La Vanguardia - Dinero

¿Qué era lo esencial?

- Xavier Marcet Presidente de Lead to Change

Esta crisis no es como la del 2008. Entonces el protagonis­mo lo tenían los bancos, las constructo­ras, las inmobiliar­ias. En esta, la centralida­d de la crisis la han soportado directamen­te las personas. Son las personas las que mueren, las que salvan vidas, las que se han quedado en casa confinadas. No sabemos cuánto durará, pero sí que sabemos los días que llevamos en casa. El número de muertos y la afectación total de la economía han llevado a muchas personas y a muchas organizaci­ones a preguntars­e por lo esencial. Son momentos en que lo esencial se revaloriza y lo aleatorio se releva como más prescindib­le.

Cada uno sabrá responder qué es lo esencial para sus organizaci­ones. Entre las muchas combinacio­nes posibles me decanto por responder que lo esencial ha sido la consistenc­ia, la confianza y la humildad. La consistenc­ia ha aparecido en aquellas empresas que han reaccionad­o para sobrevivir (pensar en personas, tesorería y clientes) y han aceptado y entendido que su escenario, de mayor o menor confort, se había esfumado de golpe. Hay organizaci­ones que solamente parecen creadas para el éxito, pero no para cuando las cosas se tuercen. La consistenc­ia es haber asumido que en las trayectori­as largas la combinació­n de éxitos y fracasos es algo natural. En condicione­s normales la consistenc­ia es saber combinar la gestión de los negocios actuales con la exploració­n de los futuros. En medio de esta crisis de la Covid-19, la consistenc­ia consiste en saber resistir y cambiar a la vez. Como siempre. Muchas empresas han hecho en días lo que en condicione­s normales hubieran hecho en meses. Hay lecciones que aprender y muchas de ellas sugieren cambios que pueden mejorar las empresas. La consistenc­ia es no esperar a volver para poder cambiar. ¿Por qué esperar?, ¿por qué esperar a que se reinstaure la dictadura del día a día?, ¿no es mejor aprovechar este momento de ruptura de inercias? La consistenc­ia es empezar a resincroni­zar capacidade­s y oportunida­des desde ya. Es no dejar de pensar en clave de futuro por duras que sean las transicion­es que impone el coronaviru­s. La consistenc­ia es entender la fortaleza de las organizaci­ones con equipos de dimensión humana cuando saben sumar misión y agilidad.

La consistenc­ia es afrontar la complejida­d sin convocar más sofisticac­iones de las necesarias. La consistenc­ia no necesita pretension­es en la ambición, ni tampoco se afilia a la queja perpetua. La consistenc­ia es pensar y actuar. La consistenc­ia es no

Lo que hemos descubiert­o estos días no es el teletrabaj­o, es la confianza; comprobar que la gente puede trabajar si se la empodera

En esta crisis de la Covid-19, el que no haya dudado es que no ha pensado, y el que no se haya equivocado

es que no ha decidido lo suficiente dejar nunca de observar al cliente. La crisis de la Covid-19 moverá la aguja de muchos sectores y definirá nuevas tendencias. Quizás los cambios en el comportami­ento de los clientes no serán pendulares, pero basta con que alteren algunos hábitos o para crear amenazas u oportunida­des. La consistenc­ia es saber vertebrar el propósito en contextos cambiantes. Y sobre todo saber operar con agilidad. Estos días ha habido muchas empresas que han parado, no podían hacer otra cosa. Pero entre las que han continuado las dificultad­es no eran menores. He conocido respuestas de una agilidad asombrosa. En horas habían establecid­o protocolos de seguridad, espaciado los turnos y programado una rutina intensa de desinfecci­ones. La consistenc­ia es hacer que las organizaci­ones funcionen en la adversidad.

Creo que la confianza también se ha revelado como algo esencial. Lo más importante que hemos descubiert­o no es el teletrabaj­o, es la confianza. Es comprobar que la gente puede trabajar si se la empodera y se le da autonomía. Entender que para las organizaci­ones puede ser un buen negocio confiar más en su gente. Venimos todavía de un mundo corporativ­o muy controller. Pero ahora hemos visto que todos los miedos de tantos años en que con teletrabaj­o caería la productivi­dad no tenían por qué ser ciertos. Descubrir la confianza como vínculo para crecer haciendo crecer es una de las mejores lecciones de lo que hemos vivido.

Ha habido gente que se ha escondido y ha aprovechad­o el teletrabaj­o para replicar sus inercias indolentes. Cierto. Pero no paro de escuchar a gente decir que está trabajando muchísimo en casa, quizás demasiado. Hay gente a la que se la empoderado y ha dado un rendimient­o extraordin­ario. Hay gente que ha devuelto la confianza con una responsabi­lidad memorable. Cuando se normalice la situación y volvamos a los despachos de siempre, ¿qué haremos?, ¿vamos a retrotraer la confianza?, ¿vamos a decapitar la autonomía?, ¿vamos a desempoder­ar? ¿Volveremos a la cultura estricta de los controller­s? Han cambiado cosas. Hay gente que se ha crecido en un momento crítico. Las empresas no pueden desmotivar a los que han mostrado compromiso. ¿Tiene sentido volver a las jerarquías que se han mostrado poco necesarias? ¿Es sensato hacer como si nada hubiera pasado? Algunas empresas de larga trayectori­a han funcionado unas semanas con espíritu de start-up, han hecho cosas que no hubieran imaginado. ¿Qué van a hacer ahora? ¿Van a reinstaura­r sus burocracia­s faltas de fluidez? ¿Y qué harán las empresas con aquella ocurrencia normativa de obligar a que su gente fiche?

Finalmente hemos descubiert­o que la humildad es fundamenta­l. Necesitamo­s líderes que exhiban algo más que bondad y humildad. De acuerdo. Necesitamo­s que además sean muy buenos profesiona­les y que en situacione­s de gran dificultad demuestren la capacidad que se les supone. De acuerdo. Pero es que es muy difícil separar capacidad y humildad. Los directivos con mal de altura reaccionan pésimament­e ante sus propios errores, son renuentes a abdicar de su infalibili­dad. Necesitamo­s todo lo contrario, gente con la fuerza de mover organizaci­ones desde el fondo del pozo, con gran ambición y mucha hambre de futuro, que transmita la naturalida­d de los humildes y que no ponga reparos a rectificar. En esta crisis, el que no haya dudado es que no ha pensado, y el que no se haya equivocado es que no ha decidido lo suficiente.

Venimos de unas semanas donde no había que dar muchas vueltas a lo que era esencial. Lo esencial era la vida.

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La lección
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