Los amos opacos del mundo
Los fondos soberanos aumentan su influencia en la pandemia por su papel estabilizador de las finanzas. Pero mientras el volumen de sus activos se dispara, su opacidad levanta dudas
Piergiorgio M. Sandri Barcelona
Son los amos silenciosos de la economía, aunque no salgan a diario en los medios o en las conferencias internacionales.
Los alrededor de 90 fondos de riqueza soberana del mundo han ganado una influencia significativa en los mercados en las últimas dos décadas. Juntos supervisan más de ocho billones de dólares (unos siete billones de euros) en activos, lo que equivale a alrededor del 10% del PIB mundial.
Por poner los datos en contexto: esta cifra es la suma de la riqueza de, Reino Unido, Francia, Canadá y España juntos. Equivale a la valoración en bolsa de Apple, Amazon, Google (Alphabet), Microsoft, Alibaba, Tencent, Berkshire Hathaway, Facebook, JP Morgan Chase,
Bank of America, Johnson Johnson, Exxon y todo el valor bursátil del Ibex.
Doha, Abu Dabi, Riad, Moscú, Oslo o Pekín, que mueven los hilos de estos vehículos de inversión pública, acumulan un poder financiero sin precedentes. Sus activos ya duplican el valor que tenían durante la anterior crisis financiera del 2008. Los fondos soberanos poseen en promedio el 5% de todas las acciones cotizadas a escala mundial.
Sin embargo, se sabe poco sobre ellos. Al ser el brazo económico del poder político de los estados, su estrategia está envuelta en un absoluto secretismo. Sus participaciones afloran en los balances de las empresas, especialmente aquellas que cotizan por sorpresa, y pocos saben qué se cuece a escala de estrategia en sus despachos. Y eso que hablamos de dinero público.
El primer polo es China, donde hay seis fondos soberanos que mueven 2,3 billones. El segundo es Noruega. Cuenta con el fondo soberano más grande del mundo, que se acerca al billón de euros en activos y es un modelo de transparencia, tal vez el único. El tercer polo es Oriente Medio, que cuenta con un buen número de fondos ligados a los hidrocarburos y las materias primas.
Los fondos soberanos a menudo se denominan “fondos para días lluviosos”, fondos a los que los gobiernos pueden recurrir en tiempos difíciles. La pandemia de la Covid-19 es un ejemplo de ello. En abril, un funcionario del Fondo Monetario Internacional sugirió que los “fondos soberanos deberían usarse para impulsar el crecimiento”. En efecto, constituyen un colchón financiero de emergencia: pueden restituir el dinero a las arcas públicas o maximizar, con un horizonte paciente a largo plazo, las inversiones para impulsar el desarrollo económico del país. A diferencia de un Estado, los fondos soberanos no tienen que pagar deudas ni suspenden pagos. De una manera u otra, su papel crece en la incertidumbre.
No obstante, el coronavirus también ha lastrado sus resultados, porque la bolsa sigue siendo un destino principal de sus inversiones. Según el objetivo del fondo soberano, el porcentaje puede oscilar entre el 40% y el 70% de su cartera. Los 15 fondos más grandes, responsables del 80% de las transacciones, han realizado pérdidas en papel de 54.000 millones en sus mayores participaciones de capital público hasta ahora, según estimaciones hechas públicas por Economist (aunque dos tercios de esas pérdidas corresponden a China Investment Corporation, a través de la cual Pekín posee participaciones en sus cuatro bancos principales).
Gestionan unos activos que ya alcanzan el 10% del PIB mundial y que se han duplicado desde el 2008
No rinden cuenta a los accionistas, sólo a sus gobernantes, y algunos de estos países tienen déficits democráticos