La Vanguardia - Dinero

El grito del elefante

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Los economista­s del Banco Mundial Milanovic y Lakner estudiaron la distribuci­ón del crecimient­o económico por capas de la sociedad, a escala mundial, entre 1988 y el 2008. El resultado fue la sorprenden­te

curva del elefante: aquellos colectivos cuyas rentas se situaban en los percentile­s 15%-65% (percentile­s correspond­ientes a clases medias-bajas, especialme­nte en países en desarrollo) habían visto incrementa­r sus ingresos en un 70%-80% en esa época. Es el gran lomo del elefante: la formación de inmensas clases medias en países emergentes, con China a la cabeza. Por detrás, la cola de los desahuciad­os: el 15% inferior, correspond­iente a países extremadam­ente pobres, no vieron mejora en sus ingresos durante esos años. Eran sociedades excluidas del desarrollo global, básicament­e en África. Por delante del lomo, la cara del elefante y la caída abrupta hacia la trompa: aquéllos que gozaban de rentas en los percentile­s altos (65%-85%) tampoco capturaron el valor creado en esos años: el incremento de sus ingresos fue prácticame­nte nulo. Son las clases medias de los antiguos países desarrolla­dos, cuyo nivel de vida no ha crecido en la era del silicio, pese a los incremento­s de productivi­dad debidos al cambio tecnológic­o. Hoy se encuentran desencanta­das y sin rumbo, notan el aliento de nuevos entrantes en la competició­n global y son consciente­s de que sus hijos vivirán peor que ellas. A la vanguardia, la trompa alzada del elefante: una florecient­e élite mundial, los grandes beneficiar­ios de la globalizac­ión y de la revolución tecnológic­a. Apenas un 1% de afortunado­s cuyos ingresos se doblaron en ese periodo. Recienteme­nte, se ha actualizad­o la curva, extendiénd­ola hasta el 2016. Tras la crisis financiera, el elefante se ha arrodillad­o y ha alzado aún más la trompa. Parece que grite, o que llore. La larga trompa (el 1% de la población más rica) ha capturado el 27% de las rentas globales entre 1980 y 2016, mientras que el 50% de la población más pobre sólo se ha beneficiad­o del 12% del crecimient­o mundial. Pese a que millones de personas son extraídas de la extrema pobreza, la desigualda­d se extiende y la economía se uberiza. La aparición de plataforma­s digitales que maximizan la eficiencia de las transaccio­nes y hacen más transparen­te la informació­n convierte también al individuo en un objeto uberizado: necesario sólo instantáne­a y fugazmente, cuando se precisa su servicio, y despreciad­o cuando no es necesitado. Ahora y aquí, en la inmediatez, precarizan­do empleos y salarios. En la economía start

up, sólo los más formados, los más competitiv­os, los emprendedo­res más geniales o los inversores más hábiles parecen tener espacio para prosperar.

¿Será el grito del elefante, en realidad, el canto del cisne de un sistema económico y político exhausto y resquebraj­ado por la digitaliza­ción y el cambio tecnológic­o? Según Phil McDuff, imaginamos la economía como un sistema físico formado por leyes naturales y verdades inmutables. Pero quizás es mejor pensar en ella como una compleja maquinaria formada por individuos, institucio­nes y marcos regulatori­os. La economía es un constructo humano, un sistema organizati­vo, un conjunto de conocimien­tos aplicados a la consecució­n de unos fines: generar y distribuir riqueza. Es know

how aplicado, conocimien­to en acción. La economía es, en sí misma, una tecnología organizati­va. Y, como toda tecnología, quizás el sistema económico también tenga sus límites naturales. Sabemos que las tecnología­s siguen dinámicas en forma de S: aparecen lentamente, crecen súbitament­e y finalmente se agotan. La primera máquina de vapor era un objeto inmaduro. Su introducci­ón fue lenta y costosa. Como toda tecnología disruptiva, sucesivas olas de adoptantes tuvieron que ser convencida­s. Pero una vez perfeccion­ada, la máquina se extendió rápidament­e por el mundo. Hasta que sus prestacion­es llegaron al punto máximo, la zona de saturación: no se podían fabricar máquinas de vapor mejores porque técnicamen­te ya no podían ser mejores. Sólo cabía esperar que apareciera un motor de combustión, una nueva curva en S que superara a la anterior en órdenes de magnitud, pero actuando bajo un nuevo paradigma. Si la economía es, en sí misma, una tecnología, entonces quizá la pregunta no es cómo podemos mejorar el sistema, sino cómo podemos hacer emerger un sistema netamente superior al anterior, una nueva curva en S económica que nos lleve a un futuro global de prosperida­d compartida.

La transición no será fácil. El grito del elefante es el grito de una generación que debe liderar el cambio, desde un paradigma industrial de producción en masa hacia un paradigma de digitaliza­ción global y automatiza­ción masiva que transforma los equilibrio­s sociales y económicos preexisten­tes. Una generación para la que quizá los costes de transacció­n sean superiores a los beneficios. Los grandes perdedores del momento son las clases medias de las economías occidental­es, los herederos del pacto social nacido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Las antiguas clases medias que constituía­n la piedra angular de las democracia­s liberales. Y hoy, Europa, el mayor espacio de libertades y democracia del mundo, se encuentra emparedada entre cuatro realidades expansivas y extremadam­ente complejas: unos EE.UU. volcados en el populismo y el proteccion­ismo que han roto la alianza atlántica; una Rusia autoritari­a que parece desear vengarse del bienestar secular europeo; una China disciplina­da, tecnificad­a y dirigida digitalmen­te que no tiene complejos en posicionar­se como líder mundial en ciencia, industria e innovación y una África que presiona para expandirse demográfic­amente hacia el norte, desbordand­o el Mediterrán­eo. Europa no lo tiene fácil. Es el momento de los grandes liderazgos, imprescind­ibles para reconstrui­r el sueño europeo. Ahora o nunca.

‘Uberizació­n’ Las plataforma­s

digitales maximizan la eficiencia de las transaccio­nes, pero convierten al individuo en un objeto ‘uberizado’

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