CRÍTICA DE ARTE ESTADOS PRECARIOS
El verano pasado tuvo lugar en CaixaForum Barcelona una exposición titulada La pintura, un reto permanente. Reunía obras de artistas que a lo largo de los últimos cuatro decenios han intentado renovar el lenguaje de la pintura, algunos de ellos con éxito, como Gerhard Richter. Pues bien, junto a la pintura de Richter, las dos obras de esa muestra que me parecieron más memorables fueron las de Ignasi Aballí y Jaume Pitarch, que se exponían juntas y se potenciaban mutuamente. Ambos artistas se sitúan en una zona en que lo pictórico o lo escultórico empieza a dejar de serlo para convertirse en otra cosa, de carácter principalmente conceptual: secuencia de tonos, concepto que remite a lo plástico o reunión de objetos que aluden a cuestiones cromáticas o pictóricas, por ejemplo.
La exposición que Pitarch presenta en la galería Àngels Barcelona confirma este carácter conceptual, pero incluye un componente existencial y enlaza además con unos modos que en el contexto catalán son los que ha representado Joan Brossa. Veamos: en una pared está clavada una miniescultura de metal cuya forma y tamaño son los de la especia llamada clavo. Otras obras representan una muleta apoyada en una muleta y un colgador colgado de otro colgador. Hay dos esculturas mínimas –son dos líneas o varas de hierro– que se sostienen en equilibrio precario por un hilo y por la resistencia que ofrece la pared. Se titulan La línea del olvido y Fe en suspensión. La instalación Los olvidados alude a lo que se escribe y se olvida. Consiste en un carrete de máquina de escribir situado en el techo y accionado por un motor que desenrolla la cinta y luego la vuelve a enrollar. La cinta negra y roja desciende y dibuja en el suelo marañas o estrellas, dibujos distintos cada vez. Los dibujos se deshacen y se rehacen. A diferencia del tejido de Penélope, aquí el estado inacabado no es el resultado de un deseo.