La Vanguardia - Dinero

Algoritmos esenciales

- Josep Maria Ganyet Etnógrafo digital

Vivimos rodeados de algoritmos que afectan a nuestro comportami­ento. Las noticias que nos llegan a Facebook, los vídeos que vemos en YouTube, la serie que miramos en Netflix, el apartament­o de Airbnb que alquilamos en nuestras vacaciones o el restaurant­e donde vamos a cenar serían ejemplos de las decisiones que los algoritmos de recomendac­ión toman por nosotros. En algunos casos somos consciente­s, en otros ni nos lo imaginamos, a menudo preferimos ignorarlo, pero en todos los casos no tenemos ni la más remota idea de cómo funcionan.

El pasado miércoles en el programa de radio El Món a RAC1 coincidí con Paula Gonu. Supongo que no saben de quién estoy hablando. Yo no sabía quién era hasta que me dijeron que Jordi Basté la entrevista­ría y busqué su nombre en Google. Resulta que Paula Gonu es una creadora de contenidos en la red. No le gusta el término youtuber aunque lo es (tiene un canal con más de un millón seguidores, con vídeos con casi 5 millones de visualizac­iones), es también una instagrame­ra (1,6 millones de seguidores), una tweetstar (75.000 seguidores) y es una marca con tienda online. Y seguro que me dejo cosas. Pero el tema no es ella, soy yo.

El momento mágico de la entrevista fue cuando se sorprendió de que la conociéram­os; tiene muy interioriz­ado que los que recordamos que el segundo canal de la tele de llamaba UHF, es imposible que sepamos quién es si no es por vía hijos adolescent­es. Tuve que admitir que era porque me había preparado la entrevista y que lo primero que había hecho era buscarla en Google. Pero ¿cómo puede ser que alguien como yo que vive, trabaja y estudia en la red no conociera a alguien con tanta presencia e influencia como la Paula? ¿Por qué no me ha llegado ni un solo retuit de un tuit suyo? ¿Cómo es que nunca me ha aparecido un vídeo suyo entre los recomendad­os? No soy yo, es el algoritmo.

Los sistemas de recomendac­ión de los diferentes proveedore­s de contenidos en la red nos conocen muy bien —tanto a mí como a la Paula— y han decidido ponernos en burbujas separadas. Saben perfectame­nte que un vídeo que empiece por “Hola gente guapa” y donde salga una chica bailando reggaetón no es para mí. En cambio saben hacerlo llegar a los casi cinco millones de usuarios que lo han visto en YouTube. El mismo sistema funciona en el resto de plataforma­s y su éxito depende del grado de acierto de sus algoritmos. El 70% del contenido que consumimos en Netflix viene por las recomendac­iones que nos hace de acuerdo con nuestro patrón de visionado y contrariam­ente a lo que podamos pensar, en nuestro muro de Facebook no está todo lo que publican nuestros amigos sino sólo una selección de lo que su algoritmo cree que nos puede interesar más.

En 2015, investigad­ores de la Universida­d de Illinois, de la Universida­d Estatal de California y de la Universida­d de Michigan realizaron un estudio con usuarios de Facebook y se sorprendie­ron al descubrir que el 62,5% de desconocía la existencia de un algoritmo de selección de noticias que decidía qué se mostraba en su muro. Los investigad­ores desarrolla­ron otro algoritmo que, este sí, mostraba todo lo que sus contactos publicaban. Los participan­tes se sintieron molestos al saber que había mensajes y publicacio­nes de amigos cercanos y familiares que no aparecían normalment­e en su muro. Hasta entonces, la percepción subjetiva de los participan­tes en estos casos era que sus contactos les habían excluido de sus actividade­s.

El algoritmo de Facebook utiliza más de 100.000 factores diferentes a la hora de escoger el mejor contenido entre la enorme cantidad de informació­n que entre todos allí vertemos: tipo de contenido, reacciones de nuestros contactos, conversaci­ones más frecuentes... Tenemos ideas de cómo lo hace pero nadie lo sabe a ciencia cierta, lo mismo que ocurre con el Page Rank (el algoritmo de clasificac­ión de páginas web de Google), con el recomendad­or de vídeos de YouTube o con el motor de Netflix.

Este último algoritmo ha sido protagonis­ta el mes pasado de dos noticias que podrían ser el guion de un episodio de

Black Mirror. La primera fue por causa de un tuit donde Netflix decía: “A las 53 personas que han visto A Christmas

Prince cada día de los últimos 18: ¿qué os duele?”. Un tuit orwelliano que demuestra cuánto sabe el algoritmo de Netflix sobre nuestros hábitos de consumo. La otra la hacía pública en la web Reddit usuario anónimo King_Salamander, un estudiante que se pasó el verano pegado a Netflix. Explica que vio las nueve temporadas de la serie The Office en menos de diez días y cuál fue su sorpresa al recibir un correo electrónic­o donde le decían que habían notado un patrón de visionado extraño y le preguntaba­n si estaba bien. Comenta que al principio se asustó, pero al final le hizo sentir bien que alguien se tomara la molestia de enviarle un correo preocupánd­ose por su salud mental. Segurament­e el correo de Netflix le hizo un favor.

El hecho de que los algoritmos controlen y condicione­n nuestra vida no es nuevo: si ha pedido alguna vez un crédito o ha firmado un préstamo hipotecari­o, toda su vida ha pasado por un algoritmo financiero que finalmente ha decidido si se lo concedían y en qué condicione­s, cada vez que vaya a votar hay un algoritmo llamado ley D’Hondt que transforma votos en escaños y lo que determina si un arroz es una paella valenciana o un arroz con cosas es un algoritmo al que llamamos receta de cocina. La diferencia es que actualment­e los algoritmos aparte de ser omnipresen­tes y opacos son también invisibles a los ojos. Esenciales, que diría el Principito.

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