Riesgo consciente
La rentabilidad y el riesgo son los dos polos opuestos en los que se mueven los inversores. Planificar bien las inversiones exige un trabajo detallado, que debe empezar por delimitar el riesgo que se quiere asumir. Los bancos, por ejemplo, hacen pruebas de idoneidad con el objetivo precisamente de conocer su perfil de riesgo. El inversor, además, debería conocer bien las alternativas de inversión que se le ofrecen. Y aquí entra el test de conveniencia que también realizan los bancos. Restaría para el inversor diseñar qué posibilidad espera en el futuro partiendo de las hipótesis que lo hacen factible.
Pero luego nos enfrentamos a mercados poco racionales que, en su afán de descontar el futuro, se mueven entre excesos. No hablo de burbujas, ya que estas sólo se conocen cuando estallan. Me refiero, por ejemplo, a dejarse llevar por la tendencia del mercado o la sobrerreacción a la nueva información. El miedo es racional, sinónimo en demasiadas ocasiones de falta de información. Pero el pánico y la euforia no lo son. Ser consciente y hacer un buen trabajo de preparación previa puede no ser suficiente para que después los inversores gestionen de forma adecuada el riesgo asumido. Las finanzas del comportamiento estudian cómo los inversores toman con demasiada frecuencia decisiones por sesgos de comportamiento. La educación financiera es fundamental para tomar decisiones acertadas al planificar las inversiones. Pero es importante también ser disciplinado y prudente al gestionarlas.
En un contexto tan anómalo como el actual, marcado por tipos de interés oficiales negativos y una política monetaria excepcionalmente expansiva, la búsqueda de rentabilidad puede llevar a cometer excesos en las inversiones. Por eso ahora, más si cabe que antes, es importante acompañarse del mejor asesoramiento profesional.
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