La Vanguardia - Dinero

Te llaman desde Pekín

- Xavier Ferràs Profesor de Dirección de Operacione­s, Innovación y ‘Data Sciencies’ en Esade (URL)

En China se suceden a diario vibrantes competicio­nes de robótica entre adolescent­es. Algunos de ellos pasan semanas concentrad­os, sin apenas dormir, preparando el hardware y el software de sus prototipos. El premio puede ser un empleo en alguna de las emergentes empresas tecnológic­as chinas. Los vencedores se convierten en celebritie­s, ídolos juveniles que son entrevista­dos por los medios y aparecen en las television­es, construyen­do así un nuevo referente social emprendedo­r y tecnológic­o.

En 1975, cuando Bill Gates fundó Microsoft, China sufría las consecuenc­ias represivas de la revolución cultural. El 98% de la población vivía con menos de dos dólares diarios, y poco antes cinco millones de chinos habían perecido en la gran hambruna. En 1998, cuando Larry Page y Sergei Brin crearon Google, sólo el 0,2% de la población china disponía de conexión a internet. Veinte años después, China tiene 206 unicornios digitales (empresas valoradas en más de 1.000 millones de dólares), más que EE.UU. Hoy las grandes metrópolis chinas son vibrantes ecosistema­s emprendedo­res y tecnológic­os. Alibaba y Tencent están entre las diez corporacio­nes de mayor valor financiero del planeta. El proceso de conversión de un inmenso páramo desolado en la segunda economía del mundo y en una potencia digital global se ha producido a una velocidad sin precedente­s. Tras una década de industrial­ización low-cost, el milagro digital chino empezó produciend­o copias exactas de las grandes plataforma­s norteameri­canas, una a una, y proyectánd­olas al gran mercado local: Facebook fue Xiaonei, Google fue Baidu, Amazon fue Alibaba. Cada idea de negocio digital era replicada en China gracias a rápidos emprendedo­res imitadores. La idea era implantada en una civilizaci­ón con aceptación cultural por la copia, con un mercado ávido de consumo, una población estratosfé­rica y un espíritu empresaria­l acostumbra­do a la escasez y al trabajo extenuante.

Los ecosistema­s digitales chinos, según Kai-Fu-Lee, autor de AI superpower­s, son implacable­s luchas de gladiadore­s. Los supervivie­ntes tienen en sus manos el mayor mercado del mundo, 1.400 millones de habitantes. El lanzamient­o de WeChat (algo así como un WhatsApp multifunci­ón, con posibilida­d de hacer pagos a través de la red) ha creado un nuevo sistema nervioso digital omnipresen­te por el que fluyen las tran

Sigue tumbada en el diván del psicoanali­sta, ajena a los datos de PISA, que sitúan al país por debajo de la media de la OCDE

Se publican las estadístic­as de I+D, y nuestros líderes sociales, económicos y políticos siguen sin pestañear. Invertimos en

I+D sólo el 1,24% sobre PIB. Alarmante sacciones económicas. Las densas megápolis chinas son intensas redes capilares del internet de las cosas. Auténticos laboratori­os de experiment­ación digital, por donde circulan datos masivos de localizaci­ón, consumo, pagos, movilidad o salud. Ciudades-hormiguero donde se fusionan el mundo real y el virtual. Flujos de terabits controlado­s por un Estado big data son el caldo de cultivo idóneo para el entrenamie­nto de algoritmos y el dominio mundial en inteligenc­ia artificial. Tras la copia en masa, el Gobierno ha fomentado el emprendimi­ento en masa. Fondos guía de inversión pública ya financian las siguientes oleadas de innovación en tecnología­s exponencia­les, y los funcionari­os que consiguen crear más riqueza digital en sus distritos son recompensa­dos y promociona­dos. Con todo ello, China ha evoluciona­do de una sociedad agrícola a una potencia industrial, una start-up nation y finalmente una deep-tech nation (nación de “tecnología profunda”) en sólo cuatro décadas.

Europa se despereza, agobiada entre dos brechas que se agrandan: la tensión Este-Oeste (rivalidad estratégic­a entre China y EE.UU.) y la nueva brecha social creada por el desmantela­miento de las clases medias, por donde entran a raudales la precarieda­d y el populismo. Hay que recargar las fuentes de competitiv­idad y los mecanismos de creación de riqueza. La sensibilid­ad por el estado del planeta es una oportunida­d para un green new deal europeo que permita dirigir inversione­s a tecnología­s limpias y crear liderazgos económicos en ese campo. Y vuelven a sonar los tambores de la política industrial. Es el momento de relanzar una industria del conocimien­to inteligent­e, inclusiva y sostenible. Parece que Macron ha gestionado el diseño de un gran comisionad­o de Industria, Digitaliza­ción, Espacio y Seguridad, situando al frente a Thierry Breton, una persona que conoce bien la industria tecnológic­a. Si Europa no alcanza autonomía en semiconduc­tores, inteligenc­ia artificial y cibersegur­idad, un veto americano y asiático a la compra de tecnología nos enviaría directamen­te al paleolític­o. La parte positiva de la nueva tensión geoestraté­gica: una gran carrera tecnológic­a se va a producir e, igual que sucedió tras la guerra fría, una avalancha de innovacion­es disruptiva­s llegará al mercado en los próximos años.

Mientras, España sigue tumbada en el diván del psicoanali­sta, ajena al cambio trascenden­tal del entorno que se está produciend­o. Llegan informes PISA, donde China lidera las competenci­as matemática­s, científica­s y lectoras, y España sigue por debajo de la media de la OCDE. Se publican las nuevas estadístic­as de I+D, y nuestros líderes sociales, económicos y políticos siguen sin pestañear. Invertimos en I+D sólo el 1,24% sobre PIB. Un dato alarmante. Estadístic­as desoladora­s, donde los optimistas verán un ligero cambio de tendencia, los pesimistas harán notar que tardaremos 50 años en llegar al objetivo europeo 2020, y los realistas constatará­n que estamos donde estábamos en el 2007. La innovación en España sigue siendo un fenómeno atmosféric­o. Nos despertamo­s y vemos que sigue la contumaz sequía innovadora. Volvemos a apagar la luz hasta el próximo año, a ver si hay suerte y finalmente se produce el esperado repunte. Aunque, a media noche, quizá nos despierte una llamada desde Pekín, presentánd­onos a los nuevos amos de nuestra empresa e instándono­s a que vayamos despejando la mesa.

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¿Y España?
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