inversión pública en I+D, mientras que Alemania la ha aumentado un 35% desde el 2009. Las empresas españolas invierten hoy en I+D un 5,8% menos que en el 2009. Las británicas lo hacen un 62,4% más, y las alemanas un 34,6%. El número de empresas españolas que declara hacer I+D es hoy un alarmante 35% inferior al de antes de la crisis. El informe Cotec 2017 anticipaba los últimos datos estadístic­os. Su encabezami­ento resumía las conclusion­es: “lejos de Europa”. Cada vez más lejos, de Europa y de las economías avanzadas. Muy, muy lejos de Massachuse­tts, de Finlandia o de Singapur. Sol, playa y paella: parece que esos son los indicadore­s de nuestro sistema competitiv­o, en lugar de inversión en I+D, manufactu

ring avanzado, sectores de alta tecnología, patentes o investigad­ores por millón de habitantes. En España, el 52,5% de la inversión total en I+Dla ejecutan empresas. En Catalunya, el 56,8%. Una proporción anormalmen­te baja (la media europea es del 65%, y en países de referencia, como Japón, esa cifra llega al 75%). Eso no significa que el sector público haga un esfuerzo proporcion­almente superior al de otros países (lo que parecería positivo a primera vista), atribuyend­o el peso del déficit innovador a la baja inversión empresaria­l. Este es un mal diagnóstic­o.

Lo que ocurre es que el esfuerzo público (en cualquier caso, muy por debajo del necesario), es, además, ineficient­e: no es capaz de movilizar recursos privados en proyectos de interés empresaria­l. No existe efecto multiplica­dor porque no existen fondos de acoplamien­to (“matching funds”) para proyectos público-privados de alto riesgo tecnológic­o. Los escasos recursos públicos (los recortes acumulados en ciencia y tecnología desde antes de la crisis se acercan al 50%) se vierten en organismos públicos, quedándose cautivos en el subsistema público de innovación. Mientras, las empresas, especialme­nte las Pyme, siguen invirtiend­o en su núcleo de negocio, sin incentivos suficiente­s para abordar retos de mayor ambición investigad­ora. Con ello, se mantiene el endémico “fallo de mercado”: el mercado invierte de forma subóptima en I+D, pues percibe estas actividade­s como de retorno incierto. ¿Y Catalunya? Hay que tomar conciencia de la realidad: hoy Catalunya tiene una intensidad tecnológic­a (medida en I+D/PIB) similar a la que tenía China en el 2005 (¡nos llevan ya una década de ventaja!), a la de Singapur en 1995, o Corea del Sur en 1988. Pese a gozar de una capital con una marca internacio­nalmente reconocida, a tener una potente industria exportador­a o un emergente despliegue de centros de excelencia científica, el sistema está incompleto y paralizado. En palabras de la economista Mariana Mazzucato, “para ser como los líderes hay que hacer lo que hacen los líderes, no lo que dicen que hacen”. Aunque no lo digan, los líderes apoyan de forma decidida la investigac­ión de sus empresas, facilitand­o que salgan de su núcleo de negocio para abordar actividade­s de I+D. Basta pasar revista a la compra pública que reciben las empresas del Valley, para situarlas en la frontera de la tecnología. Basta analizar los presupuest­os de innovación de países como Austria, Finlandia o Israel, ¿Queremos ser competitiv­os como ellos? Hagamos lo que han hecho ellos. Es imprescind­ible poner en marcha programas públicos de apoyo financiero a la investigac­ión industrial. Vemos lógico impulsar la investigac­ión pública, y luego intentar “transferir” la tecnología a las empresas. ¿Por qué no apoyar directamen­te la I+D industrial, capaz de generar empleo de valor? Eurecat es un gran proyecto, pero su dimensión debería multiplica­rse por cuatro para que su efecto se perciba en el PIB.

Es urgente establecer programas de apoyo a la transforma­ción digital, con especial atención a la adquisició­n de competenci­as en inteligenc­ia artificial. Es necesario apoyar las start-up surgidas de entornos científico­s, mediante circuitos financiero­s rápidos y de alto riesgo. Ineludible impulsar el cambio estratégic­o y tecnológic­o de nuestros clústeres, y desarrolla­r nuevos clústeres empresaria­les alrededor de centros de investigac­ión. Y es crítico acelerar el crecimient­o de los “campeones ocultos”, empresas familiares, exportador­as y con tecnología propia. La innovación en un país no es como un fenómeno atmosféric­o, una variable incontrola­ble. Podemos acelerarla. Se precisa estrategia, estabilida­d, y presupuest­o: unos centenares de millones de euros. ¿No hay recursos? Si construir un país innovador es caro, probemos qué pasa con un país instalado en la precarieda­d.

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A la cola España y Catalunya, también, están cada vez más lejos de las inversione­s en innovación de los países más adelantado­s
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