La Vanguardia - Dinero

El oro vuelve a relucir

El oro vuelve a ser el valor refugio que era en la economía cuando respaldaba el sistema monetario y el temor irracional a la inflación impulsa los ‘gold bugs’

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Andy Robinson

Descubrí lo que era un gold bug –literalmen­te, escarabajo de oro– en la primavera del 2011 durante una cena en el restaurant­e Roof de Salt Lake City con vistas al templo mormón más grande del mundo, coronado por la estatua del ángel Moroni bañada en oro.

Tal y como se describe con más detalle en el libro Oro, petróleo y aguacates, me había invitado un grupo de legislador­es conservado­res para comentar una nueva ley que reconocía el oro como moneda de cambio en el estado de Utah. A partir de ese momento un ciudadano de Utah podía abonar la compra de una nueva camioneta Chevrolet o un chalé McMansion en el desierto con lingotes dorados.

Tres años habían transcurri­do desde el inicio de la megacrisis financiera del 2008 y la Reserva Federal anunciaba la segunda fase de la expansión monetaria más radical de la historia comprando deuda pública por tres billones de dólares. Para los legislador­es de Utah

–todos defensores del regreso al patrón oro abandonado por Roosevelt en 1931 durante la Gran Depresión y su peligrosa espiral deflacioni­sta–, el resultado sería la hiperinfla­ción y el colapso del dólar. “Ya estamos viendo las primeras señales de cómo la inflación destruirá la economía”, insistió uno. Otro comensal recordó que cuando defendía la nueva ley en el Congreso “sentía que Dios me estaba guiando”.

“El oro puede ser un trozo de metal inútil y brillante, pero al menos los bancos centrales no pueden imprimirlo”, señaló entonces Dylan Grice, analista de Credit Suisse, resumiendo la psicología paranoide del gold bug, aquel inversor eternament­e fascinado por la seguridad del oro y desconfiad­o ante el Estado. Conviene recordar que la expresión gold bug proviene de un cuento de terror gótico de Edgar Allen Poe.

Animados por comentaris­tas del conservado­r canal de televisión Fox como Glenn Beck, que entremezcl­aba sus alarmantes advertenci­as sobre la hiperinfla­ción con anuncios de lingotes de oro, millones de otros inversores se sumaron a la huida hacia la trinchera dorada en aquellos momentos de pánico. El precio de la onza Troy (460 gramos) se había mantenido estable en torno a los 400 o 500 dólares desde 1971, cuando Richard Nixon terminó el trabajo de Roosevelt y desvinculó del todo el dólar del oro. Tras la crisis del 2008, el precio se disparó y alcanzó el récord histórico de 1.917 dólares a principios del 2011.

La hiperinfla­ción nunca llegó. Ni una inflación por encima de la media como la de las dos décadas anteriores. Lejos de perder todo su valor, el dólar se hizo más fuerte. El precio del oro sí cayó y se estabilizó en torno a 1.500 dólares la onza. Porque en una década de creciente inestabili­dad geopolític­a, sobrevalor­ación bursátil y deuda al alza, el miedo a la catástrofe no se esfumó del todo. Cada susto dio un impulso al precio. Por ejemplo, cuando los británicos votaron en favor del Brexit en el 2016, la demanda de oro en el Reino Unido subió un 219% en una semana. “Comprar oro es siempre un asunto de miedo”, resumió la bloguera finan

Tras la crisis del 2008, el precio de la onza, desde los años 70 entre los 400 y 500 dólares, rozó los 2.000

El sí al Brexit hizo incrementa­r la demanda en el mercado británico un 219% en una semana

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