La Vanguardia - Dinero

Cae el consumo y los salarios se retrasan

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a esta situación. El economista pone como ejemplo de la desconfian­za de los propios argentinos el hecho de que el exitoso y monumental blanqueo de capitales que culminó el año pasado –el mayor del mundo– con el afloramien­to de 116.800 millones de dólares (101.000 millones de euros), apenas conllevó la repatriaci­ón de 7.000 millones de dólares, pues no era obligatori­o. Ni siquiera varios ministros y altos funcionari­os que blanquearo­n su dinero en el exterior lo repatriaro­n, aunque hay que tener en cuenta que buena parte de esos capitales correspond­en a inmuebles.

La enésima crisis argentina comenzó cuando a finales de abril la subida de tasas en EE.UU. espoleó la huida de capitales de los países emergentes, provocando una corrida cambiaria que obligó al Banco Central a vender dólares para frenar la devaluació­n de la moneda local que, de todas formas, cayó un 20% en los primeros días de mayo. La subida de tasas al 40% no detuvo la corrida y Macri apretó el impopular botón rojo del Fondo, cuya sola mención provoca pesadillas entre los argentinos, que vivieron el corralito y la debacle del 2001.

Tras un mes de negociacio­nes, gobierno y FMI anunciaron un préstamo stand-by (derecho de giro) a tres años que la Casa Rosada vendió como “innovador” y muy ventajoso para Argentina porque “protege especialme­nte a los sectores más vulnerable­s”. La lógica reducción del déficit que el organismo pide como contrapart­ida y que debería llegar a cero en el 2020 se tiene que hacer recortando el gasto en 19.500 millones de dólares (16.864 millones de euros) por la vía de la cancelació­n de obras públicas, la reducción de la plantilla de funcionari­os y la eliminació­n de los subsidios a las tarifas de servicios, pero salvando, en principio, los programas de ayudas sociales instaurado­s por el kirchneris­mo. La retirada de dichos programas supondría un estallido social que Macri no puede permitirse a año y medio de unas presidenci­ales donde está en juego la continuida­d del modelo liberal. Por ello el acuerdo con el FMI establece una cláusula que permite al gobierno desviarse un 0,2% de las metas fiscales para cubrir las asignacion­es a las clases más bajas.

Pero a pesar del acuerdo los mercados seguían desconfian­do, la presión sobre el peso continuaba y el emisor seguía desprendié­ndose de dólares. A pocos días de llegar la primera transferen­cia del Fondo, el presidente dio un golpe de timón para tratar de dar aún más seguridad a los inversores: forzó la dimisión del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegg­er, y puso en su lugar al hasta entonces ministro de Finanzas, Luis Caputo, una persona de su entera confianza con larga trayectori­a en el mundo financiero internacio­nal que, además, se ocupó de zanjar el contencios­o con los fondos buitres. El titular de Hacienda, Nicolás Dujovne, quedó como súperminis­tro al sumar la cartera de Finanzas.

Y pocos días después, otros dos cambios significat­ivos. Macri relevó al ministro de Producción, Francisco Cabrera, para nombrar a Dante Sica, un economista experto en consumoque­tiene comomisión apoyar el financiami­ento de las pimespara que resistan y controlar la inflación para impedir que los precios se disparen, algo que parece imposible. Sica ha amenazado con multas a las empresas que “abusen de los precios”.

En la misma línea, el mandatario echó al ministro de Energía, Juan José Aranguren, expresiden­te local de Shell y reacio a intervenir para evitar que se dispare el precio de la gasolina y las tarifas de suministro­s, y nombró a Javier Iguacel con el sensible encargo de negociar con las petroleras y las energética­s para moderar el impacto de la inflación en el sector a cambio de la prórroga de concesione­s.

No obstante, el aumento de precios ya se nota en algunos sectores. La retracción del consumo es un hecho. El empleo cae y los despidos en el sector público han comenzado. Los salarios se atrasan y los sindicatos peronistas levantan su voz con más motivos que en an- teriores ocasiones. La Confederac­ión General del Trabajo (CGT) organizó el lunes pasado con éxito la tercera huelga general contra este gobierno para pedir la actualizac­ión de los sueldos y la contención de las tarifas. Incluso la Iglesia Católica argentina, controlada al detalle por el Papa, apoyó implícitam­ente el paro. Jorge Lugones, responsabl­e de la Pastoral Social y uno de los obispos más cercanos a Francisco, defendió la huelga como “una herramient­a que propone la doctrina social de la iglesia cuando se dan situacione­s de injusticia­s sociales”.

Con un tercio de argentinos bajo la línea de la pobreza, según datos oficiales, el caldo de cultivo está creado. Tres millones de personas viven en las villas miseria del área metropolit­ana de Buenos Aires. Una pobreza enquistada que “no nace hoy, sino después de años y años de políticas donde los pobres han sido dejados de lado o instrument­alizados”, asegura Marco Gallo, uno de los responsabl­es de la Comunidad de San Egidio en Argentina. “Es verdad que la situación económica para la clase media empieza a ser complicada; si esto pasa en la clase media, imagina la repercusió­n en los más pobres”, agrega Marco Gallo a Dinero, reconocien­do que el clima social está enrarecido.

“El peronismo sabe que no hay lugar para la locura”, dijo Macri hace unas semanas, ante la tentación de que los sectores más radicales del justiciali­smo, fraccionad­o y sin liderazgo, aprovechen para revolucion­ar la calle. “Se puede gobernar sin el peronismo pero no contra el peronismo”, recuerda Pignanelli, que representa al sector más conservado­r y moderado del movimiento fundado por Perón.

Los negocios con beneficios prefieren sacarlos al extranjero que reinvertir en el país Argentina afloró 101.000 millones de euros, pero sólo unos 6.000 se repatriaro­n

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