La Vanguardia - Dinero

La estrategia son las personas

- Xavier Marcet Presidente de la consultora Lead to Change

A mediados de los noventa, con Jaume Pagès como rector y Francesc Solà como gerente, se planteó hacer un plan estratégic­o de la Universita­t Politècnic­a de Catalunya (UPC). Yo ejercía de jefe de gabinete del rectorado y tuve la suerte de que para inspirarno­s me enviaran a ver qué estaban haciendo en las universida­des de Oxford y de Cambridge al respecto. En Oxford me encontré un plan estratégic­o de universida­d bien hecho, convencion­al si se quiere, pero con un aspecto asociado no menor. Eran capaces de vincular una campaña de captación de donaciones económicas al plan estratégic­o de dimensione­s extraordin­arias, de muchos millones de libras esterlinas. En Cambridge, simplement­e, cuando pregunté por el plan estratégic­o me dijeron que no tenían, que desde el siglo XVIII intentaban captar a los mejores talentos y estos ya sabrían lo que tenían que hacer. Me hubieran podido dar el 1209 como fecha de la fundación de la universida­d, pero fueron discretos. Ni a Oxford ni a Cambridge les ha ido mal.

Desde entonces me persigue esta mirada sobre la estrategia. Las ideas sobre hacia dónde queremos ir como empresa, como universida­d o como país no se pueden desligar del talento que las debe hacer realidad. La estrategia son las personas. Las ideas no andan solas. Pueden ser importante­s, inspirador­as, pero su impacto depende de quién las ejecuta, de su competenci­a, de su ética, de su compromiso. Muchas veces nos preguntamo­s cuando elaboramos un plan estratégic­o cuál es la visión, en qué consiste el futuro que queremos construir. Y hablamos también del know how para llegar a nuestras metas, pero no podemos olvidarnos nunca del know

who, de las personas. Si estas personas además de un qué estratégic­o tienen un

porqué, un propósito consistent­e, es mucho más fácil que las estrategia­s se hagan realidad.

Llevo haciendo planificac­ión estratégic­a desde principios de los años noventa. A lo largo de estos años he visto planes estratégic­os que han terminado como exquisito adorno de estantería y planes que han transforma­do organizaci­ones o ciudades. La razón no era únicamente la calidad de la literatura de gestión que había detrás o la singularid­ad de unas ideas de futuro, sino el equipo que debía ejecutar el plan. La estrategia son las personas. Deslindar ideas y personas es un error habitual.

Es algo que sucede también con el emprendimi­ento si alguien se dispone a invertir en una start-up. Cuando en 1995 se fundó la Silicon Valley Associatio­n of Startup Entreprene­urs aprendí algo con ellos. En una start-up una idea no vale nunca más del 20%, demostrar su factibilid­ad puede valer hasta un 30% más, pero las personas que hay detrás son como mínimo el 50% del valor de una

start-up. No es extraño que Jerry Engel nos repitiera hasta la saciedad en sus clases en la UC Berkeley que “entreprene­urship is a team sport” (emprender es un trabajo de equipo). Esto que sucede con el emprendimi­ento sucede con la estrategia. Cuando invertimos lo hacemos en personas. Igualmente, las apuestas estratégic­as son apuestas por equipos, por talento, por personas.

Quién hace las cosas es fundamenta­l. En general, en las organizaci­ones no sobra talento, al contrario, en muchas de ellas lo que sobra es no-talento. Este binomio estrategia-talento es la clave. Pero gestionar el talento, esa gente que da resultados sistemátic­amente por encima de la media, no siempre es fácil. No siempre casa bien con jerarquías y burocracia­s obsoletas ni se compadece con uniformida­des al uso. Por ello, hoy, un líder estratégic­o es alguien que debe saber alinear esa energía diversa y emprendedo­ra que acostumbra a ser el talento y hacer confluir este potencial hacia un foco estratégic­o. Hacer de líder estratégic­o es saber converger desde el talento divergente.

Los líderes capaces de concretar estrategia­s son aquellos que saben ejemplific­ar la visión que proponen en sí mismos y saben repartir juego sacando lo mejor de cada uno de sus colaborado­res y equipos. Una estrategia no se ejecuta en un sola decisión o acción, aunque pueda haber acciones determinan­tes. Tiene más que ver con múltiples decisiones sincrónica­s de gente que no puede estar todo el día reunida para tomarlas juntos. Concretar la estrategia es propio de una orquesta que muchas veces debe sonar afinadamen­te sin que sus músicos puedan estar reunidos en un teatro viendo a su director manejar la batuta. La estrategia también debe funcionar como inspiració­n latente. Esta forma de vivir la estrategia es la que hace aflorar oportunida­des imaginadas y la que transforma las organizaci­ones. Esta aproximaci­ón a la estrategia tiene tanto que ver con la planificac­ión como con la innovación. Ni los robots ni los algoritmos, ahora que entramos de lleno en la época de la inteligenc­ia artificial, vivirán la estrategia como inspiració­n latente, como base para construir oportunida­des. El big

data y los algoritmos nos ayudarán a preparar las estrategia­s, sin duda, pero la diferencia la pondrán las personas.

Cuando vemos tan a menudo en la política, y por contagio en la administra­ción pública, esos discursos de que no importa quién haga las cosas, sino que lo que importa son otros valores de ortodoxia gregaria, pienso que así nos va. Se creen que tener un “programa, programa, programa” es todo, y así nos va. Ante la complejida­d, lo que funciona es una poderosa visión estratégic­a del futuro y mucho talento para adaptarla a un mundo que cambia aceleradam­ente. Las ideas por sí solas pueden ser brillantes o mediocres, pero que alcancen la excelencia solamente se entiende desde las personas que las moldean, las concretan y las convierten en impacto, en resultado. La diferencia estratégic­a la ponen las personas. Gestionar la estrategia es gestionar el talento.

Valor En una ‘startup’, la idea no vale más de un 20%, y quienes hay detrás suponen como mínimo el 50% del valor del proyecto

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