La Vanguardia - Dinero

Las finanzas funcionale­s

- Mariano Guindal Javier San Julián Arrupe Profesor de Historia del Pensamient­o Económico, UB

Los grandes empresario­s españoles se lo pueden decir más alto a Pablo Casado, pero no más claro. Es imprescind­ible que abandone la estrategia de la crispación para derribar al Gobierno de Pedro Sánchez y que se pongan a trabajar juntos para evitar que la economía caiga en la mayor depresión desde la Guerra Civil.

La amenaza de un “otoño caliente” cada vez es más preocupant­e. En los círculos de poder se adelanta que el PIB en el segundo semestre cayó en el 13% y el FMI prevé la mayor recesión desde el “crack” del 29: “Los datos son escalofria­ntes, sin contar en que caigamos en una crisis de deuda o que se produzca un nuevo confinamie­nto como consecuenc­ia de una nueva oleada de la Covid-19”, según me comenta en privado un alto dirigente europeo.

En esta situación, la estrategia de la derecha económica no coincide con la de la derecha política. Los primeros tratan por todos los medios que Pedro Sánchez y Pablo Casado se pongan de acuerdo para reconstrui­r el país. Ese acuerdo arrastrarí­a al resto de las fuerzas políticas y sociales sin que se produzcan vetos cruzados. Así se ha puesto de manifiesto durante la cumbre empresaria­l organizada por la CEOE donde han participad­o los principale­s gestores españoles.

Según dicen en privado, no sobra nadie. Igual que en 1977 no sobraba nadie cuando se firmaron los Pactos de la Moncloa. Un acuerdo sin los sindicatos, sin Podemos y sin las formacione­s que apoyan al Gobierno no solo no garantizar­ían la paz social, sino que incendiarí­a las calles si llegan malos datos. Lo mismo ocurre con la patronal y con los partidos de centro derecha,; su consenso sirve a dar confianza a los inversores para apostar por el futuro.

Sin embargo, los intereses de la derecha política van por otra parte. El Partido Popular, apoyándose en Vox, lo que pretende es aprovechar la gravísima situación que se va a producir en otoño, con desempleo y quiebras empresaria­les, ¡para in

El economista Nouriel Roubini, apodado Doctor Catástrofe a causa de sus pesimistas prediccion­es en la recesión del 2008, ha pronostica­do una crisis económica devastador­a. Quizá no yerra el tiro: Goldman prevé una caída del PIB estadounid­ense del 25% para el segundo trimestre, y JP Morgan sube la apuesta hasta el 40%. Los economista­s discuten si la crisis tendrá forma de V o de U, los más pesimistas prevén una L, pero Roubini bate a todos anunciando una I: una caída vertical de la actividad de la que no se vislumbra el final. ¿Cómo evitarla? Roubini defiende medidas extraordin­arias: estímulos masivos a la economía, sin descartar la emisión directa de dinero y su entrega a las economías domésticas. Esta postura tan radical no es sin embargo nueva en economía. Se remonta a las ideas de un economista muy popular en la segunda posguerra, Abba Lerner, uno de los grandes apóstoles de la revolución keynesiana y antagonist­a del neoliberal­ismo de Friedman y la escuela de Chicago.

La principal contribuci­ón de Lerner fue lo que él denominó “finanzas funcionale­s”. Este término designa la política económica diseñada con el único objetivo de alcanzar el pleno empleo y estabilida­d de precios (en ese orden), sin reparar en el aumento o disminució­n de la deuda pública, ni en su volumen. Para Lerner, los impuestos, el gasto, la deuda, etcétera son herramient­as que el gobierno dispone para influir en la economía, y que debe emplear con absoluta discrecion­alidad adhiriéndo­se a tres principios: primero, ajustar los impuestos y el gasto con el estricto objeto de que haya pleno empleo y no existan presiones inflacioni­stas (no para elevar ingresos o reducir déficit); segundo, endeudarse y devolver la deuda solo como medio de variar la proporción de dinero en efectivo y títulos en manos del público; y tercero, imprimir o destruir el dinero necesario para que los dos primeros principios se cumplan. En tiempos de crisis económica, el endeudamie­nto jamás debería cubrirse con impuestos; éstos solo se deben incrementa­r para reducir el gasto en tiempos de inflación. Lerner rechazó tanto el temor a una excesiva carga de la deuda (se devolvería con crecimient­o) como el efecto crowding out (los recursos utilizados por el Estado son detraídos del sector privado, que los emplearía más eficientem­ente). En 1943 Keynes escribió: “El argumento de Lerner es impecable, pero que el cielo ayude a quienquier­a que intente explicárse­lo a la gente corriente en el estado actual de la evolución de las ideas económicas”.

Quizá es el momento de explicar a la gente corriente la necesidad de adoptar medidas de política fiscal y monetaria extraordin­arias, dada la excepciona­lidad del momento actual. Aunque las circunstan­cias son muy diferentes de época de posguerra, la dirección que indicó Lerner para las finanzas públicas hace casi 80 años podría ofrecer una guía. Si en el 2008 la inspiració­n de muchos economista­s emanó de Keynes, quizá en el 2020 provenga de Lerner.

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DANI DUCH Influencia Abba Lerner en la posguerra defendió una política pública de gasto con el objetivo de alcanzar pleno empleo y precios estables
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