HERMITAGE BARCELONA
Cuando escribo estas líneas todavía no ha llegado a su desenlace el sorprendente culebrón cultural en torno al Hermitage
Barcelona. Este proyecto parecía atractivo cuando –hace años– Jorge Wagensberg concibió unos contenidos distinguidos para la filial barcelonesa del museo ruso, donde el arte se relacionaría con la ciencia y además se presentarían exposiciones de los espléndidos fondos del Hermitage, de San Petersburgo. Aparentemente, el asunto estaba claro: bueno para el Hermitage y bueno para Barcelona. Sin embargo, en realidad se podría decir más bien que “el aclaro estaba sunto”, como diría uno de los policías tontos Dupond-Dupont (Hernández y Fernández), concebidos por el a veces joyceano Hergé.
Así que uno de los mejores museos de mundo propone a una ciudad tan encantadora como necesitada de oferta cultural atractiva un proyecto que potenciaría una marca algo desgastada por un largo y torpe conflicto de nacionalismos tal vez avasalladores (el español) y avasallados (el catalán). Y la actitud de la alcaldesa Colau es reticente: al parecer, es un proyecto con ánimo de lucro. ¡Caramba!... ¿Qué esperaba? Lo extraño es que hubiese sido un proyecto con ánimo de ruina.
A mi entender, la cuestión debería encararse justo al revés. De entrada, una bienvenida. El proyecto arquitectónico de Toyo Ito tiene muy buen aspecto –algo entre Gaudí y Niemeyer– y falta saber el coste para el contribuyente, los beneficios directos e indirectos y el proyecto museístico: el criterio.
Martin Z. Margulies ha donado 400 obras a organizaciones sin ánimo de lucro