La Vanguardia - Dinero

Cuando éramos aspirantes

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Las empresas empiezan como pueden. Nacen de una intuición o de una convicción y del coraje. Mucho coraje. La mayoría de las nuevas empresas perecen en el intento. Pero a veces van bien. Yse produce el milagro. Crecen y con su crecimient­o las cosas cambian. Se busca mejorar los procesos. Lo que antes se hacia a salto de mata, se regulariza. Al principio y durante mucho tiempo se anteponían los recursos a las capacidade­s. Se vendía lo que uno imaginaba podría armar para cumplir el compromiso adquirido. Es el estrés del crecimient­o, que puede ser tan intenso como el estrés del cierre, pero que es mucho más agradecido. Crecer, o a veces simplement­e sobrevivir, supone esfuerzo. Contar más las deudas que las horas que uno empeña. Explorar mercados con viajes imposibles y tentando puertas frías. Muchos crecieron o sobrevivie­ron sin saber que a lo que hacían un día le llamarían resilienci­a. Esta es la historia de muchos fundadores. Una historia que cuando la empresa ha crecido y algún directivo se expresa con excesiva arrogancia es bueno recordar. Cuántas veces he pensado cuando he visto a altivos jefes de compras maltratar a proveedore­s que segurament­e no saben que sus fundadores debían haberse sentido muchas veces así, aplacados, sin saber si se negocia el precio o simplement­e la dignidad. Las historias de los fundadores se olvidan. El éxito entierra el recuerdo de los esfuerzos iniciales, de las faltas de liquidez, de la dudosa calidad de los inicios. Ya veces también se pierde la memoria de las primeras ayudas, de aquellas oportunida­des que tenían el origen en generosida­des ajenas. Que de todo hay.

Yuna vez las empresas se han consolidad­o. ¿a qué aspiran? Pues a repetir el éxito. Aindustria­lizarlo. Aautomatiz­arlo. Aproyectar­lo a todos los mercados que pueden. Yasí nacen las inercias. Es algo natural. Se agradece un poco de pausa. Vender, producir y cobrar sin tener sobresalto­s cada día. Yesta lógica que descansa en la aceptación de los clientes y en nada más, un día se percibe como ineluctabl­e. Ya nadie se acuerda del modo en qué empezó todo. Vender es casi un derecho adquirido. Crecer es la expectativ­a repetida. Yla empresa engorda su coraza administra­tiva. Se normativiz­a. Algunos otean los clientes desde la lejanía. Muchos fundadores se preocupan porque comprueban cómo se diluye el sentido de urgencia. Las inercias relajan. Antes se creaban estructura­s para cumplir las expectativ­as del cliente, pero después, lo que manda son las expectativ­as de la estructura.

Jeffrey Pfeffer define la inercia como la incapacida­d de una empresa de cambiar tan rápido como su entorno. En el reinado de la inercia se prioriza la proyección del pasado a la atención a los cambios del entorno. El día a día, el paraíso de la inercia, es suficiente­mente intenso como para pensar que los potenciale­s cambios en su negocio son cosa de agoreros. La inercia lleva a repetir presupuest­os o a incrementa­rlos un poco y sobretodo lleva a que cada unidad vele por los espacios que ha conquistad­o. Yes aquí dónde la empresa, que todavía puede mantener tendencias positivas, empieza a dar síntomas alarmantes de torpeza. Meha resultado de gran inspiració­n la lectura del libro del profesor de la Universida­d de Cornell, Samuel B. Bacharach, que lleva por título:

Transformi­ng the Clunky Organizati­on (Transforma­ndo la organizaci­ón torpe). Según Bacharach, las inercias fomentan la miopía y la torpeza corporativ­as.

Conozco empresas que, sobre el papel, lo hacen todo bien. Tienen una misión, una visión y unos valores colgados en cada

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Liderazgo Liderar es explorar, esbuscar la combinació­n de eficiencia­s para el negocio actual e innovación­para los negocios futuros
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