EL COLOR DE LA VIDA
‘Avestruz’, de Carlos Franco Galería Miguel Marcos, Barcelona | Precios de 9.000 a 11.000 euros | Tel. 93-319-26-27
Carlos Franco (Madrid, 1951) se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, pero pronto abandonó los estudios para continuar su aprendizaje de manera autodidacta alcanzando gran importancia en su formación su primo Javier Utray, que le surtió de libros de arte en los que sació sus ansias de conocimiento. Su primera individual la celebró en 1971 en la galería Doncel de Pamplona y un año después comparecía en la madrileña Sala Amadís, donde iniciaron su trayectoria algunos de los jóvenes más interesantes del arte español de la segunda mitad del siglo XX. En 1989 se adjudicó el concurso convocado por el Ayuntamiento de Madrid para la decoración mural de la Real Casa de la Panadería en la plaza Mayor, al que también fueron invitados Sigfrido Martín Begué y Guillermo Pérez Villalta. En el 2007 el Museo Reina Sofía organizó una muestra del conjunto de su obra gráfica que se expuso en el burgalés monasterio de Silos. Este artista perteneció al grupo denominado Los Esquizos, que llevó a cabo distintas exhibiciones colectivas entre 1970 y 1985 y que representaba a la figuración nacida en la capital de España en la década de los setenta, todos ellos hijos de una pintura narrativa en la que el color era determinante como proyector de sensaciones. También destacaban por sus referencias a la historia del arte, que en su caso hablaban de las influencias de Ingres y Delacroix.
La mitología clásica y el inconsciente colectivo son algunos de los símbolos fácilmente rastreables en la expresión plástica del artista madrileño, que también encontró en la magia una inspiración a la que incorporó un trabajo preciosista y revitalizador del simbolismo. Las ocho pinturas que protagonizan la actual exposición de la galería Miguel Marcos están fechadas entre 1996 y el 2020 bajo el soporte de la plancha metálica a la que incardina un singular núcleo de planos y elementos que hablan de la dispersión y expansión de las formas que tienden a un expresionismo casi fantasmal, aunque algunas de ellas se imponen con más rotundidad definiendo el fragor de la vida, con unos cromatismos que sustancian un ámbito que apela a la capacidad de sentir.