La economía contraataca
Cahuc y Zylberberg achacan a intereses económicos e ideología los ataques a la actual ciencia económica
Las multinacionales del tabaco estadounidenses negaron durante décadas los efectos del tabaco. Ya en la Alemania de Hitler los científicos de mostraron que fumar provocaba cáncer de pulmón, pero la industria tabaquera se dedicó durante décadas a sembrar la duda. Hasta que pagó 240.000 millones en indemnizaciones en los noventa.
En 1929 el ingeniero agrónomo Trofim Denisovich Lysenko propuso un método agrícola supuestamente milagroso para las cosechas soviéticas. Sus efectos no se vieron, pero no importó. Ascendió fulminantemente con Stalin. E inmediatamente se opuso a la genética clásica, que calificó de burguesa. Nacía el lysenkoísmo, que negaba que los genes y los cromosomas desempeñaran ningún papel en la herencia. Era el medio ambiente ideológico el que transformaba a la raza humana. Pasó a ser doctrina oficial, y la genética clásica capitalista murió durante tres décadas en la URSS. Y algunos genetistas murieron en el gulag.
Son dos ejemplos radicales de cómo los intereses económicos y la ideología intentan sepultar los descubrimientos científicos en su provecho. Dos ejemplos de negacionismo con los que los economistas franceses Pierre Cahuc y André Zylberb erg trazan paralelismos con la actual situación de la ciencia económica: atacada por grandes empresarios deseosos de preservar sus negociados –como que los estados vuelvan a llevar a cabo grandes e inútiles programas de industrializa- ción en los que capturar ingentes subvenciones– y por economistas heterodoxos que les acusan de ser lacayos del sistema sin necesidad de demostrar nada de lo que afirman.
Por eso Cahucy Zylberb erg contra atacan en El negacion ismo económico recordando que en las últimas décadas la economía se ha convertido en una ciencia experimental. “Sus resultados, basados en hechos, derivan, como en medicina, biología o física, de experimentos, y es una tendencia que no deja de afirmarse”, señalan. El viejo sueño de la economía convertido en realidad en la era del big data. Un ejemplo restallante: el Poverty Action Lab de Esther Duflo y Abhijit Banerjee –autores de Repensar la pobreza– que buscan luchar contra la miseria con trabajos de campo y no ideologías preconcebidas. Mediante bases enormes se estudian hoy desde las consecuencias de los impuestos en la actividad económica hasta el efecto de las políticas educativas en el éxito de los jóvenes afroamericanos. O se usan hechos excepcionales, como un cambio en el impuesto de la renta en Islandia que hizo que no se pagara por los ingresos de 1987 y llevó a la gente a trabajar un 6,7% más ese año sin impuesto.
El libro está repleto de ejemplos sugerentes sobre las recetas keynesianas, los efectos de la inmigración –limitarla no reduce el paro– o la reducción de la jornada laboral –tampoco crea empleo–, aunque se echa de menos que aborde mejor los modelos económicos o la relación entre economía y ecología. Y que ventile finalmente la crisis del 2008 diciendo que la ciencia económica no lo puede predecir todo, igual que la medicina no puede predecir la próxima gran epidemia. A diferencia de las ideas económicas, la medicina no origina las epidemias.