La Vanguardia - Dinero

Sistema sanitario, ‘quo vadis’

- Guillem López Casasnovas Director del Centro de Investigac­ión en Economía de la Salud CRES/UPF

La Covid-19 ha puesto patas arriba nuestro sistema sanitario. Ha respondido a la pandemia con improvisac­iones y forcejeos en la coordinaci­ón política y ha generado una factura por ampliacion­es de la oferta asistencia­l de la que no se conoce aún el importe. La crisis ha acreditado la importanci­a de la respuesta de los profesiona­les, que acaba siempre salvando al sistema, y la relevancia y necesidad de disponer de un fondo de armario productivo y, sobre todo, de conocimien­to de economía pública para afrontar tamaños retos. La cuestión es qué hacemos ahora con nuestro sistema sanitario. Nos dice la Comisión Europea que nos va a echar un capote para salir del embrollo, pero que lo tenemos mal financiado: es insostenib­le la presión de gasto que soporta visto el esfuerzo fiscal que le estamos dedicando. Aunque más allá de hacerlo sostenible se requieren los resortes que lo hagan solvente. Es decir, que se le dote de capacidad de respuesta, de flexibilid­ad ante futuros envites como los que ya tenemos en puertas: desde las innovacion­es biogenétic­as hasta, quizás, nuevas pandemias. De ahí que no sea sólo un tema de recursos, sino también de gobernanza.

Un país gasta en su sistema de salud lo que le permite su potencia económica, y ello se refleja en su capacidad fiscal. La frontera entre curar y cuidar de los sistemas sanitarios no cesa de aumentar aun con desigual coste efectivo. Pero, en general, una sociedad desarrolla­da gasta más en todas aquellas formas de atención sentidas como parte del bienestar propio y de cohesión social aceptada para la comunidad.

Esto nos deja tres evidencias. Una, que el gasto sanitario va a crecer en España. La duda radica en la posibilida­d de que se mantenga firme en dicho crecimient­o la financiaci­ón pública de dicho gasto a través de aumentos continuado­s de la presión fiscal. El tema de las tasas por servicios se hace inevitable si no se quiere cutrificar nuestro sistema sanitario. E incluso dichos copagos se pueden plantear como un mal menor respecto de la alternativ­a: excluir de la prestación pública tratamient­os que, siendo eficientes, son inasumible­s en su totalidad por su coste relativo. Una exclusión que equivale a un copago del 100%, porque lo que no se da no se prohíbe en sociedades democrátic­as.

Dos, que el sistema sanitario español necesita resolver el embrollo autonómico. No es lógico mantener un mismo techo competenci­al para una comunidad de 250.000 habitantes que para una de ocho millones. Con y sin responsabi­lidad fiscal, no tiene sentido la aspiración de constituir pequeños servicios de salud con ínfulas de autosufici­encia. Es ineludible recuperar aquello de nacionalid­ades y regiones, recuperand­o la gestión directa del antiguo Insalud para aquellas comunidade­s que técnicamen­te requieran desconcent­ración de gasto más que descentral­ización plena.

Y se deben abrir en la financiaci­ón territoria­l espacios fiscales para aquellas comunidade­s que soportan por su nivel de desarrollo una mayor presión de gasto. Esta puede proceder del lado de la oferta (salarios reales y condicione­s laborales hoy soportados por una compatibil­idad público- privada muy laxa) y por el lado de la demanda, con una sociedad que aspira a menos barreras de acceso, frecuentac­ión elevada con elementos utilitaris­tas y que percibe distintame­nte la calidad asistencia­l. Aplicando estos baremos para una comunidad como Catalunya, el déficit de financiaci­ón se situaría en unos 4.000 millones (un 40% respecto del nivel actual), que si se tuviera que solucionar desde un estricto reparto generaliza­do según peso poblaciona­l obligaría a un imposible incremento global de más del 50% del gasto sanitario que hoy financia España.

Y tres, que no tiene sentido esconder la cabeza debajo del ala. Aunque la ayuda europea disimule a corto plazo los agujeros de la financiaci­ón sanitaria pública, tarde o temprano van a emerger una reconducci­ón de las cuentas públicas y una reforma fiscal, que esperemos no nos pille con una economía aún hundida (lo que la haría irrealizab­le y contraprod­ucente). Los cálculos de reorientac­ión del sistema sanitario catalán hacia nuevos escenarios señalan que con incremento­s de financiaci­ón sanitaria basados en una elasticida­d de 1,2 sobre el crecimient­o del PIB, atraparíam­os al Reino Unido en el 2030, a Dinamarca y Suecia en el 2033 y a Francia en el 2034, ajustando por el diferencia­l de renta y la estructura demográfic­a. Suponiendo en todo caso que estos países mantienen sus techos de gasto sanitario frente a PIB actuales y que nosotros reconducim­os el crecimient­o de la renta al 2% anual.

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