Viene un tsunami de impagos
Desde que se inició el estado de alarma el 14 de marzo el ahorro de las familias se ha disparado. Con el confinamiento se gasta menos y los depósitos bancarios suben como la espuma, más del 2%. Es lógico, se ahorra porque al estar gran parte de la economía cerrada hay menos donde comprar.
El problema se pondrá de manifiesto cuando la economía se abra totalmente, y la gente no acuda a los restaurantes, ni a las tiendas, ni a los lugares de ocio por miedo a ser contagiados o ante el temor que provoca la recesión económica: “¡Hay que ahorrar!”. Pero si no se consume, la economía peta.
Tenemos que gastar, tanto en el sector público como en el privado. Si el consumo se paraliza, el paro se disparará y el país entrará en un círculo perverso. Es el camino más recto hacia la depresión. Por tanto, si quiere hacer algo por los demás ¡por favor, consuma!
El cambio de hábitos que ha provocado la pandemia no nos puede conducir a la España austera. Así de sopetón. Esto sí sería un austericidio y no lo que se produjo durante el mandato de Mariano Rajoy. Sobre todo, si desde el poder se sigue metiendo miedo. Es cierto que la mayor medida económica es controlar la pandemia y evitar un rebrote. Pero hay muchas maneras de hacerlo.
Por ejemplo, decretar la cuarentena para los turistas es un disparate. Lo sensato hubiese sido esperar a que Europa hubiese acordado medidas comunes para abrir las fronteras internas y seguir sus recomendaciones. Se pueden tomar otras medidas preventivas sin necesidad de matar a la gallina de los huevos de oro. Como dice Santiago Segura, hay medidas que parecen haber sido tomadas por el mismo Torrente, el brazo tonto de la ley. Hay más ocurrencias que sentido común.
Si el mensaje que machaconamente se transmite es el de subvenciones, hambre y paro, nadie gastará ni un euro por si las moscas. Hay que cambiar urgentemente el relato. Habría que abrir de forma gradual la economía y salir de una vez por todas de esa España negra que nos están pintando para recuperar la España alegre y confiada de siempre a la que todo el mundo quiere venir a divertirse. Es difícil, pero a veces es necesario hacer de tripas corazón y salir de casa a tomar un café, ir de compras o quedar en un restaurante con los amigos para cenar. Tenemos que volver a sonreír, aunque solo sea por sacar a nuestro país adelante.
Este es el gran debate que está encima de la mesa: mantener el estado de alarma hasta finales de junio como propone el Gobierno o poner fin al confinamiento para abrir totalmente la economía como pide la oposición. De nuevo la falsa dicotomía entre salud o hambre. Ambos extremos se pueden combinar para llegar a un punto intermedio.
Tener demasiadas prisas para volver a una falsa normalidad es cuando menos temerario. Mantener el Gran Encierro de forma indefinida resulta estrafalario. ¿Cómo lo ha hecho Alemania, que tan buenos resultados le está dando? Pruebaerror. Si abrimos demasiado y suben los nuevos contagios, rectifiquemos. Rectificar es de sabios.
Lo que no parece de recibo es la bronca permanente entre el Gobierno y la oposición con sus aparatos mediáticos. Los seguidores de Pedro Sánchez contra los seguidores de Pablo Casado azuzados desde los extremos por Podemos y por Vox. Así no se va a ninguna parte.
Todos los precedentes hacen suponer que la crisis económica derivada de la Covid-19 provocará un tsunami de impagos en España que arrasará miles de pymes y autónomos. En épocas de crisis los índices de morosidad se suelen disparar y se producen fenómenos de siniestralidad en cadena. Todo el mundo recuerda el maremoto de morosidad derivado de la última gran crisis económica que fue provocada por lustros de desregulación financiera y que tuvo su hito en la caída de Lehman Brothers. En España, la morosidad bancaria superó los 197.000 millones de euros, casi el 20% del PIB. Su impacto fue brutal en las entidades bancarias y el sector financiero atravesó la mayor reestructuración de las últimas décadas.
Somos uno de los países menos preparados de la UE para combatir la morosidad en el pago de las operaciones mercantiles con aplazamiento, lo que coloquialmente se llama con crédito comercial. No es un fenómeno provocado sólo por la coyuntura económica, sino por varios condicionantes. Uno de ellos es la costumbre de pagar las deudas a los proveedores. La cultura empresarial de la demora constituye el principal generador de morosidad y en España no existe una cultura empresarial que fomente el pago puntual. El periodo medio de pago de las facturas en España en el cuarto trimestre del 2019 superó los 90 días, aunque la ley prohíbe desde el 2004 que los compradores paguen las facturas a un plazo superior a 60 días.
Otro de los condicionantes es que nuestro Derecho procesal no ofrece un cauce especial que garantice satisfactoriamente la tutela del derecho de crédito dinerario surgido por operaciones comerciales entre empresas, puesto que los procedimientos especiales, pensados para la tutela específica que ofrece la ley de Enjuiciamiento Civil, en particular el proceso monitorio, no ofrecen los resultados que pretenden los acreedores. Prueba de ello es que en el año 2002 el 20,40% de los monitorios terminaban con el pago del deudor y el 44,20% con la ejecución forzosa de los bienes del moroso sin que el deudor hubiera formulado oposición al requerimiento de pago. Por lo cual, en el año 2002 el 64,60% de los monitorios facilitaba a los acreedores la posibilidad de recobrar total o parcialmente sus créditos. En cambio, en el 2018 el porcentaje de monitorios que acabaron con el pago directo por parte del deudor se ha reducido al 7,40% y el porcentaje de peticiones iniciales que terminaron con la ejecución forzosa de los bienes del moroso ha disminuido al 38,50%. De modo que, en el 2018 sólo el 45,90% de los monitorios ha facilitado a los acreedores la posibilidad de recuperar sus créditos.
Además, el porcentaje de monitorios terminados por inadmisión o por otras formas se ha duplicado en el 2018 respecto al porcentaje del 2002. Este dato nos lleva a la conclusión que casi la mitad de los monitorios no facilita a los acreedores la posibilidad de recuperar sus créditos impagados.
Los depósitos bancarios han subido un 2% en la pandemia por el menor gasto