Vientos de cara y fortalezas de fondo
Vivimos en perpetuo sobresalto, reflejo de la ducha escocesa que origina el compás del vals chino-americano. Por ello, para situar dónde nos encontramos y hacia dónde nos dirigimos, lo pertinente ahora es apartarse de la coyuntura diaria y poner luces largas. Y ello significa evaluar hasta qué punto hemos corregido los desequilibrios que nos condujeron a la catástrofe en el 2008.
Primero, deuda exterior. El colapso del 2008-2012 fue reflejo del aumento del endeudamiento neto, hasta un muy elevado 98% del PIB que hoy hemos reducido al 79%. Además, su composición sectorial ha mejorado espectacularmente: entre el 2009 y el 2019, el de la banca española ha caído del 44% al 1% del PIB.
Segundo, balanza de pagos. Esa deuda externa fue el resultado de la acumulación de déficits de una magnitud jamás vista: entre 1999 y el 2008, pedimos prestado al resto del mundo la friolera del 53% del PIB. En cambio, hoy, y por vez primera en la historia, llevamos ocho años de excedentes, superando largamente el máximo de tres años de superávits de otros momentos. Una mejora extraordinaria, más todavía por lo que expresa: entre el 2010 y el 2019, España ha ganado cuota de mercado mundial en exportaciones y, por vez primera también, las importaciones crecen moderadamente. Ambos aspectos apuntan a una clara mejora de la competitividad.
Finalmente, la deuda privada (empresas y familias). En el 2007, alcanzó un máximo histórico del 204% del PIB, mientras que hoy, tras caer 70 puntos del PIB, se sitúa ya en la media de la UEM, una insólita contracción que refleja la experimentada por el crédito bancario.
A todo lo anterior añadan al BCE: desde el 2012 (OMT) y el 2015 (compra de activos), su papel en la estabilidad de la eurozona es definitivo. A diferencia del 20082012, ha mostrado una potencia de fuego inmensa (en su balance se acumulan 350.000 millones de deuda pública española, un tercio del total) y, por tanto, su cúpula protectora nos aísla de inestabilidades exteriores.
Es cierto, también, que tenemos problemas estructurales. Para las administraciones, una deuda que, entre el 2007 y el 2019, ha crecido del 35% al 98% del PIB. Con ello, el endeudamiento total de familias, empresas y administraciones públicas es similar al del 2007 (un 230% del PIB), aunque su composición sea muy distinta. También tenemos dificultades en el crecimiento de la productividad y en desigualdad. Pero, en conjunto, la situación hoy tiene poco que ver con la de hace una década. Entonces, la deuda interna y externa hundió la actividad y, finalmente, en el verano del 2012, originó el rescate bancario (MEDE) y la intervención del BCE (OMT y el whatever it takes de Draghi). Hoy, la reconducción de los desequilibrios del sector privado, sumada al activismo del BCE, ha permitido la recuperación de la confianza: en octubre pasado, la deuda pública española a 10 años ofrecía un insólito 0,25%, y la prima con Alemania caía a los 65 puntos básicos. Ahora que el futuro no termina de despejarse, congratulémonos por todo ello.
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