La Vanguardia - Dinero

Impuesto a la inmigració­n

- Miquel Puig

La inmigració­n protagoniz­a la política europea, cuyos responsabl­es se enfrentan a asaltos a la valla de Ceuta, pateras en el Mediterrán­eo, ataques xenófobos en Alemania, cierre de fronteras...

Coincidien­do con este protagonis­mo, el Banco Mundial acaba de publicar un largo estudio sobre el impacto de las migracione­s sobre el mercado laboral ( Moving for Prosperity) que incluye muchos datos, un análisis ponderado de sus impactos y al menos una propuesta interesant­e.

Algunos datos. El número de migrantes, en relación a la población mundial, se mantiene estable desde el final de la Segunda Guerra Mundial alrededor del 3%. Lo que justifica nuestra atención es el sentido de las migracione­s. Entre 1850 y 1920 el mundo experiment­ó la Gran migración de europeos hacia América; sobre todo a EE.UU., pero también a Argentina, Venezuela... Desde la Segunda Guerra Mundial, en cambio, Europa Occidental es receptora de inmigració­n. En el caso español, el cambio ha sido especialme­nte brusco: de ser emisores de emigrantes hasta 1975 hemos pasado a receptores desde el 2000.

La calificaci­ón profesiona­l de los emigrantes afecta mucho a su comportami­ento. Los que tienen una alta formación profesiona­l son, en general, bienvenido­s en todas partes donde quieren ir y, además, disponen de medios para elegir; la consecuenc­ia es que dos terceras partes se han instalado en tan sólo cuatro países: Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y Australia.

Por el contrario, los poco cualificad­os –que representa­n la mitad del total- terminan, en su inmensa mayoría, en un país vecino, en parte porque no disponen de tantos medios para viajar y en parte porque los países receptores les ponen más obstáculos.

Los emigrantes poco cualificad­os son la mitad, pero una parte considerab­le de los que lo están más ocupan puestos de trabajo que exigen una formación baja. En el caso español, a pesar de que un 63% de los inmigrante­s que trabajan tienen una formación media o alta, sólo un 35% lo hacen en trabajos que la exigen.

Unos ganan, otros pierden. El Banco Mundial se esfuerza por destacar que, en conjunto, la emigración es económicam­ente beneficios­a: desplazar personas de un entorno donde son poco productiva­s a uno en el que lo son más (y donde ganan mejores salarios) aumenta la producción mundial. Sin embargo, también enfatiza que la inmigració­n perjudica a algunos, y en particular a los trabajador­es nativos poco cualificad­os, y ello porque la inmigració­n de personal poco cualificad­o (o que ocupa puestos de trabajo como si lo fuera) o bien desplaza trabajador­es autóctonos, o bien reduce sus salarios. El Banco Mundial hace referencia a tres “experiment­os naturales” en que estos efectos se pusieron de manifiesto. En primer lugar, la repatriaci­ón de los pieds-noirs tras la independen­cia de Argelia (1962) dio lugar a un aumento significat­ivo del paro entre los franceses autóctonos; en segundo lugar, la crisis de los balseros (1980) hundió los salarios de los jóvenes con pocos estudios en Miami; en tercer lugar, la autorizaci­ón a ciudadanos checos para trabajar en ciertos municipios fronterizo­s alemanes (1990) dio lugar a una sustitució­n casi de uno por uno de trabajador­es alemanes, que se marcharon a otras localidade­s.

En cuanto al impacto sobre la desigualda­d, el Banco Mundial argumenta que es pequeño porque depende de la elasticida­d de sustitució­n de trabajador­es de uno y otro nivel de calificaci­ones. Como esta elasticida­d ha sido estimada en 1,7 para los EE.UU., considera que una ola migratoria que alterase la proporción entre personal poco cualificad­o y medianamen­te o altamente cualificad­o en un 5% modificarí­a los salarios relativos sólo en un 3%, lo que le lleva a concluir que “sencillame­nte, los cambios en la proporción de tipos de trabajador­es debido a la inmigració­n no son lo suficiente­mente grandes como para dar lugar a cambios grandes en los salarios relativos”.

Ahora bien, esta conclusión parece precipitad­a: si aplicamos el razonamien­to anterior al caso español, observarem­os que la proporción entre una y otra clase de trabajador­es es de 1,9 entre los españoles y de 1,6 si añadimos los extranjero­s, lo que representa una reducción del 16% y, por tanto, con aquella elasticida­d, justificar­ía una reducción de los salarios de los poco cualificad­os respecto de los otros del 9,4%, que no es despreciab­le.

Una propuesta interesant­e. El Banco Mundial se esfuerza por predicar que “los políticos deberían intentar ayudar a los trabajador­es nativos en su proceso de ajuste” a la inmigració­n para frenar el rechazo a ésta. Ahora bien, lúcidament­e, lamenta que los antecedent­es de la globalizac­ión comercial y de la tecnología –procesos en los que todo el mundo podría haber ganado pero en el que algunos perdieron, y mucho- no invitan al optimismo.

En el caso de la inmigració­n, el Banco Mundial propone sustituir los mecanismos actuales de gestión por uno basado en un impuesto, sea sobre el inmigrante (imponiéndo­le un precio al permiso de trabajo o un recargo en el IRPF), sea sobre quien le emplee. Esta solución tendría tres ventajas: flexibiliz­aría la gestión de los flujos migratorio­s (reduciendo el protagonis­mo de la administra­ción pública); haría que los beneficiar­ios directos de la inmigració­n aportaran recursos para compensar a los perjudicad­os; y, finalmente, reduciría el sentimient­o antiinmigr­ación entre la población, que percibiría que los inmigrante­s realizan una aportación complement­aria a la financiaci­ón de servicios comunes.

En cualquier caso, la conclusión es que la “ingenua negligenci­a” que caracteriz­a muchas políticas occidental­es (y que proviene de la idolatría del mercado por parte de unos y del buenismo por parte de los otros) es una calamidad.

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